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El fuego ha mutado: llegan los incendios de sexta generación

Llegan los incendios de sexta generación. El fuego, como si fuera un virus, ha mutado y nadie está preparado para enfrentarse a la virulencia de los incendios forestales de sexta generación

Por Carlos Manuel Sánchez

Lunes, 13 de Septiembre 2021

Tiempo de lectura: 2 min

Hagamos memoria. La primera generación llega en los años setenta, cuando el paisaje de mosaico retrocede y el bosque se vuelve más impenetrable. Los de segunda ganan velocidad. Los de tercera, ya en los años noventa, son más intensos y frecuentes por la mayor densidad de combustible. Con la cuarta, las llamas llegan hasta las entradas de pueblos. El margen para salvar vidas humanas empieza a ser crítico. La quinta es la de los ‘megafuegos’ con diferentes focos.

Los fuegos de sexta generación atacan por sorpresa, provocan conatos aquí y allá, como una manada de criaturas salvajes

Los expertos ya creían haberlo visto todo. Pero la sexta es aún más agresiva. La masa de combustible es tan grande que el fuego modifica las condiciones meteorológicas, crea remolinos, tormentas, cambia de rumbo, acelera… Son fuegos que superan la capacidad de extinción de las brigadas forestales, cuyo límite son llamas de tres metros y velocidad de propagación de 2 km/h. En Galicia en octubre de 2017, las llamaradas alcanzaron 20 m y velocidades aterradoras de más de 10 km/h. Pero si el viento llega a los 90 km/h, las llamas le echan una carrera a Usain Bolt y ganan. El fuego rapidísimo de copas, propiciado por la abrumadora cantidad de eucaliptos y pinos, es técnicamente inapagable. Solo queda huir o rezar. Y es también impredecible. Ataca por sorpresa, provocando conatos aquí y allá, como una manada de criaturas salvajes.

No solo el fuego ha mutado, también la población. El medio rural ha envejecido. Quedan pocas manos y fuerzas para limpiar el monte

El fuego ha mutado por cuatro factores. Uno es el cambio climático, otra mutación es la demográfica. El medio rural se está despoblando. Y los que quedan han envejecido. Pocas manos y pocas fuerzas para desbrozar el monte. Y para limpiarlo. La maleza campa a sus anchas.

También el paisaje ha mutado. Por ejemplo era prácticamente monte pelado hasta mediados del siglo XX. La política forestal de la posguerra consistió en plantar pinos y eucaliptos, dos especies foráneas que medran con el fuego; sobre todo el eucalipto, que actúa de ‘repetidor’ en los incendios, lanzando pavesas al aire que pueden volar decenas de kilómetros. Los prados y cultivos que servían de cortafuegos naturales se fueron perdiendo. El 15 por ciento de Galicia ya es un gran eucaliptal: 425.000 hectáreas, el doble de lo que estaba previsto en los planes forestales para 2032. La papelera ENCE es el principal fabricante de celulosa de Europa. Y está en el punto de mira por fomentar la expansión de las plantaciones de eucalipto gallegas, que compra a las comunidades de montes y a los particulares.

Lo que no cambia es la estupidez humana. El fuego siempre ha sido una herramienta, pero también un arma. Sirve para ahuyentar a los lobos, para abrir pastos, para limpiar… Y también para vengarse de un vecino. El factor humano explica la mayoría de los fuegos. Pero los pirómanos en sentido estricto -afectados por una tendencia patológica- solo están detrás del 5 por ciento. No hay que confundir con los incendiarios, que por lo general son unos desalmados o unos negligentes.