Ángela Nieto La descubridora del mecanismo de la metástasis «Hay células programadas para suicidarse. Mire su mano...»
Esta bióloga es una de las científicas españolas más premiadas. No es para menos. Su investigación la ha llevado a descubrir por qué unas células tumorales deciden abandonar su puesto y se ponen a viajar, produciendo una metástasis. El 14 de junio ingresará en la academia de ciencias francesa.
Es una de las grandes investigadores de las metástasis, los tumores secundarios que aparecen cuando se diseminan las células de un cáncer. Ángela Nieto (Madrid, 62 años) cuenta que nunca jugó con muñecas. Le pidió a su padre un juego de química, mezcló ingredientes que no debía y aquello explotó. Pero ya sabía lo que quería hacer el resto de su vida. Esta bióloga lleva 35 años estudiando los movimientos celulares. Y descubrió que las células embrionarias y las tumorales se mueven por la activación de un mismo gen. Dirige un grupo de investigación del Instituto de Neurociencias de Alicante, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Universidad de Miguel Hernández. Y acaba de ser galardonada, por Europa, con uno de los premios L'Oréal-Unesco a las mejores científicas de los cinco continentes, un reconocimiento que en España solo ha conseguido Margarita Salas. Nieto interviene, además, en el proceso de consultas de las candidaturas a los premios Nobel.
XLSemanal. La palabra 'cáncer' impone respeto, pero ya no asusta tanto como antes. Sin embargo, la palabra 'metástasis' causa angustia.
Ángela Nieto. Y con razón. Por las metástasis muere más del 90 por ciento de los pacientes de cáncer. Nuestra misión es curar el cáncer o convertirlo en una enfermedad crónica. Y para conseguirlo tenemos que prevenir la formación de las metástasis.
XL. ¿Cómo llega usted a la primera línea de esta guerra?
A.N. Yo estudiaba las células embrionarias de la cresta neural, que son migratorias y van a muchos lugares donde hacen cosas muy diferentes: forman el sistema nervioso, los pigmentos de la piel... Un día, haciendo un cribado de una colección de genes, aislé uno y vi que, si está apagado, la célula está inmóvil, pero cuando se enciende, la célula se mueve. Y sospeché que las células cancerosas podrían utilizar el mismo sistema para viajar. Es decir, que ese gen (luego vimos que son varios) se encendiera.
XL. Esta vez, para sembrar el caos...
A.N. Eso es. Pero no había ninguna evidencia experimental de que fuese así. Estaba en Inglaterra, terminando mi posdoctorado. Eran los años 90. Volví a España decidida a comprobar si esto era correcto. Y creé un equipo de investigación en el instituto Cajal. Me traje los clones de los genes en placas y los guardé en el frigorífico de mi casa, porque había que montar el laboratorio.
XL. Y acertó.
A.N. Sí. Pero tardamos seis años en demostrarlo. Cualquier hipótesis es una intuición. Y el método científico consiste en demostrar si es cierta.
XL. Para entendernos, ¿ese gen, cuando se activa, es como si a la célula le salieran ruedecitas?
A.N. [Ríe] Algo así. Piense en el genoma como una caja de herramientas. Todas las células contienen los 30.000 genes, pero unos están apagados y otros encendidos, y eso hace que cada una tenga una forma u otra, un comportamiento, una función...
XL. Ya veo. Y ese movimiento celular, a escala humana, ¿sería como viajar por España, o más bien un vuelo intercontinental o un viaje interplanetario?
A.N. [Ríe] No lo he calculado. Pero es un viaje largo. Y las células se van a encontrar muchas cosas diferentes por el camino. Y han de ser resistentes. Como nos pasa a todos cuando salimos de nuestro entorno. Luego descubrimos que, a la vez que el programa de movimiento, se activa otro de supervivencia. Las células que viajan son más fuertes. Y esto explica su resistencia a la quimioterapia, a la radioterapia, incluso a la inmunoterapia, que tan buenos resultados está dando.
«Dividir la educación en letras y ciencias es perjudicial. Entendemos mejor lo que nos rodea si tenemos herramientas comunes»
XL. ¿Cómo saben las células que hay que hacer la maleta?
A.N. Las células pueden moverse individualmente, en grupitos o en grandes oleadas. Lo más frecuente es que vayan en grupo. Pierden moléculas de adhesión a su lugar de origen, pero no las pierden del todo... Por eso viajan juntas. De esa forma se defienden mejor.
XL. ¿Y cómo saben a dónde ir?
A.N. Una célula oye cosas para las que tiene receptores y reacciona a eso. Y es sorda a estímulos para las que no tiene receptores.
XL. ¿Como si fueran semáforos?
A.N. Sí. Algunas de las moléculas que las células se encuentran durante el viaje las atraen, pero en muchos casos las repelen. Cuando los receptores de las células las encuentran, entienden que por ahí no. Hay caminos bien marcados y señales de prohibido el paso. Pero las células más peligrosas son las que pueden atravesar los capilares y entrar en el torrente sanguíneo, que las lleva a cualquier parte.
