El primer zar psicópata, Iván el Terrible Rusia Torturó a sus súbditos y mató a su hijo y heredero
Sábado, 21 de Mayo 2022, 01:15h
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No le tembló el pulso cuando ordenó que escaldaran a sus enemigos en agua hirviendo o que inscribieran a fuego en su piel la frase: «Sin un terror semejante, no es posible la justicia en el mundo». El zar Iván IV se jactaba de haber violado a mil vírgenes y de haber sacrificado a los hijos que tuvo con ellas. Después de una pequeña siesta solía visitar las mazmorras para asistir al suplicio de algunos presos. Sentía un placer inmenso en la visión de la agonía.
En una ocasión se encontró en palacio con su nuera Elena, a la que golpeó por vestir de manera inapropiada. Las protestas de su hijo enfurecieron tanto a su padre que lo mató de un brutal golpe en la cabeza con su bastón de hierro. Aunque era un monstruo sin remordimientos, nunca se sobrepuso al asesinato de su propio heredero.
Encerrado y perseguido en la infancia
Sus biógrafos aseguran que su carácter sanguinario se forjó en su infancia, cuando fue sometido a todo tipo de humillaciones por los boyardos, los señores feudales de la antigua Rusia que querían acabar con su familia. Fueron ellos los que lo obligaron a recluirse en el palacio del Kremlin, donde vivía casi como un mendigo. Estaba a su merced y lo sabía.
Años después, en una carta dirigida al príncipe Kurbski, el zar recordaba sus aciagos años de infancia: «Muchas fueron las ocasiones en que no me trajeron la comida a su hora. ¿Y qué decir del tesoro paterno, que me correspondía por derecho? Lo saquearon… ¡Los hijos de los boyardos robaron el tesoro, lo fundieron para hacer vajilla de oro y plata y grabaron en ella el apellido de sus padres como si se tratara de un bien hereditario!».
Iván IV Vasílievich, más conocido como Iván el Terrible, era hijo de Basilio III, príncipe de Moscú, y de Elena Glínskaya. Antes de morir, su padre lo nombró su sucesor en el trono cuando solo tenía 3 años y lo puso bajo la tutela de su madre, quien falleció un lustro después, probablemente envenenada por los boyardos.
La desaparición de Elena dejó sin autoridad al país y avivó las intrigas entre los grandes clanes boyardos, los Glinski, Shuiski, Belski y Obolenski, que siguieron considerando al pequeño príncipe como un estorbo. Cuando cumplió 13 años, el joven urdió un plan para vengarse. Convocó a palacio a los miembros de la familia Shuiski, a los que reprendió por haber abusado de él cuando apenas tenía 3 y 4 años.
Con solo 13 años, ordenó que una jauría de perros hambrientos devorara a su gran enemigo, el príncipe Andréi, ante la mirada horrorizada de los nobles
El odio acumulado le infundió valor para hacer lo que se proponía. A una señal suya, los guardias atraparon al líder de la familia Shuiski, el príncipe Andréi, y lo arrastraron a la calle, donde habían dispuesto una jauría de perros hambrientos que lo devoraron ante la mirada horrorizada de los nobles. Pese a todo, los boyardos siguieron acosando a Iván hasta que cumplió 17 años.
En sus aposentos del Kremlin, el joven príncipe había leído libros sagrados que daban el título de zar a los reyes de Babilonia y a los grandes líderes y emperadores romanos, como Julio César y Augusto. Para Iván, la palabra 'zar' gozaba del prestigio de la Biblia y de los grandes Imperios antiguos, como el babilónico y el bizantino. Pensaba que el que fuera coronado con ese título sería el heredero de esos emperadores y el forjador de la Gran Rusia moderna.
El cabeza de la Iglesia moscovita, Macario, conocía el sueño imperialista del joven Iván y apoyó sin fisuras su ceremonia de coronación como zar, que tuvo lugar en la catedral de la Asunción en Moscú el 16 de enero de 1547. Poco después se casó con Anastasia Románovna, quien influyó en muchas de las decisiones de su marido en los años venideros.
Unos ojos azules penetrantes
Iván era un tipo alto, con nariz aguileña y la cara prolongada por una barba pelirroja. «Fascinaba a sus interlocutores con sus ojillos azules y penetrantes, hundidos en sus órbitas», señala Henri Troyat. Este miembro de la Academia Francesa y biógrafo del monarca ruso desvela que «bebía demasiado y que el alcohol le alteraba los nervios, ya destrozados por una infancia desdichada y constantemente amenazada». Pese a su carácter violento y sus constantes paranoias, el joven zar potenció las artes y las letras, introdujo la imprenta en su país. Además, era un cristiano devoto que cumplía escrupulosamente con los rituales de la Iglesia ortodoxa, aunque no le temblaba el pulso cuando ordenaba ejecutar a algún clérigo que le había sido desleal.
