La historia del CGAC a través de los ojos de Lourdes, una de sus empleadas más veteranas

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Lourdes Pardo, técnica superior de museo, con una pintura mural de fondo de Almudena Fernández Fariña inaugurada en el CGAC dentro del 30 aniversario del centro de arte santiagués. Esta historiadora del arte va a cumplir en él 26 años y dice formar parte de una gran familia: «Somos un engranaje muy bien engrasado. Llevamos muchos años juntos y nos conocemos todos perfectamente, para bien y para mal».
Lourdes Pardo, técnica superior de museo, con una pintura mural de fondo de Almudena Fernández Fariña inaugurada en el CGAC dentro del 30 aniversario del centro de arte santiagués. Esta historiadora del arte va a cumplir en él 26 años y dice formar parte de una gran familia: «Somos un engranaje muy bien engrasado. Llevamos muchos años juntos y nos conocemos todos perfectamente, para bien y para mal». XOAN A. SOLER

La técnica superior de museos e historiadora del arte empezó en el centro compostelano hace 26 años y pasó de hacer visitas guiadas a traer las obras de artistas de todo el mundo

21 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Lourdes Pardo Seoane se mudó a Santiago hace 32 años, para estudiar Historia del Arte. La ferrolana sigue viviendo en la misma casa en la que se instaló cuando era universitaria, en Rosalía de Castro. Cuando llegó a la capital gallega soñaba con ser egiptóloga, pero su vida acabó ligada al Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC) y es hoy una de sus trabajadoras más veteranas.

Aunque no estuvo para la inauguración de la infanta Cristina ni en los primeros años, bajo la dirección de Antón Pulido, recuerda que se incorporó a la plantilla el 29 de noviembre de 1997, estando Gloria Moure al frente y recién estrenada una exposición de Marcel Broothaers (Cinéma): «Fue mi primer empleo y en el que espero jubilarme. Un compañero que trabajaba aquí nos dijo que buscaban gente a mí y a otra chica de la facultad cuando estaba acabando la carrera. Hice la entrevista y al día siguiente empecé». Al principio realizaba visitas guiadas y echaba una mano donde se precisaba: vigilancia de sala, recepción, colaboraba en el arranque de la tienda-librería... Miguel Fernández-Cid entró como director en mayo del 98 y, al poco de llegar, la subió de cargo, como asistente de dirección.

No olvidará nunca las largas colas que hubo cuando llegó al edificio de la rúa Ramón del Valle-Inclán la colección Carmen Thyssen-Bornemisza en el 99: «Solo el primer día, vinieron 4.000 personas a ver la exposición. Había cuadros muy caros, podían acceder a la vez solo 100 personas y pusieron un arco de detección de metales y mucha seguridad, así que la fila para entrar llegaba hasta Casas Reais». A comienzos de siglo, esta técnica superior de museos y centros de arte pasó al departamento en el que continúa actualmente, el de Registro y Colección, donde solo había antes una persona (María José Villlaluenga, alias Pottoli). «Ella me lo enseñó casi todo sobre un registro», destaca la ferrolana. 

Su función es gestionar y controlar todas las obras que llegan para una exposición, desde el primer contacto con los prestadores —particulares o instituciones— hasta organizar todo el traslado y la logística, los seguros y la devolución en el caso de las piezas no adquiridas para fondos propios... Por extraño que suene, afirma que la parte fácil es lidiar con algún siniestro. «Los mayores dolores de cabeza son las compras para la colección del CGAC y todas las tramitaciones que hay que hacer. Trabajamos con fondos públicos y hay que medir hasta el último céntimo», indica. «En general, el papeleo es nuestra mayor pesadilla y las aduanas, hasta en préstamos temporales, cuando vienen de fuera de la Unión Europea. Las cuestiones técnicas y administrativas se han ido afinando con el paso del tiempo, sin embargo hay cada vez más papeleo. Antes las normativas eran más laxas, pero se ha multiplicado esta parte del trabajo desde hace unos años, con las nuevas leyes de transparencia, contratos... Algo que, personalmente, veo bien», añade Lourdes.

