Antes de que México existiera como país, una mujer fue capaz de sobreponerse a dos universos dominados por hombres, a jefes y gobernantes de dos mundos enfrentados. El tiempo, sin embargo, convirtió la vida de Malinche en un enigma y, muchos años después de muerta, en algo que nunca fue: una traidora. Cuando se cumplen 500 años de la batalla de Tenochtitlán recuperamos la historia de una mujer poderosa como pocas.
Nadie sabe cómo se llamaba y cómo pasó su infancia. Por los testimonios que tenemos de sus orígenes era hija de un noble nahua y nació, entre 1501 y 1504, en Oluta una región localizada al sur de la actual Veracruz. Pero sin que tengamos seguridad de cómo ocurrió, entre los 8 y los 12 años perdió su libertad. Traficantes de esclavos la vendieron a un noble maya de Potonchán y así, como esclava, pasaría los siguientes diez años.
En 1519 Hernán Cortés llegó a la desembocadura del río Tabasco. Allí los mayas de Potonchán se enfrentaron a los españoles intentando expulsarlos. Pero el hierro y los caballos, utilizados por primera vez en el continente americano en este enfrentamiento, decidieron la batalla. Los vencidos utilizaron entonces la diplomacia regalando veinte mujeres a los españoles y, entre ellas, a Malintzin.
El regalo no tardó en repartirse. Cortés mandó bautizar a las indígenas con nombres cristianos. A Malintzin la bautizaron Marina, el primero de sus nombres en pasar a la historia y del que derivarían posteriormente Malina, Malinali, Malintzin y Malinche.
Cortés mandó bautizar a las indígenas con nombres cristianos. A aquella joven destinada a hacer historia la bautizaron Marina y, con el tiempo, derivó a Malinche
Cortés continuó su viaje hacia el oeste, hasta San Juan de Ulúa. Hasta allí llegaron también unos emisarios de Moctezuma. Los emisarios hablaban el náhuatl, un idioma que ninguno de los españoles, incluyendo Jerónimo de Aguilar —un náufrago rescatado del cautiverio maya que había aprendido la lengua de sus captores— habían oído nunca. Y Malinche, cuya lengua natal era el náhuatl y que había aprendido el maya en su cautiverio, se convirtió en la traductora de Cortés. Aguilar traducía del español al maya y Malinche pasaba del maya al náhuatl. Con la doble traducción, españoles y mexicas podían comunicarse.
Poco después se acercaron al campamento de Veracruz otros indígenas diferentes. Malinche informó al capitán español de que eran totonacas, un pueblo sometido por la Triple Alianza que rendían tributos a Moctezuma. Los mexicas tenían, pues, enemigos. Cortés acababa de encontrar el talón de Aquiles de Moctezuma. Ayudado por su traductora, se alió con el Cacique Gordo, señor de los totonacas. Cortés había empezado a formar un ejército. Y Malinche era la clave para hacerlo.
Malinche fue clave para crear el ejército con miles de indígenas que organizó Hernán Cortés, y no solo por ser su traductora, sino por sus habilidades diplomáticas
Durante los meses siguientes Malinche consiguió acuerdos con otros grupos indígenas, como los poderosos tlaxcaltecas, y evitó alguna celada mortal por parte de los aliados de Moctezuma. Cortés iba reuniendo un ejército de miles de indígenas.
Por fin el martes 8 de noviembre de 1519 los españoles y un poderoso ejército indígena llegaron a Tenochtitlán. Allí Cortés y Moctezuma se encontraron. Probablemente lo que más escandalizó a Moctezuma y a sus nobles fue la osadía de Malinche. Nadie osaba mirar directamente al tlatoani —al máximo gobernante, con funciones militares y religiosas—, pero aquella india desvergonzada no sólo lo miraba directamente a los ojos, sino que le hablaba en representación del jefe extranjero y del poderoso ejército invasor que comandaba. La que fuera esclava hablaba ahora de tú a tú con el hombre más poderoso de su mundo.
La noche triste
El desembarco de Pánfilo de Narváez en Veracruz obligó a Cortés a salir a su encuentro y dejar Tenochtitlán. Malinche, que jamás montó a caballo, lo siguió a pie con intranquilidad. En la capital mexica Cortés dejaba al mando a Pedro de Alvarado, un hombre fiel al capitán español, pero violento e imprevisible.
De regreso a Tenochtitlán, encontraron a los mexicas sublevados. Alvarado había encabezado la matanza del Templo Mayor provocando la sublevación. Los mexicas habían matado a Moctezuma a pedradas cuando intentaba apaciguarlos y elegido a otro tlatoani. En la conocida como 'Noche Triste', los españoles y sus aliados huyeron de Tenochtitlán.
El ejército derrotado volvió a Tlaxcala y se encontró con que algunos tlaxcaltecas abogaban ahora por matarlos y volver al orden establecido. Por fortuna, Malinche consiguió el favor del señor de Tlaxcala, permitiendo que pudieran refugiarse y esperar refuerzos. Recuperadas las fuerzas, Cortés sitió Tenochtitlán ayudado por un ejército creciente de indígenas que se les iban uniendo gracias a las negociaciones de Malinche. Tras meses de asedio y abatidos por enfermedades llegadas de Europa, el 13 de agosto de 1521 los mexicas perdieron la batalla. Malinche abogó por la suerte de los vencidos, pero ellos la despreciaron.
Probablemente, lo que más escandalizó a Moctezuma y sus nobles fue la osadía de Malinche. Nadie se atrevía a mirarlo directamente y aquella india no solo lo miraba a los ojos, sino que le hablaba en representación del jefe extranjero
Tras la caída de Tenochtitlán, Malinche era, probablemente, la mujer más poderosa del mundo. Españoles e indígenas la querían y respetaban. Cuando en 1522 llegó Catalina, la esposa que Cortés había dejado en Cuba, Doña Marina, que ya vivía en su propia casa, dio a luz a Martín. Era el primer hijo varón del conquistador, un heredero mestizo al que Cortés siempre quiso y del que se dijo que siempre fue su favorito. Seis años después Malinche sufriría el que probablemente fue el mayor disgusto de su vida. Cortés decidió llevarse a Martín a España para legitimarlo ante el Papa y meterlo en la Orden de Santiago. La persona que más quería se iba a un país lejano y desconocido, a la tierra de una gente que no era la suya. Abatida por la separación, afectada por enfermedades europeas y cansada de una intensa vida de esfuerzos, Malinche desapareció de la historia y, sin que sepamos cómo, cuándo o dónde murió.
Aunque los indígenas la alabaron tras la conquista, poco después de su muerte, Malinche cayó en el olvido. A pesar de la ayuda que le prestó a Cortés, en sus crónicas el conquistador solo la menciona en tres ocasiones. Los cronistas españoles, aunque la respetaron, ocultaron su papel porque les quitaba protagonismo. El olvido no iba a ser la peor de las injusticias que la Historia tenía reservada a Malinche. A partir del siglo XIX una nueva Malinche surgía para servir a los intereses de los que buscaban independizar México de España; una Malinche traidora.
A Malinche la quisieron los indígenas, la utilizaron y escondieron los españoles y la odiaron y calumniaron los triunfadores de la Independencia. Pero poco a poco su memoria va resurgiendo apoyada en los textos históricos. Porque a fin de cuentas fue esta formidable mujer la que plantó la semilla para la creación de un nuevo país: México.
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