Es casi un milagro. En medio de la masacre causada por el coronavirus en las residencias de todo el planeta, 300 centros en Estados Unidos resistieron. Son parte del proyecto Green House, una iniciativa que hace dos décadas revolucionó este tipo de instalaciones y que ahora ha demostrado que, además, puede salvar vidas. Hay muchas lecciones que aprender.
Jueves, 30 de Septiembre 2021
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Miles, millones de personas con familiares en residencias han temido la llamada. Ese teléfono que suena y esa voz anónima que te suelta la bomba. «Ha dado positivo». O directamente: «Acaba de fallecer». Y se refiere a tu madre, tu padre, tu abuelo, tu abuela… Mare Millow, sin embargo, nunca temió esa llamada. Su madre, Kim, tiene 80 años y vive en una residencia al norte del estado de Nueva York, donde la COVID-19 ha matado a cerca de 14.000 residentes -más de 180.000 en todo Estados Unidos- y, aun así, afirma: «Nunca sentí que ella estuviera en peligro».
El hogar actual de Kim es parte del proyecto Green House y no ha registrado un solo positivo entre sus residentes en esta pandemia. Situación que se repite en el 94% de los 300 establecimientos adscritos a esta red de residencias. Y en las que entró el virus, según un estudio de la Universidad de Carolina del Norte para la Asociación Americana de Geriatría, las infecciones no alcanzan ni la mitad de la media nacional, con un tercio de fallecimientos menos. Todo un ejemplo de resistencia en un país golpeado como ninguno por el virus, con 42,5 millones de contagios y más de 680.000 muertos.
En el 94% de estas residencias no entró el virus. Y, en las que lo hizo, la incidencia no llegó ni a la mitad de la media nacional de Estados Unidos
«Este éxito frente al virus es único en el mundo. En ningún lugar con una situación epidemiológica desbordada se ha dado nada igual -revela Adelina Comas-Herrera, investigadora en sistemas de atención a mayores y creadora de LTCcovid, plataforma de la London School of Economics que analiza el impacto global de la pandemia en residencias-. Los países con pocos muertos en residencias, como Noruega, Finlandia o Singapur, se han librado por su buen control general entre toda la población. Allí donde la pandemia se ha desbordado, sin embargo, los residentes han supuesto entre el 40 y el 60% de los muertos».
Así ha sido en Reino Unido, Francia, Bélgica, España…, países que han perdido entre el 5 y el 10% de la población de sus residencias. Así lo revela el pesaroso informe de LTCcovid, donde Bélgica figura a la cabeza (9,38% de residentes muertos) y España lo hace en el tercer puesto (7,21%), con casi 30.000 bajas. «El sistema de atención a los mayores ha fallado clamorosamente en todo el mundo… Excepto en las green houses -dice Comas-Herrera-. Hay muchas lecciones que aprender de ese modelo».
La primera, el tamaño. Importa, y mucho, a la hora de frenar contagios. Cada green house consta de varias casas, con entre diez y doce inquilinos, que funcionan como unidades independientes. La segunda, las habitaciones individuales, con baño privado equipado para alta dependencia y salida al exterior. La tercera, todas las casas disponen de huertos y jardines donde los residentes han podido pasear, realizar actividades y recibir visitas con seguridad. Y la cuarta, quizá la lección fundamental, el personal.
El proyecto Green House nació con su propio modelo de gerocultores: shahbaz, auxiliares de enfermería que también limpian, cocinan, hacen la colada… «Esto se traduce en menos gente en las instalaciones y menos interacciones con los mayores», explica Susan Ryan, directora de la organización. De hecho, Sheryl Zimmerman, coautora del estudio sobre la incidencia de COVID en estos centros, cree que las estrechas relaciones entre shahbaz y residentes -estos reciben un 22% más de atención directa que en otras residencias- incentivan a los auxiliares de enfermería a ser más cuidadosos en su vida exterior. Estímulo al que se suma un salario de 2500 a 2800 dólares, impensable en cualquier residencia.
Así lo confirma Josep de Martí, director del portal Inforesidencias.com. « Sabes qué iguala a todas las residencias del mundo? -cuestiona-: los sueldos. El personal, en todas las categorías laborales, está en la base de la pirámide salarial. En España ganan menos de 1000 euros, pero es que en Dinamarca o Suecia también están a la cola. Lo que lleva a la precariedad y al pluriempleo».
