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Investigación

Einstein estaba equivocado: descubren la fórmula del éxito

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Si te dijeran que los creadores de ‘startups’ que triunfan son los que más años tienen, te sorprendería. A Einstein, también. Pero un físico rumano lo ha demostrado con estadísticas. Ha sacado también algunas inesperadas conclusiones sobre las carreras profesionales. Dice que ha encontrado una fórmula del éxito… y él mismo se la está aplicando.

 Por Judy Clarke

Martes, 30 de Noviembre 2021

Tiempo de lectura: 5 min

Einstein lo dijo: en el mundo de la ciencia, el que no ha hecho nada grande a los 30 años ya no lo hará. Pero el físico rumano Albert-László Barabási se planteó demostrar que, por una vez, Einstein estaba equivocado. «Y lo conseguí», dice este profesor de la Universidad Northeastern de Boston. Su objetivo era encontrar una especie de fórmula del éxito a través del análisis estadístico de grandes volúmenes de datos. Barabási y su equipo se sumergieron en un océano de datos extraídos de infinidad de registros; entre ellos, las publicaciones de 10.000 científicos de siete disciplinas diferentes y las carreras de casi medio millón de artistas que habían expuesto su obra en 14.000 galerías del mundo entre 1980 y 2016.

“El rendimiento depende de ti, pero el éxito depende de cómo se te perciba, de cómo el público valore tu actuación”, resume Barabási

Después de años de arduo trabajo, Barabási y su equipo han alcanzado varias conclusiones: unas, evidentes; y otras, muy sorprendentes. La más importante: si quieres lograr el éxito, además de ser bueno en lo tuyo, debes estar también bien relacionado. Evidente, sí, pero ahora confirmado por un estudio cuando menos ‘contundente’. Lo que era menos obvio era la edad a la que los científicos triunfan. Barabási tiene por ello un mensaje alentador: «Las ideas brillantes -afirma- no entienden de fecha de caducidad». Su desmentido a la cita de Einstein se basa en el análisis de las carreras y publicaciones de más de 2800 físicos. Muchos de ellos solo hicieron sus hallazgos principales pasados los 50 años; en el caso de algunos, sus grandes éxitos no llegaron hasta los 70.

Efecto de recencia

La Universidad de Harvard, por ejemplo, jubiló al químico John B. Fenn cuando cumplió esa edad. Pero Fenn siguió trabajando incansablemente y, pocos años más tarde, sus análisis estructurales de macromoléculas dieron sus frutos. Le concedieron el Premio Nobel en 2002. Para entonces tenía 85 años. Éxitos tardíos se dan incluso entre los emprendedores de Silicon Valley, lugar que para muchos encarna la quintaesencia del culto a la juventud. Barabási cita estudios que muestran que la mayoría de los creadores de start-ups en realidad tiene más de 40 años. Y, si se filtra a los emprendedores que han conseguido triunfar económicamente, se ve que muchos ya tienen más de 50.

“No conviene presentarse el primero. El premio se lo suele llevar alguno de los que se suben al escenario justo antes de la reunión final del jurado”

Otra conclusión singular se desprende del análisis de los mejores músicos jóvenes del mundo que compiten entre sí cada año en el Concurso Internacional de Música Reina Isabel de Bélgica. Barabási asegura que los intérpretes que actúan al principio de la semana que dura el festival apenas tienen posibilidades de ganar. El premio se lo suele llevar alguno de los que se suben al escenario justo antes de la reunión final del jurado. Es lo que en psicología se conoce como ‘efecto de recencia’. Es sorprendentemente frecuente y se da también en los procesos de selección y en las entrevistas de trabajo. «El rendimiento depende de ti, pero el éxito depende de cómo se te perciba, de cómo el público valore tu actuación», resume Barabási.

Es algo que también se da en el mundo del arte. «Y es descorazonador», dice. El físico rumano y su equipo estudiaron las biografías de casi medio millón de artistas y publicaron los resultados en la revista Science: las primeras cinco exposiciones de un artista bastan para predecir lo lejos que llegará a lo largo de su carrera. Los artistas que logran destacar pronto -entrando, por ejemplo, en el prestigioso Art Institute de Chicago-, muy probablemente acabarán llegando lejos. Y a un artista una buena red de relaciones en sus primeros años casi le garantiza el éxito. Es lo que le ocurrió a Jean-Michel Basquiat, que buscó consciente e incansablemente el trato con artistas ya consolidados, y no tardó en empezar a exponer con celebridades como Andy Warhol. Mientras, su colega Al Diaz, con un estilo que al principio costaba mucho distinguir del suyo, se quedó fuera del mundillo y apenas se lo conoce.

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El éxito no tiene edad... pero sí sexo.La mayoría de los investigadores trabaja hoy en grandes equipos, pero el Premio Nobel solo se concede a tres personas. ¿Quiénes lo ganan? Los científicos de cierto renombre… y que no son mujeres. Un ejemplo: las posibilidades de una mujer de hacerse con una cátedra en Económicas son la mitad de las que tiene un hombre con igual cualificación. Y cuantos más trabajos publique una economista con colegas masculinos, más se reducen sus posibilidades de conseguir el puesto; el mérito se les atribuye a ellos.

De todos modos, los análisis de datos de diversos grupos de investigación también demuestran que algunas redes de contactos están sobrevaloradas, afirmación especialmente aplicable al caso de las carísimas escuelas de élite. Muchos padres están convencidos de que tienen que matricular obligatoriamente a sus hijos en alguna de ellas si quieren que triunfen en la vida. Pero la ciencia apenas ha encontrado evidencias que corroboren esta idea.

Barabási cita con cierto placer los resultados de los análisis sobre este tema: sorprendentemente, a los dos años de licenciarse, los estudiantes de universidades como Harvard no ganan más dinero que los que han estudiado en otras menos conocidas con expedientes similares. «Por lo que se ve, no son las universidades las que crean estudiantes de éxito: son estos los que sustentan el éxito de las universidades», resume el físico.

La propia biografía de Albert-László Barabási es un buen ejemplo de sus tesis. Se crio en Rumanía dentro de la minoría húngara. Tras la caída del telón de acero, su familia huyó del país temiendo represalias y se instaló en Hungría. Lo que empezó siendo una tragedia personal acabó convirtiéndose en un golpe de suerte profesional, pues el desarraigado científico terminó en Estados Unidos. «Muchos de mis compañeros de estudios tenían talento, pero no consiguieron salir de Europa Oriental. Estaban bien preparados, pero no disponían de buenos contactos».

Albert-László Barabási tampoco tiene idea de retirarse pronto. En estos momentos se dedica a experimentar la forma de convertir sus análisis de datos en esculturas mediante el uso de una impresora 3D. El físico rumano hará así realidad uno de sus sueños de juventud: ser escultor. Solo que ahora no trabaja con el mazo y el escoplo, sino con números, la más abstracta de todas las artes.

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