Pornografía infantil El mapa del horror: cada punto es un pederasta
El tráfico de material pedófilo en Internet se dispara. Sobre todo, el creado por los propios niños, asustados, engañados, chantajeados por depredadores sin escrúpulos. La organización Child Rescue Coalition ha creado una aplicación para rastrear los ordenadores que comparten pornografía infantil en todo el mundo. Para echarse a temblar.
Miércoles, 14 de Julio 2021
Tiempo de lectura: 7 min
Acosar, engañar, seducir, abusar, violar, grabar y, por supuesto, compartir; estos son los verbos que conjugan los pedófilos en Internet. Una babeante lujuria que bate infames récords cada año. Lo advierte el gran vigilante mundial de los delitos contra la infancia, el Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados (NCMEC), con sede en Estados Unidos. Y da una cifra: 29,3 millones. Son las denuncias recibidas en un año relacionadas con material pedófilo y sospechas de explotación sexual infantil. El dato, por si solo, ya es para echarse a temblar. Si lo comparamos con el del año previo, 21,75 millones, hablamos de un crecimiento demencial.
El contenido pedófilo generado por los propios niños, incitados por depredadores, creció en un año en un 374 por ciento
Confirma la tendencia otra entidad puntera en esta lucha, la británica Internet Watch Foundation, dedicada a detectar y eliminar material pedófilo en la Red. Y añade una novedad: se dispara el contenido creado por los propios niños. De nuevo una cifra demoledora: un 374 por ciento. La pandemia, con millones de niños enchufados durante horas y sin control a las pantallas, impulsó este incremento. Finiquitados los confinamientos, sin embargo, ¿por qué ha seguido creciendo? La respuesta está en las redes sociales, extendidas como nunca gracias a la irrupción del covid, sobre todo entre los menores, incluidos de forma creciente, los más pequeños.
El coronavirus nos ha legado así una doble herencia en este campo. Por un lado, una sociedad cada vez más digitalizada; con todas sus ventajas, por supuesto, pero en la que se ha incrementado también la exposición a peligros que la mayoría de la gente ignora... o decide ignorar. Por otro lado: ¿cuántas fotografías y vídeos de pornografía infantil fueron creados y subidos a Internet durante aquellos meses? Es imposible saberlo, pero todos los expertos intuyen cifras de vértigo.
Ya lo eran, de hecho, antes de la pandemia. Los números del abuso sexual infantil por Internet llevan años creciendo sin remedio. Basta mirar el histórico de reportes anuales del NCMEC desde 1998: de los 3000 avisos de entonces hemos alcanzado los 29,3 millones 25 años después. Y si entramos en detalle, vemos que entre todos esos casos, los sospechosos de incitación on-line a niños para generar material pornográfico se incrementaron en un 63,31 por ciento. Y los de contacto con menores por prácticas como sexting, sextortion o grooming, en un 98,66 por ciento.
Traducir esos porcentajes en número de archivos es imposible, pero contamos, eso sí, con una cifra previa al coronavirus: 45 millones. Las fotos y vídeos de abuso sexual infantil –entre material recirculado y de nueva generación– que las compañías tecnológicas identificaron en sus plataformas en 2019, según una investigación de The New York Times.
A veces todo empieza con un juego, a modo de retos sucesivos. 'Di 'hola'', 'Manda un beso a la cámara', 'Quítate la camiseta, el pantalón'...
El teniente coronel Juan Antonio Rodríguez Álvarez de Sotomayor, jefe del Departamento de Delitos Telemáticos de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, evita dejarse aturdir por las cifras. A su entender, solo queda seguir trabajando con los recursos disponibles. Insuficientes a todas luces. Incluso para entes policiales como Europol, Interpol, el FBI o Scotland Yard, grandes arietes contra esta lacra global. «El fenómeno es tan grave y está tan extendido que la cruda realidad es que estamos desbordados desde hace tiempo», admite. Pararle los pies a uno de estos depredadores, además, lleva tiempo. Años en la mayoría de los casos.
Los investigadores hablan de ‘series’: material producido con un mismo niño como protagonista que se distribuye por entregas y en tiempo real. Como tal, implica el abuso en curso de un menor (bebés incluidos) y en algún lugar desconocido. Son los archivos más codiciados. Por las retorcidas filias y fetichismos de autores y consumidores, por supuesto, pero también por ser llave de entrada en las comunidades más cerradas. En la escala de gravedad que manejan las autoridades, este sería el grado máximo: imágenes que pueden incluir penetraciones, masturbaciones, sexo oral, torturas... ¡A niños, a bebés! «Este tipo de casos son nuestra prioridad –señala Álvarez de Sotomayor–. Cuando descubrimos archivos de niños en semejante situación, nos centramos en poner fin a su sufrimiento».
El problema es que detectar ese material es cada vez más difícil. «Antes, nadie tomaba precauciones. Ahora, casi todo está encriptado, usan máquinas virtuales, navegan de forma anónima, pagan en criptomonedas; se han sofisticado. Por eso, las investigaciones son cada vez más complejas», revela una alto mando de Policía Nacional.
