El jefe de la Yakuza y la horca
La Yakuza ha sembrado el terror en Japón casi con total impunidad. Pero algo ha cambiado. El cabecilla del grupo más violento ha sido condenado a muerte. El periodista Jake Adelstein, que lleva 20 años investigando a estos «sociópatas perfectamente funcionales», nos describe cómo opera esta mafia, que puede tener los días contados.
Domingo, 28 de Noviembre 2021, 01:08h
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En agosto pasado, Satoru Nomura, de 74 años y líder de unos de los grupos más violentos de la Yakuza, fue condenado a la pena de muerte. Yakuza es una palabra genérica con la que se designa a los grupos japoneses que se dedican al crimen organizado, el equivalente de mafia. Hoy existen 24 grupos reconocidos, con unos 26.000 miembros. La banda más peligrosa es la Kudo-kai, la de Nomura.
Esta facción ha estado involucrada en casos espectaculares como el ataque a una fábrica de Toyota o el incendio de la residencia de Shinzo Abe, que luego fue primer ministro de Japón. (Según se cree, Abe no completó el pago por sus servicios, difamar a un rival político).
Nomura asumió el mando en 2000. Desde entonces, la Kudo-kai ha perpetrado 114 agresiones. Su violencia extrema resulta chocante para los europeos que siguen considerando que la sociedad japonesa es un modelo de orden y armonía. Si algo es la Kudo-kai es práctica. Recurre a lo que demanda la situación en cada momento: armas de fuego, instrumentos contundentes y hasta raticida.
Los de su banda llamaban a Nomura 'el emperador' y lo trataban como tal. Cuando bajaba las escaleras de su mansión, se postraban en el suelo nada más verlo
La Yakuza no atraca bancos a mano armada, sino que los desvalija por medio del chantaje, la estafa... O recurriendo a unos gatos. En los años noventa, 100 miembros de la Inagawa-kai se plantaron delante de una sucursal bancaria. Cada uno llevaba un gato callejero y una moneda de un yen. Entraron en el edificio y procedieron a retorcer las colas de los gatos, hasta formar un escándalo de mil demonios, al tiempo que abrían una cuenta tras otra con un depósito de un mísero yen. No estaban haciendo nada ilegal, y el director del banco tan solo consiguió que se fueran tras autorizar un préstamo a una compañía respaldada por la banda. La Yakuza se enorgullece de su capacidad para extorsionar sin recurrir a la violencia descarnada. Pero la Kudo-kai no se anda con tantos miramientos. Han sido brutales.
Llevo cubriendo las noticias sobre la Yakuza desde 1992, cuando empecé como becario en el principal periódico de Japón. He conocido a unos cuantos miembros y sigo siendo amigo de algunos que se han retirado del negocio. Han sido buenas fuentes de información, pero por lo general son unos sociópatas, y lo mejor es no tratarlos en absoluto.
Criminales con tarjeta de visita
En 2008 escribí la verdad sobre un jefe de la Yakuza; los cinco años siguientes los pasé con protección policial. No es fácil tratar con ellos. Una noche de 2010 fui a visitar a uno de mis mejores contactos. Había estado colocándose con metanfetamina. La conversación acabó con una patada en mi cabeza y otra en mi columna. Creo que yo le rompí la rodilla y le lesioné la laringe. Más tarde hicimos las paces. El tipo sigue hablando con voz ronca, y yo desde entonces sufro dolores en la espalda. Son gajes del oficio.
El término Yakuza es irónico y se refiere a una mala mano en un juego de naipes. Significa algo así como 'el perdedor'. Sin embargo, en el oeste de Japón, las bandas se refieren a sí mismas como gokudo, que quiere decir 'el camino definitivo'. Curiosamente, estos grupos violentos no se esconden ni son «sociedades secretas». La Yakuza está sometida a vigilancia de la Policía, pero las bandas son ilegales. Cada una de ellas tiene su propio logotipo, una especie de marca comercial visible en sus oficinas y tarjetas de visita. En Kobe, el logo en forma de diamante de la Yamaguchi-gumi es tan conocido como los arcos dorados de McDonald's.
La Policía detuvo a Nomura en septiembre de 2014. Solo se lo pudo juzgar por un asesinato y tres tentativas. El tribunal lo declaró instigador del asesinato de un director de una cooperativa pesquera que se había negado a compartir parte del negocio. También acusó a su organización de disparar en plena calle a un dentista a quien después apuñalaron en la pierna y el estómago. A una enfermera de 45 años le clavaron un cuchillo en la cabeza; la sanitaria había atendido a Nomura durante una depilación brasileña y un estiramiento de pene; el capo se molestó porque creía que ella se había reído de él.
«La Yakuza no es un mal necesario. Es un mal y punto. Son basura humana, un hatajo de sociópatas. Ha llegado el momento de acabar con ellos para siempre», dice Masataka Yabu, antiguo investigador de la brigada contra el crimen organizado. Yabu conoce bien a Nomura, pues se pasó años enteros investigando los casos por los que ha acabado condenado a la pena capital. Yabu tiene razón. Los tiempos han cambiado. Y la Yakuza también.
