Lunes, 29 de Abril 2024, 14:52h
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Flamenca, de buena posición social y fuerte personalidad. Así era Clara Peeters, la primera mujer que protagonizó una exposición del Museo del Prado. Sí. ¡La primera! Suena tremendo, pero el susto disminuye cuando Miguel Falomir –director del Museo del Prado– explica que, a pesar de que la pinacoteca haya cumplido más de 200 años, apenas lleva unos 35 años organizando exposiciones periódicas.
El museo atesora 56 pinturas y 49 obras gráficas firmadas por mujeres. Muy poco teniendo en cuenta los inmensos fondos del Prado. Solo 60 mujeres tienen el privilegio de figurar como autoras de obras de su colección. Y de ellas únicamente tres son del siglo XVI y nueve del siglo XVII.
No ha sido fácil ser mujer artista. Casi todas las que lo lograron eran hijas de pintores que se habían criado rodeadas de lienzos y pigmentos o damas de buena cuna que se entretenían con los pinceles. Solamente un pequeño puñado de ellas –una minoría de esta minoría– logró vivir de su arte. Una de las que consiguió vender sus creaciones fue Clara Peeters.
¿Quién fue y por qué el Museo del Prado la elegió a ella para romper el hielo? «Sabemos muy poco de ella, y todo lo que conocemos lo hemos extraído de sus obras», responde Alejandro Vergara, quién fue comisario de la exposición El arte de Clara Peeters.
Por la fecha que figura en la madera de los bastidores de sus cuadros y las inscripciones en los cuchillos de plata que aparecen en sus bodegones deducimos que Clara Peeters nació en Amberes entre 1588 y 1590.
Por la riqueza de estos materiales (la madera, por ejemplo, venía de los bosques del Báltico) averiguamos que tenía una posición desahogada, lo cual también transmiten los candeleros de plata, las copas de cristal de Römer, la porcelana o las jarras de cerámica que pinta. Y por las cofias, vestidos y collares con los que se autorretrató confirmamos que pertenecía a un entorno urbano y que era diestra: una vez se muestra con los pinceles en la mano. Pero aparece camuflada, casi fantasmagórica: en tamaño diminuto y en el reflejo de los objetos relucientes que incluye en sus bodegones.
Se autorretrató muchas veces (por lo menos en ocho de sus obras), pero siempre en miniatura, como a escondidas. «Era su manera de mostrarse, de reivindicarse –interpreta Alejandro Vergara–. Y es también un alarde de su pericia».
También sabemos que Clara Peeters era dueña de una personalidad fuerte porque se hizo un sitio. Tuvo mérito. Le tocó vivir el esplendor de Rubens, que eclipsó al resto de los autores de su entorno y su tiempo. Era casi imposible sobresalir. Pero ella lo logró a base de desparpajo y trabajo concienzudo. La osadía la llevó a ser pionera: fue el primer pintor del mundo que incluyó peces en los bodegones. «Luego, la siguieron otros; el tema se puso de moda», cuenta Alejandro Vergara.
Sus maneras eran próximas a lo moderno, a lo que hacía Caravaggio en Italia o Sánchez Cotán en España, un nuevo estilo marcado por el realismo.
No estaba inscrita en el gremio de pintores –«Se ha buscado Peeters en muchas listas y no figura», cuenta Vergara–. Su primer cuadro es de 1607, lo atestigua el documento de un coleccionista. Fueron varios sus clientes importantes; entre otros, el marqués de Leganés o el rey Felipe IV de España. De ahí que el Museo del Prado tenga cuatro de sus bodegones, lo que lo convierte en el mayor coleccionista del mundo de Clara Peeters.
El Prado mostró 15 de las 35 obras que se conservan de la pintora; todo, bodegones y el retrato de una mujer. Como no podía asistir a una academia a formarse (era impensable acudir a un estudio lleno de hombres y ¡con modelos desnudos!), Clara Peeters se dedicó a la naturaleza muerta, un género factible en el ámbito doméstico. Eso explica que sea muy hábil retratando objetos y no tan ducha con los seres vivos.
Era tenaz y minuciosa, lo que le hizo destacar en los detalles y en la armonía de la composición de sus cuadros. Sobresale en su manera de presentar el contraste entre colores y en la composición. «Es una figura clave del bodegón. No solo la hemos elegido a ella por ser mujer», puntualiza Miguel Falomir. «Y no va a ser la última», añade.