Para ella, este cuarto de siglo largo en el museo ha sido «toda una experiencia de aprendizaje y crecimiento personal». No solo ha tratado con artistas de todo el mundo y se ha encargado la gestión de registro en al menos un centenar de exposiciones temporales, sino que además coordinó y comisarió alguna de ellas. Afirma que ni ella misma era consciente en su día de la cantidad de trabajo que hay detrás de cada muestra y acumula infinidad de anécdotas dentro de esa trastienda tan desconocida para el público en general. Recuerda, por ejemplo, que un cargamento de tulipanes hizo que se retrasase una semana la inauguración de una muestra de Víctor Grippo: «El grueso de sus obras venían de Argentina, en la bodega de un avión comercial, con una tarifa específica. Pero, como haya que transportar en ese mismo vuelo productos perecederos, te arriesgas a que las piezas se queden en tierra. Y fue lo que pasó, a pesar de que los transportes de obra se hacen con un mes de antelación, teniendo en cuenta estos imprevistos y los tiempos de montaje». Y, aunque no es lo más frecuente, también llegó a recepcionar obras que llegaron de madrugada o un domingo.

El Tetris para meter las obras más voluminosas

En ocasiones, lidia con verdaderos quebraderos de cabeza para introducir obras de grandes dimensiones en el museo santiagués y ubicarlas en sus respectivas salas. En este sentido, tuvo que coordinar tres camiones de 15 metros cargados de arte y hasta fue necesario construir una pasarela para meter en el edificio a través de la puerta de la cafetería del CGAC (la más grande de todas) alguna intervención artística o montar una grúa por el techo de doble espacio desmontable. «En este tipo de situaciones, Carlos Fernández, que es quien más antigüedad tiene en el equipo de montaje, te da soluciones maravillosas. El mío es un trabajo muy en contacto con el de ellos. En general, es todo un trabajo en equipo», subraya Lourdes, quien destaca también un préstamo de una especie de trituradora gigante (medía 5x7x9 metros) de la artista libanesa Mona Hatoum para la que tuvo que diseñar cajas especiales para mandarlas a Estados Unidos.

«Los transportes también han cambiado en los últimos 20 años y hasta los tipos de embalajes, que por cuestiones ecológicas utilizan cada vez menos plásticos y más papel y cartón», apunta. Y, en el trato con los artistas, reconoce, es habitual que, «cuanto más importante son y más bagaje tienen, por mi experiencia suelen ser las personas más sencillas y humildes; luego, otros que no tienen ni tanto currículo ni tanta fama, son más complicados. Sin embargo, no he tenido ninguna mala experiencia con ninguno de los artistas ni comisarios. Recuerdo, como algo muy especial, cuando vino Marina Abramovic a hacer un taller de un mes y, en la presentación, acabó llorando... a Vik Muniz, Pedro Cabrita ReisRebeca Horn... Hay tatos que me dejaría a muchísimos en el tintero. Quizás el artista al que guardo mas cariño, por cercanía, por trabajar juntos [coordinó su exposición] y porque me trató como a una hija, fue Manolo Moldes. Algunos, sobre todo los gallegos, son como si fueran ya amigos por todos los años que llevamos en contacto».

En su caso, se cumple el refrán de En casa de herrero, cuchillo de palo. Confiesa que sí tiene en su hogar alguna obra de arte contemporánea -a la que le ha acabado cogiendo el gusto-, pero ninguna la compró ella sino que se la regalaron: «Tengo más decoración de reproducciones de vasijas griegas o de arte romano o medieval».

Como miembro de la asociación de registradores de España Armice, suele acudir a congresos y conferencias. En ellos, revela, el tema más habitual de conversación son las aduanas: «Diría que las peores del mundo, porque son súper estrictas y tienes que llevar todo atadísimo, son las de Canadá y Australia. Y las que más miedo pueden dar, por así decirlo, son las de Sudamérica, porque son más lentas y te dan cierta inseguridad al desconocer cómo funcionan... además, son los que más te clavan por las importaciones y exportaciones temporales o definitivas».