Volver
';
Animales de compañía

Amables bestias (y II)

Juan Manuel de Prada

Viernes, 07 de Marzo 2025, 06:57h

Tiempo de lectura: 4 min

Seguramente sea el abnegado rucio de Sancho Panza el animal tratado con mayor simpatía por Cervantes, entre todas las «amables bestias» que pueblan el Quijote. Viendo dormir a pierna suelta a su escudero, don Quijote le dirá: «Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden más que a pensar tu jumento». El menester principal de Sancho es, en efecto, cuidar de su rucio; cuida tanto de él que llega a imitar primorosamente su rebuzno. En la aventura del barco encantado, mientras don Quijote y su escudero se adentran en las aguas del río Ebro, dejando a sus monturas en la orilla, Sancho se lamenta: «El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia!». Sancho no soporta verse separado de su rucio; y tampoco el asno soporta verse separado de su amo, como prueba cuando Sancho desmonta para trepar a una encina, temeroso de que un fiero jabalí lo embista, y el rucio corre a su lado, para no desampararlo en la calamidad. Y añade Cervantes, invocando la autoridad de su narrador arábigo: «Dice Cicle Hamete que pocas veces vio a Sancho Panza sin ver al rucio, ni al rucio sin ver a Sancho: tal era la amistad y buena fe que entre los dos se guardaban».

Contenido exclusivo para suscriptores
La Voz
Suscríbete
para seguir leyendo
Lee sin límites toda la información, recibe newsletters exclusivas, accede a descuentos en las mejores marcas y muchas más ventajas