Segunda Guerra Mundial La matanza de mascotas de Londres: un sacrificio por amor
En la primera semana de la Segunda Guerra Mundial, casi medio millón de perros y gatos murieron en Londres por decisión de sus amos. Los mataron por ‘amor’.
Martes, 07 de Septiembre 2021, 09:11h
Tiempo de lectura: 2 min
La gente hacía cola para sacrificar a sus queridas mascotas. Clínicas veterinarias y perreras estaban inmersas en una campaña de exterminio sin precedentes.
Este episodio tuvo lugar en septiembre de 1939, en la primera semana de la Segunda Guerra Mundial: los londinenses acabaron con casi medio millón de perros y gatos.
Los veterinarios se quedaron sin cloroformo, tenían que usar corrientes eléctricas para matarlos. Y hubo problemas para encontrar sitio donde enterrar a tantos. Fue como un arrebato de histeria colectiva en un país que se considera amante de los animales.
Los sacrificios de animales se desataron ante el miedo a los bombardeos y la invasión alemana
La oleada de sacrificios empezó sin un motivo acuciante. Lo ha comprobado la historiadora británica Hilda Kean. En su libro The great cat and dog massacre intenta explicar las razones por las que se llegó a aquella masacre de animales domésticos.
Los alimentos aún no estaban racionados y había carne abundante para alimentar a los perros y gatos, procedente de caballos sacrificados por su edad. Tampoco había riesgo inminente para los ciudadanos o sus mascotas: los ataques aéreos sobre Londres no comenzaron hasta el verano de 1940. Todo apunta a que los londinenses sacrificaron a sus animales de forma preventiva.
¿Y si no se permitía llevarlos al refugio antiaéreo? ¿Y si eran víctimas de los gases químicos? ¿Y si los invadían los alemanes?
Uno de cada cuatro animales
En septiembre de 1939, al menos 400.000 perros y gatos fueron víctimas de una oleada de sacrificios en el área metropolitana de Londres, cifra que suponía en torno a la cuarta parte de las mascotas que vivían en la ciudad.
Muchos dueños de animales no soportaban la idea de que sus mascotas se arrastraran hambrientas a través de las ruinas. Los mataron por compasión. Pero, en la primavera de 1940, muchos dueños de animales se arrepintieron de lo que habían hecho. El destino de las mascotas que sobrevivieron a la matanza fue muy diferente. La gente pasaba tanto tiempo haciendo cola para la comida de sus animales como para la de la familia.
Aunque alimentar a los gatos con leche estaba prohibido, se estima que unos 80 millones de litros acabaron cada año en sus cuencos. Las autoridades hicieron la vista gorda: se valoraba la labor que los gatos hacían en la lucha contra ratas y ratones.
Los perros eran muy útiles en la búsqueda de víctimas de los bombardeos. Emocionó Spot, el perro que escarbó durante 12 horas para sacar a su familia de los escombros: los halló, pero muertos. Los animales subieron la moral de las personas. El gorrión Clarence, por ejemplo, iba con su dueña a los refugios antiaéreos y animaba a la gente con sus trucos y piruetas. Cuenta Hilda Kean que se forjó un entrañable vínculo entre las mascotas y sus amos durante los años que duró la contienda. Sin embargo, en la posguerra las cosas cambiaron: alimentarlos se había vuelto demasiado caro. En 1947 hubo que sacrificar a más de 15.000 perros por falta de instalaciones donde acogerlos.
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