Dos factores que, ante una pandemia, convierten cada residencia en una bomba de relojería. «La mayoría del personal tiene dos o tres trabajos, se mueve en transporte público, vive en pisos pequeños y afronta grandes dosis de estrés. Es lo opuesto a las condiciones idóneas para proteger y cuidar a mayores», dice De Martí. Por eso, a nadie sorprende la estampida provocada por la pandemia. «En España, 6000 trabajadoras han dejado el sector en el último año para irse a la sanidad, pública o privada», revela María Victoria Gómez desde la Federación de Sanidad y Servicios Sanitarios de Comisiones Obreras. De vivir en Estados Unidos buscarían, sin duda, empleo en una green house.
Contra la soledad
Las ‘casas verdes’, de hecho, destacan desde hace años por el mayor bienestar psicosocial entre sus residentes (y, por extensión, también entre sus empleados). Algo que los fundadores percibieron desde el primer día en personas como Mildred Adams. Octogenaria, llevaba cuatro años en una residencia cuando se mudó a una green house en Tupelo (Misisipi). Mildred no comía sola y vivía en una constante abstracción, pero, al poco de llegar a su nuevo hogar, le quitó la cuchara a su incrédulo hijo y se puso a comer sola. Enseguida se mostró locuaz como ya nadie recordaba y en la sobremesa se puso a cantar.
No es un caso único. Los estudios revelan mejoras en la autonomía, dignidad, privacidad, actividad significativa, relaciones, sentido de individualidad, bienestar emocional y apetito entre los residentes, además de tasas reducidas de depresión. A lo que se añade, además, una mayor satisfacción entre las familias. El modelo facilita, por ejemplo, las visitas de los nietos. «La compañía afectuosa es el antídoto contra la soledad -resalta Steve McAlilly, cofundador de la primera green house, allá por 2003-. Por eso debemos proporcionar acceso fácil a los seres queridos».
Un elemento más en la creación de una dinámica vital exitosa en la que los shahbaz no imponen normas ni rutinas e implican a los ancianos en la vida cotidiana. «A nadie se le mete prisa para comer ni para levantarse de la cama», asegura una de estas auxiliares. La idea, expresada por Bill Thomas, el geriatra con título de Harvard que puso todo esto en marcha, es «contar con la opinión de los mayores en todas las decisiones». Fue su conclusión tras una década ejerciendo en centros de iluminación fluorescente, largos pasillos, camas separadas por cortinas, baños compartidos y comedores con horarios inflexibles y cocina industrializada bajo la supervisión de personal con uniforme sanitario.
Sentirse como en casa
Por eso, cuando entras en una green house por la mañana, huele a desayuno casero, a café. «Es genial volver al hogar», repiten los recién llegados provenientes de otros centros. Es la sensación que produce el inmenso y luminoso salón-comedor-cocina que preside cada casa, donde se respiran a diario aromas de recetas y postres preparados entre shahbaz y mayores que convierten cada almuerzo en una reunión familiar. Nada de ancianos dormidos frente a su plato en una silla de ruedas. Juntos deciden el menú -no están todos obligados a comer lo mismo- y las actividades. Los mayores, además, desarrollan sus aficiones personales o cuidan de huertos y jardines.
“Hay una percepción generalizada de que a las residencias uno va a morirse. Pero aquí nadie viene a morir, sino a vivir”, dice uno de los fundadores
Son factores que convierten a las green houses en señalado ejemplo de arquitectura curativa, el movimiento para diseñar espacios clínicos y asistenciales centrado en el bienestar físico y psicológico de pacientes, personal y familiares. Dan fe de ello estudios del propio sistema público de salud federal al revelar que los inquilinos de las green houses requieren menos atención médica y pasan menos tiempo en hospitales, con un ahorro anual de entre 1300 y 2300 dólares por residente en gastos de Medicare y Medicaid, los dos grandes programas de la Seguridad Social, entidad que cubre, por cierto, la factura del 45% de los residentes de las green houses.
«Existe una percepción generalizada de que a las residencias uno va a morirse -incide Steve McAlilly-. Pero aquí nadie viene a morir, sino a vivir. Al margen de su estado de salud o capacidad mental, cualquiera puede seguir creciendo». Un principio rector que, antes de la pandemia, ya convirtió al proyecto en gran referencia para un cambio de paradigma. Su éxito frente a la COVID-19, en medio de la degollina general, ha multiplicado las alabanzas. «El más empático esfuerzo por reinventar las residencias», titula The New York Times. Términos similares utilizan The Washington Post, The Wall Street Journal o las revistas especializadas que colocan al modelo Green House en el centro del debate, obligado hoy, para repensar el sistema.
Al fin y al cabo, las residencias han sido cuestionadas en todo el mundo. Especialmente las del tipo que Astrid Lindström, experta en políticas de atención a mayores, denomina ‘hospitalario-hotelero’. «El más frecuente en España -señala esta consultora sueca con 40 años de experiencia-. Los residentes duermen en los pisos superiores y por el día son llevados a la planta baja para comer, entretenerse y hacer actividades como a turistas en un viaje organizado. Pero una cosa es pasar una semana en un hotel o en un hospital y otra vivir un año o cinco en un sitio así».