Un punto de partida, junto con los reportes del NCMEC, puede ser el ingreso de un archivo de primera generación en la International Child Sexual Exploitation (ICSE), la base de datos de Interpol a la que se incorpora material inédito detectado por policías de todo el mundo. Gracias a ella, cada país tiene acceso al material para discernir si determinada situación de abuso se produce en su ámbito de actuación. Un enchufe, un teclado con eñe, un sonido, el mobiliario; cualquier detalle puede permitir a los agentes identificar el entorno y a la víctima o al autor.
Creada en 2001, la ICSE guarda millones de imágenes y vídeos de casos aún por resolver y su existencia ha permitido el rescate de 31.000 víctimas en todo el mundo. Apenas se trata, sin embargo, de la punta del iceberg. «Todo el cibercrimen tiene cifras negras muy altas, pero ninguno supera las de la pornografía infantil porque el 99 por ciento de los casos no se denuncia –apuntan desde la Guardia Civil–. La mayoría de los niños, y por lo tanto sus padres, no son conscientes de ser víctimas de un delito. Hasta que no detenemos al sujeto y vemos que tiene material de 200 o 300 menores, no conocemos el verdadero alcance de sus actividades».
El 75 por ciento de las denuncias sobre material pedófilo se dirigen a Facebook. Sumando Instagram y WhatsApp, Meta, la compañía de Mark Zuckerberg, alcanza el 92 por ciento
A modo de ejemplo, los agentes rememoran el caso de un pedófilo que obtuvo más de 300 vídeos de niños y niñas a través de un videochat que conectaba a los usuarios aleatoriamente con extraños. «Utilizaba un juego, a modo de retos sucesivos que empezaba de modo aparentemente inocente: ‘Di hola’, ‘manda un beso a la cámara’, ‘guiña un ojo’; para pasar después a mayores: ‘Quítate la camiseta’, ‘métete un objeto’, ‘haz esto, lo otro...’; y por cada reto que superaban las niñas, de 9 a 11 años, ganaban puntos; entraban al trapo sin apreciar que se trataba de algo sexual. Durante años, el tipo consiguió material de chicas que ahora están por Internet». Y que difícilmente se podrán borrar.
Es otro de los graves problemas derivados del tráfico pedófilo en la Red, poblada de imágenes de niños abusados que hoy son adultos. Una situación que, según The New York Times, se ha alcanzado por la negligencia de Silicon Valley. Muchas plataformas, denunciaba este medio, cuentan con herramientas para detener este trasiego de archivos, pero no las usan de forma adecuada. Y, si lo hacen, no cooperan lo suficiente con las autoridades. El gigante Meta es el gran coladero en este sentido. Solo Facebook acapara el 75 por ciento de las denuncias recibidas por el NCMEC, pero sumando Instagram y WhatsApp a la ecuación, la compañía de Mark Zuckerberg alcanza el 92 por ciento de las denuncias.
«Amazon, cuyos servicios de almacenamiento en la nube manejan millones de cargas y descargas por segundo, ni siquiera busca las imágenes –revela el influyente diario neoyorquino–. Apple, según las autoridades federales, no escanea su almacenamiento on-line y cifra su aplicación de mensajería, lo que hace que la detección sea casi imposible. Los productos para usuarios de Dropbox, Google y Microsoft buscan imágenes ilegales, pero solo cuando se comparten, no cuando se cargan. Y empresas como Snapchat y Yahoo buscan fotos, pero no vídeos».
Las imágenes persiguen así a las víctimas durante años porque estas reaparecen de forma recurrente en la Red o entre el material requisado a otros pedófilos, lo cual obliga a los damnificados a revivir la pesadilla que vivieron siendo niños, llegando, muchos de ellos, al suicidio.
El problema generalizado, incluida España, es la escasa cultura en ciberseguridad. «Toda la vida les hemos dicho a los niños que no hablen con desconocidos –señala Álvarez de Sotomayor–, pero que lo hagan en Internet no parece ser un problema. Los padres deben ser conscientes de que en la Red no todo el mundo es quien dice ser. Y transmitírselo a sus hijos». Al fin y al cabo, la exposición a la violencia durante la infancia tiene consecuencias de por vida.
Cada punto es el ordenador de un pedófilo
La organización Child Rescue Coalition, con sede en Florida, ha creado una tecnología de rastreo –plasmada en mapas como este– para identificar ordenadores que comparten y descargan imágenes y vídeos de niños sexualmente explícitos. Según esta organización, más de 750.000 pedófilos se mantienen on-line de forma casi constante en el mundo e intercambian material, retransmiten abusos en directo, extorsionan a niños para producir pornografía infantil o están en proceso de hacerlo. La Policía de 97 países usa esta herramienta, que ha contribuido al arresto de más de 14.000 pedófilos, al rescate de más de 3300 niños y a prevenir cerca de 720.000 casos de abuso a menores.
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