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Montse Maceiras: «No soy la única que se divorció tras la operación de cáncer»

Enfermedades

Lucía Cancela La Voz de la Salud
Montse Maceiras, superviviente de cáncer.

Esta coruñesa superó dos tumores, uno de útero y otro de riñón. La enfermedad le hizo darse cuenta de que «quería ser feliz» | El 4 de febrero es el Día Mundial contra el Cáncer

05 Feb 2022. Actualizado a las 11:25 h.

Los que conocen a Montserrat Maceiras la describen como una persona con un «coraje muy particular», con una capacidad comunicativa excelente que le permite pronunciar cáncer sin temor. Así, a los cuatro vientos. «Hay que llamar a las cosas por su nombre, señores», dice ella, «si es cáncer, es cáncer, y no una enfermedad común como pone en muchos papeles burocráticos», añade. Hablar sobre esta enfermedad, ya superada, «me ayuda, y si puedo ayudar al resto, mejor», comenta esta coruñesa. 

La reivindicación que hace de su historia contribuye a que no pase desapercibida, no porque sea lo que ella pretenda, sino porque es una cruda realidad que se recuerda cada 4 de febrero en el Día Mundial contra el Cáncer. La dosis de realidad sobre una palabra de seis letras, que hace que cualquiera ponga los pies sobre la tierra. Dos tumores y ningún proceso de quimio o radioterapia construyen su versión. 

Montserrat Maceiras tenía 45 años cuando fue diagnosticada de cáncer de útero. Era diciembre del 2017, con la ironía de la Navidad a la vuelta de la esquina. «Yo nunca tuve problemas con mi regla. Ese mes me empezó a dolor muchísimo antes de que me bajase, y pensé: “Que sensación más rara”», cuenta Montse (o Montserrat, como se menciona a sí misma cuando se pone seria). Le dolía la zona del ovario izquierdo. 

La preocupación comenzó a rondarle la cabeza, y la mosca estaba justo detrás de la oreja: «Se lo comenté a mis amigas, y todas me decían que la molestia era lo normal». Lo normal para el resto, pero no era su caso. «Estaba en el trabajo, y como no aguantaba del dolor, al salir me fui directa a urgencias. Allí me dijeron que no era nada, me dieron unos calmantes y que volviese por cualquier cosa». 

Montse se fue tal y como había entrado. La sorpresa llegó por la noche. «Me levanté, y mi cama estaba toda sangrada. Cambié las sábanas y me volví a acostar. Pero después fui al baño, y de nuevo la misma estampa», recuerda, «dejé todo totalmente rojo. Así que volví a urgencias porque pensé: “Esto no es normal”». 

Teléfono Infocáncer: gratuito y disponible los 365 días del año

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Ya en el hospital, «me tuvieron allí un rato, y vinieron como cinco, seis o siete ginecólogos a verme. Todos me decían lo mismo: “Tienes que quedarte ingresada porque estás dilatada de cuatro centímetros y no sabemos la razón”», cuenta la mujer. Escalofríos, incertidumbre y miedo para dar comienzo a una historia interminable de 17 días. «Me quedé ingresada en planta. En cada prueba que me hacían, arrastraban más y más. Ellos decían que salía “más podre”, pero no lograban llegar a mi ovario izquierdo. Es decir, la cámara penetraba perfectamente en el lado derecho, pero no en el izquierdo. Solo veían una mancha oscura. No funcionaba ni el TAC, ni la resonancia ni la ecografía», explica Maceiras. 

Pruebas y más pruebas, pero sin un diagnóstico claro todavía. Fue la propia Montse quien se atrevió a reclamarlo: «Vino un doctor a visitarme y le dije: “Llevo aquí mucho tiempo y nadie me dice nada. Me estoy empezando a poner nerviosa porque nunca había estado en el hospital tanto tiempo”», recuerda. Hacía deporte, se movía, estaba delgada y cumplía con sus chequeos, por lo que esta situación era nueva para ella. 

Ante su pregunta, resignación: «Montserrat, ¿qué quiere que le diga? Si cada vez que sacamos algo, está peor. Su doctora vendrá a hablar con usted», recuerda y verbaliza la protagonista. Algo más de espera y llegó el temido momento: «La doctora me dijo que tenía cáncer. Su miedo era que tuviese metástasis. Aunque eso no lo podrían ver hasta el momento de la operación», cuenta Montse. Se quedó en shock. «La palabra metástasis te mata en el momento». 