España, querer y no poder
El residente, propone la experta, debe ser el eje de un debate que plantee cuestiones como: ¿qué siente una persona mayor ante la perspectiva de ‘terminar’ en una residencia?¿ Qué le pasa por la cabeza al llegar? Es, entiende Lindström, lo que deberían preguntarse los arquitectos que las construyen, las empresas que las encargan y las administraciones que las regulan.
En España, donde en 15 años el 30% de la población será mayor de 80 años, se mira cada vez más a los países nórdicos a la hora de diseñar o reformar estos centros. Sin llegar a los niveles de bienestar psicosocial y de protección frente a la COVID de las green houses, allí también se compartimenta la convivencia en unidades con cuartos privados y ratios de personal más elevados.
«Llevamos años intentando adaptar nuestros centros hacia unidades de convivencia más pequeñas, pero es difícil ser Dinamarca cuando gastas seis veces menos -subraya Cinta Pascual, presidenta del Círculo Empresarial de Atención a las Personas, cuyos asociados gestionan más de 180.000 plazas y servicios-. Somos el país más envejecido de Europa, pero estamos a la cola del gasto en dependencia. La media es del 2% del PIB y estamos en el 0,58%. Desde 2012, el sector ha perdido más de 5400 millones por los recortes».
Este sistema hace que los mayores requieran menos atención médica y hospitalización. La Seguridad Social paga los gastos al 45% de los residentes
Modelo nórdico, amplía Josep de Martí, son ratios de personal de 1 a 1,2 auxiliares de enfermaría por residente, cuando en España no llegamos ni a la mitad de eso. Modelo nórdico, añade el arquitecto Marc Trepat, son habitaciones individuales de 30 metros cuadrados cuando en algunas autonomías la normativa es de 8. «Las de cualquier hotel son más grandes -subraya Trepat, socio del estudio BTA Arquitectura, especializado en residencias-. Nosotros incluimos cuartos individuales, pero con los presupuestos actuales es imposible llegar a las medidas de Dinamarca».
Tamaño y personal son pues los grandes perjudicados por la escasez presupuestaria. En este sentido, la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) ha analizado el tiempo de atención por categorías en residencias de las 17 comunidades autónomas. Cada gerocultor dedica a una persona con dependencia entre 40 y 88 minutos al día. «Así es imposible hacer una atención de base», critica su presidente, José Augusto García Navarro.
Repensar todo el sistema es, en su opinión, una tarea que requiere soluciones disruptivas. «Se habla mucho de las residencias danesas -reflexiona García Navarro-, pero es que allí dedican seis veces más dinero a la atención a domicilio que a residencias, para demorar el ingreso todo lo posible. En España vamos muy retrasados en esto, con una media de servicios de ayuda a domicilio de 28 horas al mes, menos de una al día».
El problema es que, con el número de ancianos creciendo a cada generación, el tiempo apremia. Hoy rondan ya el 20% de la población, algo inédito en la Historia. «La viabilidad y mejora del sistema es algo que nos afecta a todos -enfatiza el presidente de los geriatras-. En las últimas dos décadas, las administraciones, y la sociedad en general, han mirado para otro lado. Es hora de entonar un mea culpa colectivo y empezar a solucionarlo». Al fin y al cabo, como dice Steve McAlilly. «La calidad moral de una comunidad se mide por el modo en que trata a sus mayores».
Datos para la reflexión
→ El 40% de los muertos por COVID-19 en el mundo son mayores que vivían en residencias, según el London School of Economics. Ningún país, ni los nórdicos, se ha librado del drama.
→ En España han muerto por coronavirus más de 30.400 mayores que vivían en residencias. Según el London School of Economics, nuestro país es el tercero del mundo con mayor índice de defunciones en residencias por la COVID-19. Bélgica es el que más residentes ha perdido: el 9,38%.
→ En España, los recortes al Sistema de Atención a la Dependencia, que incluye a las residencias, han supuesto 5400 millones de euros desde 2012.
→ Una hora al día. En España, el tiempo que un auxiliar dedica a cada residente oscila entre 43 y 81 minutos diarios, según la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. Es decir, las plantillas son escasas. Entre las 17 comunidades autónomas varía la exigencia de personal, pero en ninguna se exige más de un cuidador por cada seis residentes. Lejos de, por ejemplo, los países nórdicos, con ratios de un gerocultor por persona.
→ 1000 euros: es el sueldo bruto medio de los auxiliares en las residencias de España. En la Sanidad, pública y privada, oscila entre los 1200 y los 1400 euros.
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