XL. ¿Y por qué no apagamos ese gen viajero y así las células tumorales no se mueven y el cáncer no se extiende?
A.N. Se investigó. Pero no sirve. El desprendimiento de células del tumor primario puede ocurrir muy pronto, incluso antes del diagnóstico. La mayor parte de los pacientes oncológicos tienen ya células circulantes de ese tumor, aunque todavía no tengan metástasis. Así que llegamos tarde si lo que pretendemos es impedir el desprendimiento de las células. Además, puede ser contraproducente.
XL. ¿Por qué?
A.N. Porque detener el movimiento celular puede ayudar a que las células que ya estaban en marcha aniden y colonicen un órgano.
«Somos una sociedad familiar, con muchas ataduras. Y eso está bien. Pero la ciencia te da una libertad que no te dan otros trabajos y a mí me gusta meterme en caminos desconocidos»
XL. ¿Cuáles son entonces las dianas terapéuticas más prometedoras?
A.N. Hay varias. Una es encontrar las debilidades específicas de aquellas células tumorales que ya se han vuelto móviles; y matarlas selectivamente. Otra es estudiar qué ocurre en los órganos distantes y cuál es el ambiente favorable que hay ahí para anularlo y lograr que, aunque las células lleguen, no puedan anidar. Sabemos que las células tumorales envían unas vesiculitas que llevan instrucciones para que los órganos distantes se preparen para acogerlas.
XL. Usted empezó como bioquímica y saltó a la biología molecular. ¿Por qué?
A.N. Cuando era una niña ya sabía que quería ser científica, aunque me interesaba más la química. Pero tuve una profesora en COU que me enseñó que la vida es un misterio fascinante. ¿Cómo una sola célula puede dividirse hasta formar un individuo compuesto por billones de células? Me encanta ver cómo va subiendo el grado de complejidad.
XL. ¿De niña no jugaba con muñecas?
A.N. No. Mi padre me compró un juego de química. Pero un día no seguí el protocolo y explotó. Mi madre se asustó y me escondió el juego.
XL. ¿Le gusta saltarse las reglas?
A.N. Me gusta ver lo que pasa cuando mezclas cosas. En biología dos y dos no siempre suman cuatro. A veces aparecen propiedades que te sorprenden.
XL. ¿Hay algo que todavía le sorprenda después de tantos años?
A.N. Lo parecidos que son los embriones de todos los vertebrados: peces, aves, mamíferos, humanos... Solo los expertos pueden distinguirlos.
XL. Es una cura de humildad...
A.N. Y es muy interesante desde el punto de vista filosófico. Yo voy buscando los universales. Las cosas que están en la base de todos los procesos. Cuando investigo un embrión, un tumor o la degeneración que produce la fibrosis, busco lo que tienen en común.
XL. ¿Por ejemplo?
A.N. Sabemos que es muy importante que el corazón esté desplazado a la izquierda para que tenga una buena coordinación con los vasos y para que haya un buen empaquetamiento de los órganos. Pues bien, que sea así se debe a los movimientos celulares. Inicialmente, el corazón es un tubo que está colocado en el centro. Y luego hay células que le vienen de la derecha y de la izquierda y que se van incorporando. Y como por la derecha le vienen más, ejercen más presión y lo desplazan. Esto mismo lo encontramos en pollos, en ratones, en peces...
«Una de las posibilidades terapéuticas pasa por estudiar el ambiente favorable para las células tumorales que hay en los órganos distantes y anularlo. Así, aunque esas células lleguen hasta allí, no podrán anidar»
XL. ¿Qué le sugiere que las células cancerígenas puedan ser inmortales?
A.N. En todos los laboratorios tenemos células HeLa, que provienen de una mujer que se llamaba Henrietta Lacks y murió de cáncer hace décadas. Pero no me resulta chocante porque estamos hablando de distintos niveles de complejidad. Que un grupo de células se divida eternamente puede ser incompatible con la vida de un individuo. También hay células que están programadas para suicidarse.
XL. Explíqueme eso...
A.N. Mire su mano. ¿Qué ve? Un dedo, un hueco, otro dedo, otro hueco... Pero, cuando se está formando, la mano no tiene esas subdivisiones. Es como una manopla. El tejido que hay entre los dedos está programado para morir. Esto se conoce como apoptosis.
XL. Tengo la impresión de que usted vive la ciencia como si fuera una aventura.
A.N. Sí. Me gusta meterme en caminos desconocidos. En España nos falla la audacia a la hora de movernos. Somos una sociedad familiar, con muchas ataduras. Y eso está bien. Pero la ciencia te da una libertad que no te dan otros trabajos. Yo me trasladé de Madrid a Alicante en 2004, pero no me vine sola. Me traje a todo mi grupo de investigación. Enviamos las muestras en camiones frigoríficos y los científicos íbamos detrás, en caravana. Y fue muy bonito, porque hubo maridos que siguieron a sus mujeres.
XL. ¿Qué haría para mejorar la enseñanza de la ciencia en las escuelas?
A.N. La ciencia y el arte tienen mucho en común. Creo que dividir la educación en letras y ciencias ha sido perjudicial. Entendemos mejor lo que nos rodea cuando disponemos de herramientas comunes: la búsqueda de patrones, la novedad, el descubrimiento...
XL. ¿Y la belleza?
A.N. Sin duda. Las células de la cresta neural, cuando empiezan a moverse, lo hacen al unísono, como una bandada de pájaros. He visto esa imagen en el microscopio cientos de veces y me sigue impresionando.
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