La doctora me dijo que tenía cáncer. Su miedo era que tuviese metástasis. Aunque eso no lo podrían ver hasta el momento de la operación

Minutos de perplejidad suficientes para aceptarlo y recobrar fuerzas: «Fui al baño a cambiarme de ropa para entrar a consulta, y nada más me vi en el espejo, me dije: “Será cáncer, Montse, pero por tus cojones, que no los tienes, que de esta salimos”», cuenta. ¿No lloraste? «Claro que lloré», responde Montse, «pero decidí que no iba a haber más lágrimas, era algo que no se podía arreglar con eso», reconoce llena de fuerza. 

Maceiras estaba decidida: tenía 45 años y toda una vida por delante. El tumor estaba detrás de su ovario izquierdo, escondido, «por lo que ante los ojos de los médicos pasaba desapercibido en los chequeos. Simplemente, parecía que era más grande de lo normal, pero como puede suceder con el tamaño de las mamas», señala. 

Precisamente la tristeza fue lo que no necesitaba a su lado. «Mi mejor amiga llegó por la puerta y venía llorando. Yo le dije: “Te quiero mucho, pero al fondo del pasillo hay una sala. Te vas, te relajas y cuando termines, vienes”», cuenta Montse. Tanto ahora, como en aquel momento, era consciente de que su entorno la quería, y la quiere, «pero en ese momento no necesitas a gente llorando, sino que traten de darte su apoyo», explica. 

Uno de los peores tragos fue pensar en cómo decírselo a su madre. «¿Cómo se lo cuentas a tu madre, de 81 años?, cómo le dices que a lo mejor tienes cáncer, que puede haber metástasis y que tal vez no salgas de la operación», insiste. Es más, no lo hizo en el momento. Se encargó hermana pequeña y sin entrar en la gravedad del asunto. «Con el paso del tiempo sí que se lo conté, y obviamente se enfadó», reconoce, «no quería que se preocupara. Pudo haber sido, pero no fue», añade. 

Ocho horas de quirófano

Ante el diagnóstico, Montserrat lo tenía claro. «Firmé todos los papeles, porque quería que me operasen. Me vaciaron. De lo contrario, me dijeron que con toda probabilidad al año y medio siguiente tendrían que volver a intervenirme. Si me diesen quimio, el ovario derecho se sacaría», recuerda la ex paciente. Los 17 días de ingreso pasaron rápido. De hecho, la operación no tardó en llegar. «Me dejaron irme a casa el fin de semana previo para relajarme. Y el martes fue el día». Ocho horas en el quirófano. 

Como no, ante esta situación también mostró parte de actitud: «Pensé: “Voy a perder un día en la operación, pero a partir del siguiente, voy a vivir al máximo». Y así intentó hacerlo, aún con las secuelas que le pudo dejar. Se mudó a casa de su madre durante unos meses, ella no podía hacer nada por sí misma. «El proceso de operación y diagnóstico pasó muy rápido, pero la enfermedad no acaba cuando sales del hospital, a pesar de que cuando te despiertas de la anestesia te dicen: “Salió muy bien”», señala Montse.  

«Un diagnóstico de cáncer siempre supone un impacto emocional muy fuerte», indica Rosa Trillo, psicooncóloga de la Asociación Española Contra el Cáncer, y terapeuta de Montse. «Cuando los pacientes llegan a mí, hay una alta carga de incertidumbre, ese no sé como va a salir o cómo irá el tratamiento. La persona también siente que hay una falta de control sobre su vida», precisa la experta. ¿Hay formas de tratar ese desconocimiento acerca del futuro? «Pueden funcionar técnicas más cognitivas, como ajustar las expectativas al tratamiento, aprender a  llevar una vida del día a día, pensando en el presente y no tanto en lo que va a pasar. A veces el mindfulness ayuda mucho en ese sentido», asegura Trillo. 

Desde luego el empoderamiento de Montse fue fundamental en su caso. «Por norma general, la información, ser consciente y partícipe del proceso, del autocuidado, de la toma decisiones y conocer lo que va a pasar, ayuda a llevar la enfermedad mucho mejor», precisa la experta. Hablar sobre su cáncer ayudó a la paciente: «Montse es una persona que tiene un coraje muy particular. El coraje y el optimismo que ella presentó, tiene y tuvo durante el proceso, hizo que lo llevase mejor», reconoce la terapeuta.  