El grupo más poderoso, la Yamaguchi-gumi, ubicada en Kobe, tiene más de 100 años de antigüedad. Pero la condición legal y social de estas organizaciones se transformó después de la Segunda Guerra Mundial. La rendición japonesa trajo un periodo de caos en el cual muchas de las víctimas de la era imperial nipona –coreanas, chinas y taiwanesas– fueron declaradas nacionales de terceros países. La Policía japonesa no podía tocarlas. Después de años de opresión, los extranjeros residentes en el país se tomaron el desquite, las fuerzas del orden estaban cortas de efectivos... y la Yakuza salió en su socorro.
La Policía quedó eternamente agradecida por el cable que les echaron y a finales de los años cuarenta los grupos Yakuza empezaron a establecer empresas de construcción, agencias de representación artística, promotoras inmobiliarias y otros negocios legítimos que corrían en paralelo a los ilegítimos.
Cada grupo tiene una estructura, pero todos comparten algunos rasgos. Son organizaciones fraternales a las que las mujeres no pueden acceder. El nuevo miembro jura lealtad al oyabun ('figura patriarcal' o 'padrino') al mando. Todo el mundo puede unirse al grupo (si está dotado de pene, claro) y todos pueden acceder a lo más alto. Muchos de los yakuzas son de origen coreano o pertenecen a otras clases tradicionalmente discriminadas. La mayoría de los grupos eran –y siguen siendo– meritocracias. Si te lo 'currabas', te atenías a tus obligaciones o cumplías condena de cárcel, podías trepar con facilidad. Por lo menos, eso era antes. Ahora el yakuza promedio tiene 50 años. Los jóvenes ya no se apuntan.
Nomura cometió un error fatal durante su reinado del terror. Organizó el ataque a un policía jubilado. «Desde siempre, el mundo del crimen se atenía a ciertas normas, había líneas rojas. Una de ellas era atentar contra un funcionario de policía, jubilado o no. Eso el cuerpo de Policía no iba a permitirlo», explica el profesor Hirosue, especialista en sociología criminal. Un antiguo investigador policial agrega: «Nomura pierde los estribos con facilidad. Lo que pasó fue que un yakuza expulsado del grupo grabó al agente criticando a Nomura. Este oyó la grabación y perdió la cabeza».
El largo proceso judicial ha permitido elaborar un retrato robot de Nomura, un hombre poseído por la rabia bajo sus maneras elegantes. El menor de cuatro hermanos, nació en 1946 en Kokura. Su padre, un avispado campesino, se enriqueció con operaciones inmobiliarias, por lo que a Nomura nunca le faltó de nada. De corta estatura (medía poco más de 1,60), de niño Nomura siempre andaba armado con una espada de madera con la que dejaba tieso al más pintado. Su apodo era 'Nomura, el del palo', aunque eso nadie se lo decía a la cara. El chico era tan orgulloso como irascible.
En la adolescencia empezó a robar coches y acabó en un reformatorio. Con 20 años abrió su primer casino. Allí, Nomura hacía también de cajero automático para los apostadores. Prestaba grandes sumas de dinero a los clientes, que por lo general terminaban perdiéndolo todo. Nomura se jacta de haber ganado 20 millones de yenes (unos 150.000 euros) por noche y 200 millones en la mejor de todas ellas.
Tanto éxito hizo que un pez gordo de la Kudo-kai se fijara en él y lo fichara. En sus memorias, Nomura insiste en que él nunca tuvo intención de entrar en la Yakuza. Pero tras conocer al hombre que iba a ser su oyabun, se dio cuenta de que valía la pena sumarse. «Si quería seguir jugando, lo más recomendable era que me integrara en la banda».
'La Yakuza ya no es un mal necesario. Es un mal y punto. Son basura humana, un hatajo de sociópatas. Ha llegado el momento de acabar con ellos para siempre', dice un expolicía
Nomura tuvo un éxito fenomenal como gánster. Bajo su mano, la Kudo-kai se expandió hasta Tokio. Pero, a diferencia de su predecesor, no se lo pensaba dos veces a la hora de recurrir a la violencia. En muchos sentidos, Nomura se asemejaba a Tadamasa Goto, el temido cabecilla de la Yamaguchi-gumi, que disfrutaba de la violencia con sadismo, contaba con más de 100 millones de dólares y llegó a ser el principal accionista de Japan Airlines.
Nomura también era muy rico. Los de su banda lo llamaban 'el Emperador' y lo trataban como a tal. Por las mañanas, cuando bajaba por las escaleras de su mansión, los gánsteres se postraban en el suelo nada más verlo. Sus matones lo escoltaban al campo de golf por las tardes y a los clubes nocturnos por las noches. Le encantaba dejar generosas propinas y tampoco reparaba en gastos a la hora de sufragar los excesos consumistas de su mujer, numerosas exesposas y un pequeño ejército de críos.
A lo largo del juicio, Nomura se mostró tranquilo, pero cuando el juez anunció la condena de muerte su personalidad salió a la luz. «Yo solo pedía un juicio justo y una sentencia justa», rugió. «Esto que ha hecho no es justo. Y va a arrepentirse toda la vida». El juez hoy vive con protección policial y Nomura ha recurrido la sentencia. Es poco probable que logre su conmutación. Si no lo consigue, lo ahorcarán. Aunque vaya recurriendo la pena durante unos cuantos años… no podrá hacerlo para siempre. Además, la opinión pública japonesa es mayoritariamente partidaria de la pena de muerte y detesta a Nomura. Pero el quid de la cuestión es otro: ¿morirá con Nomura la organización que dirigió durante casi 20 años?
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