Viernes, 08 de Noviembre 2024, 10:17h
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El vino retsina deja en la lengua un agradable sabor a vid y tierra húmeda, y el pulpo asado y las sardinas que están sobre la mesa, a la sombra del cañizo, me llevan a pensar que, hace tres mil años, hombres duros, atezados y silenciosos como los que remiendan las redes a pocos pasos, en el muelle del pequeño puerto, sentían idéntico sabor al comer y beber en el mismo lugar donde me encuentro. Porque en realidad, comprendo, nada ha cambiado. Los mismos hombres siguen junto al mismo mar, y el eterno Egeo los envuelve, nutre y perpetúa, crudamente azul bajo un cielo sin nubes, moteado por lejanas islas pardas y grises.
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