Facilidad que le ayuda a ella misma, y al resto: «La reivindicación que hace para hablarlo, para que se escuche su voz fue fundamental para ella. Y a la vez, permite que muchísimas personas que pasan por una situación similar tengan un espejo en el que mirarse», destaca Trillo. 

«Una mancha en el riñón»

Un año después de su primer diagnóstico, la pesadilla de Montse volvió: «Los doctores me dijeron que se les había escapado una célula de cáncer, y que veían una mancha en mi riñón izquierdo que no era normal». Y de nuevo, otra intervención para extirpar el tumor, con todo el peso físico y mental que esto le ocasionó. «Fue una vuelta a empezar. Mi cabeza sigue diciendo a día de hoy: “¿Será solo eso o me volverá a pasar?”», se pregunta, y añade: «Voy temblando a cada revisión. Es más, hace una semana recibí de nuevo una llamada para hacerme más pruebas, porque ven una sombra, aunque todavía no saben dónde exactamente». Otra vez, la misma palabra: «Una sombra». 

Ahora se muestra resignada: «Lo que tenga que ser, será. Pero siempre me hago la misma pregunta: “¿Cuándo acabará esto?”. Me operan, y sigo, y un médico y otro», cuenta cansada mental y físicamente. «Estoy yendo a rehabilitación para el linfedema que tengo en la pierna derecha. Precisamente, después de la operación vienen todos los problemas, y esos no te los cuenta nadie», explica. También alaba a sus médicos. «Tanto mi ginecóloga Begoña, como mi médico de cabecera son maravillosos. He tenido mucha suerte con ellos», dice. La relación entre el paciente y su doctor es fundamental. 

«Bajé a la operación siendo una persona y cuando salí era otra»

Montse Maceiras, superviviente de cáncer. EDUARDO PEREZ

Montse Maceiras no es la misma Montse que entró a quirófano en enero del 2018. «Tu cabeza ya no piensa como antes. Bajé a la operación siendo una persona, y cuando salí era otra. Vi diferente a la gente, me empecé a fijar más en los detalles», cuenta. Precisamente, en pleno proceso de compresión llegó a la delegación coruñesa de la Asociación Española Contra el Cáncer. «Mi médico me sugirió que necesitaba entrar en contacto con gente que compartiese mi problema. Me dijo: « “Yo te veo bien, pero tu cabeza ya no es la misma”». Y así lo hizo. Sus palabras fueron a misa.

«Llegué y hablé con la psicóloga. Empecé a ir a charlas, a clases de yoga. Y no son solo las actividades, sino los ratitos de después en los que te quedas hablando con todas. Son ella quienes me ayudan a comprender muchas cosas», dice Montse, y se atreve a añadir: «Mi cabeza seguía en el antes cuando podía hacer muchas cosas. Ahora ya no, y precisamente, me ayudaron a entenderlo», reconoce orgullosa de todo su grupo. Recuerda a las de aquí (A Coruña), a las de Ourense, a las de todas las delegaciones. A las compañeras que siguen, y a las que ya no están. «Hemos perdido a varias amigas. Son cosas de la vida que pueden pasar, pero siempre duele», un pequeño silencio. 

Rosa Trillo, psicooncóloga

«Hay personas que experimentan en su vida un antes y un después de la operación», indica Rosa Trillo de la AECC. «Aparece muy relacionado con los valores y prioridades de cada uno, y por supuesto, nada es correcto o incorrecto», añade. En este sentido, la autoestima cobra importancia: «Al final, después de un proceso como este, el paciente o superviviente empieza a priorizarse a sí mismo y al cuidado personal, a tenerse más en cuenta, y a estar con la gente que más le importa». En definitiva, buscar el equilibrio. 

Eso sí, a Rosa Trillo no quiere hablar de luchadoras: «No me gusta usar ese tipo de términos belicistas. Creo que no ayudan a las personas cuando pasan por esto, porque nadie decide tener un cáncer, ni luchar contra ello», destaca. Aunque, el empoderamiento del paciente, tanto como sea posible, puede resultar fundamental «para llevarlo mucho mejor», señala la profesional. 