El año de su coronación como zar, un incendio destruyó buena parte de Moscú. La ciudad estaba casi completamente construida en madera, por lo que era muy vulnerable a las llamas. Por sus calles corrió el rumor de que los culpables habían sido los boyardos. El zar aprovechó el caos para consolidar la administración central y reducir el poder de los grandes nobles.
Su entrada triunfal en Moscú
Su reino, el principado de Moscovia, tal y como entonces se llamaba Rusia, estaba rodeado por una serie de estados tártaros (kanatos) que frenaban su expansión y constituían una amenaza permanente. Los más importantes eran Kazán, en el curso medio del Volga, Astrakán, en el curso bajo de ese mismo río, y Crimea, al norte del mar Negro.
En 1552, aprovechando una tregua en el pulso militar que mantenía con Polonia y Lituania, el soberano sitió la capital de Kazán con más de 150 cañones. Un mes más tarde, las tropas rusas penetraron en la ciudad y asesinaron a toda la nobleza tártara de ese kanato. El zar ordenó que la población musulmana fuera sustituida por colonos rusos y que se derruyeran las mezquitas para construir sobre sus ruinas iglesias ortodoxas.
Cuando hizo su entrada triunfal en Moscú, Iván IV lucía una indumentaria azul sobre la que portaba una brillante armadura plateada. Tras llevar tres siglos subyugados por los tártaros, los rusos mostraron su agradecimiento a su señor, cuyos ejércitos habían «destruido al dragón en su madriguera», tal y como destacó el arzobispo Macario.
Algunos historiadores señalan que fue a partir de entonces cuando el zar comenzó a ser conocido como Iván el Terrible, un sobrenombre que se ganó a pulso. Dos años después de su gran gesta contra los tártaros de Kazán, lanzó a sus ejércitos contra el kanato de Astrakán, cuyos líderes se rindieron tras una breve campaña militar. Aquellas victorias añadieron casi un millón de kilómetros a los dominios de Rusia, un país que comenzaba a transformarse en una gran potencia.
Enardecido con la idea de construir un inmenso Imperio, el zar invadió Livonia, una pequeña y rica nación ubicada en la costa del mar Báltico (parte de cuyos territorios corresponden a las actuales Letonia y Estonia). Pero aquella aventura le salió bastante cara, ya que tuvo que soportar una larga guerra de 25 años contra Lituania, Polonia y Suecia que quedó en tablas y mermó sus arcas.
La construcción de un imperio y el primer KGB
En aquellos años murió su amada esposa, Anastasia, lo que le sumió en una profunda paranoia. Estaba convencido de que nobles boyardos y sus propios consejeros la habían envenenado. Pensó que, si Dios había permitido que sus enemigos le arrebatasen a su mujer, tenía derecho a comportarse de nuevo como un loco sanguinario. Creía que por horribles que fueran sus excesos serían bien vistos por Dios, que en su infinita sabiduría apreciaba las naturalezas violentas frente a tibios y timoratos.
Creó la Opríchnina, una policía que sembró el terror y fulminó el poder de los boyardos, cuyas posesiones pasaron a la Corona
Movido por su afán de venganza, creó la Opríchnina, una policía que sembró el terror y fulminó el poder de los boyardos, cuyas posesiones pasaron a la Corona. De aquella depuración surgió una nueva burocracia y grandes latifundios que quedaron en manos del zar. El pueblo comprendió que ya no gobernaban los altaneros boyardos, sino el propio zar a través de sus agentes.
Los rusos comenzaron a temer la violencia extrema y el sadismo de los 6000 miembros de la Opríchnina, cuya represión en Nóvgorod, donde mutilaron hasta la muerte a centenares de personas, fue recordada durante siglos. Gracias a esa guardia pretoriana, Iván el Terrible se deshizo de sus enemigos, incluida la Iglesia, a la que metió en cintura para frenar su vertiginoso enriquecimiento.
Se instauraron tribunales que ordenaban torturar sin piedad a los sospechosos. «El mero rumor permitía al juez comenzar la desarticulación y rotura de los huesos, lacerar el cuerpo con latigazos y quemar a la víctima», afirma el escritor ruso Benson Bobrick.
En sus últimos años, Iván IV envió expediciones militares para conquistar Siberia. Murió el 18 de marzo de 1584, se creía que de sífilis. Pero analizaron sus restos en 1960 y encontraron altas dosis de mercurio, por lo que no se descarta que fuera envenenado. Fue enterrado al lado del hijo al que había matado en un ataque de furia demente. Su otro vástago, Teodoro, de mente perdida y constitución débil, se apoyó en su ambicioso cuñado Borís Godunov, quien pronto gobernaría Rusia en su lugar.
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