El cáncer, o el «bichito» como ella lo llama, también le ha dejado aprendizajes. «Desde el momento en el que te dicen que tienes cáncer, tu cabeza hace un clic y dices: “Tienes que pensar más en ti y cuidarte”». Así que al año de su primera operación, decidió separarse. «Tanto mis amigas, como mis hermanas me decían: “Tu estás loca, no eres la misma, no sabes ni lo que haces”». Nada más lejos de la realidad. «Yo les decía que sí, que estaré loca. Era mi vida, y la iba a elegir yo. La iba a vivir yo, y lo pensaba, y pienso, hacer a mi manera. Quería ser feliz».

En la asociación también encontró su porqué. «No soy la única que se divorció tras la operación». Montse se hartó y dijo «hasta aquí»: «Tal vez no estábamos bien antes, pero en lugar de acercarse más, se alejaron. Al principio te apoya, pero lo vas notando más y más lejos», cuenta Maceiras. Vaya, la vida y verdad en sí misma.

«Siempre hay un vuelco a la vida de los pacientes en menor o mayor medida. Pasar por un cáncer es un acontecimiento vital que es estresante de por sí. Es algo que viene de golpe, irrumpe en la vida de la persona y la pone patas arriba», cuenta Rosa Trillo. Una enfermedad que cambia la manera de vivir: «Durante el proceso, y a veces después, porque se enfrentan a secuelas y a limitaciones en su día a día», reconoce la experta. Descubre cuáles serán los tipos de cáncer más diagnosticados en España este 2022

Tras el diagnóstico tuvo que dejar su empleo. Otro bache, y esta vez económico. «Estuve cuatro años sin poder trabajar. El paro que tenía acumulado no lo había gastado por lo que pude cobrarlo. Pero cuando se agotó me quedé con la parte que paga la seguridad social, que es mucho menor». Angustia y estrés que se suman al día a día de una recuperación. 

Precisamente, fue en el entorno laboral donde Montse encontró durante años un mayor rechazo: «He ido a muchas entrevistas de trabajo, y al decirle que estaba operada de cáncer me decían que ya me llamarían. No me sonó el teléfono jamás», cuenta y añade: «Jamás. Yo les decía que tendría que ir al médico, y que por lo tanto tendría que faltar. Siempre defendí mi salud», insiste. 

He ido a muchas entrevistas de trabajo, y al decirle que estaba operada de cáncer me decían que ya me llamarían. No me sonó el teléfono jamás

La oportunidad le llegó finalmente a través de una amiga. «Su jefe quería abrir una tienda de lencería, y ella le habló de mí. Me llamó y tuvimos una entrevista. Yo le dije lo que tenía y que tendría que ir a revisiones, pero no le importó. Me dijo: “Yo te quiero a ti para abrir mi tienda. Confío en ti para ello”», recuerda orgullosa. Un chute de adrenalina. «Me vine arriba no, lo siguiente», dice, y continua: «Tantas entrevistas y que nadie se hubiese atrevido a llamarme para decirme que no». 

La familia y el apoyo al paciente de cáncer

El papel de la familia es fundamental, pero no siempre logran entender la situación. «Me sentía querida, estuvieron a mi lado siempre, pero al mismo tiempo estaban como yo. No entendían por qué a mí», reconoce con empatía. Los victimismos no eran para ella. «Hubo momentos en los que me sentí agobiada porque todo el mundo me decía: “pobrecita”. Y no. El cáncer ya se me había quitado, yo quería seguir viviendo y sentirme libre», comenta Montserrat, a la vez que le quita importancia a la intervención: «Me habían operado y ya. Como si de una hernia se tratase. En ese momento solo quería recuperarme», añade.

Para Rosa Trillo, psicooncóloga, los familiares son los grandes olvidados. «Ellos no son los pacientes, pero sufren de igual manera. Por ello, es importante entender que también pueden necesitar ayuda», recuerda. Para la profesional, lo mejor que podrá hacer el entorno del paciente será acompañar: «A veces no es necesario decir nada. Basta con estar y preocuparse de sus necesidades», explica. Los seres queridos también se enfrenta al impacto emocional, que puede resultar difícil de gestionar. «Ahí entramos los profesionales de la salud mental para acompañar al paciente y a su entorno en todo momento. Desde antes incluso del diagnóstico hasta que termina el tratamiento», señala la experta. 

Para Montse, un paciente oncológico todavía está sometido a un estigma. «La gente no sabe reaccionar. Dices cáncer, y es como decir muerte. Cuando en realidad lo que buscas es un “podemos juntas”, “de esta vamos a salir” o “tiramos de ti”». Como sociedad todavía cuesta entenderlo, aunque el relato de Montse ayude a pasos de gigante.


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