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Tras la caída de Whatsapp, ¿liberación o ansiedad?: «Algunas personas temen que pase algo si no están en línea»

Salud mental

Lucía Cancela La Voz de la Salud
La aplicación WhatsApp puede ser la plataforma de acceso para los hackers

Muchos viven por y para estar conectados, aunque no pueda considerarse una adicción. ¿Estamos enganchados al doble «check» azul?

27 Oct 2022. Actualizado a las 13:39 h.

Muchos viven por y para los mensajes. Por y para las notificaciones. Estar en contacto constante puede ser adictivo, y cuando esto falla, lo pasamos mal. Son pocos los que llaman. Ahora, el «¿qué tal?» ya no se pronuncia, se escribe. Y cuántos más mensajes, mejor. Es lógico, somos seres sociales, y las redes llevan en su nombre esta esencia: sociales. Como en todo, en la dosis reside el veneno. ¿Un uso excesivo puede ser perjudicial?

Pocos serían capaces de pasar 24 horas sin su teléfono. Ante este reto, muchos pueden alegar que sí, que no tienen Instagram, Twitter o Tik Tok. ¿Y Whatsapp?, ¿y correo electrónico? Las redes sociales, en cualquiera de sus formas, se usan y mucho. Varios datos. Según el informe Digital 2022, nueve de cada diez personas utilizan redes sociales en España. En números: casi 41 millones que les dedican aproximadamente dos horas al día. El documento indica que existen 55,52 millones de líneas móviles. A mayores, hay registrados 43,93 millones de usuarios de Internet y 40,70 millones activos en redes sociales. Con este panorama, no extraña que algunos no sepan cómo soltarlo. 

La frustración ante la caída de Whatsapp es un sentimiento compartido. La línea de hechos podría resumirse así: Mandas un mensaje. No hay doble check, ni tan siquiera uno. Solo un reloj a modo de “cargando”. Cierras la aplicación y la vuelves a abrir. Nada. Ahí sigue. Es raro, así que entras en otras redes sociales por si el problema es de tu conexión. Funcionan. Vaya. «¿Qué puede ser?», te preguntas. La incógnita se mantiene hasta que te llega una notificación. Es el periódico: «Whatsapp ha caído». Claro. «Ahora sí», te dices. 

Con todo, poco sirve que den una explicación. Porque la red social en cuestión no funciona, y tú tienes muchas cosas que decir, muchos grupos que contestar. Dicho así, hasta parece algo patológico. Vamos a la raíz del problema. Los sistemas de mensajería son cómodos, rápidos, y la interactividad (y por lo tanto recompensa) es inmediata. Nos permite saber si la persona nos ha leído, si ha recibido el mensaje, nos da tiempo a pensar qué decir. Y por último es (casi) gratuito, lo que facilita el acceso a la plataforma. Determinar cuándo se vuelve preocupante es difícil, de base, porque hay que individualizar cada caso. Eso sí, existen rasgos que podrían indicar que se han pasado las líneas rojas. Lo explica Alfredo Oliva, doctor en Psicología especializado en la adolescencia y pionero en España en la investigación del uso y riesgos de las nuevas tecnologías en los niños y jóvenes: «Que alguien pase demasiado tiempo no significa que sea adicto, es posible que solo tenga un uso intensivo. Las alarmas pueden sonar si se acompaña de otros indicadores como falta de control; tolerancia, es decir, que cada vez necesite más tiempo para obtener el mismo grado de satisfacción; malestar o ansiedad; dejar de lado otras actividades; la falta de implicación en otras cosas o un peor rendimiento académico o laboral», detalla el experto. 

¿Qué nos hace más vulnerables a las redes sociales?

Aquellos que más dificultades pueden presentar para gestionarlas son los jóvenes, y hay varias razones que lo explican. En primer lugar, el momento evolutivo: «Están en una etapa en la que las relaciones sociales tienen mucho peso, como es la adolescencia o la adultez temprana. Eso se traduce en un mayor uso de la tecnología que permita estar conectado», precisa el doctor en psicología.

Después, están los factores personales. Si una persona tiende a aislarse más o menos, o está atravesado un momento complicado. Pero, según el experto, la variable individual más importante es el autocontrol. Pista: con falta de desarrollo entre los jóvenes. «Los mecanismos cerebrales que nos permiten controlar las emociones y el comportamiento empiezan a desarrollarse durante los años de la adolescencia y hasta la adultez temprana no acaban de formarse. Eso quiere decir que los años comprendidos entre los 12 y 18 forman una etapa de mucha vulnerabilidad al efecto de las redes sociales», explica Oliva. Así que, al menos, paciencia. 

 

Sin embargo, hay que diferenciar entre lo que significa estar enganchado a realizar un mal uso, porque el diagnóstico de adicto a las redes, como tal, todavía no es posible. La palabra adicción en este contexto trae aparejada cierta controversia, al igual que asemejar su efecto con el de las drogas. Si bien a nivel biológico presentan un efecto parecido, no ocurre lo mismo con los perjuicios que generan en la salud: «Ambos activan el circuito dopaminérgico, del cual depende tanto esa euforia que muchas sustancias producen como recibir un nuevo like en Instagram. En cambio, la diferencia fundamental es que las redes sociales por sí mismas son inocuas, y la sustancias de abuso tienen un efecto tóxico», precisa la profesora Teresa Sánchez, directora del título Experto Universitario en Intervención en Adicciones Tecnológicas de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), e investigadora principal del grupo de investigación Psiconline de la institución. Dicho en otra palabras, el impacto negativo de las drogas sí se observa en el cerebro, cuando el de las redes sociales no: «Es una cuestión más de conducta, de ahí que haya que llamarlo adicción entre comillas. Todavía no está claro si se debe a un mal uso de la tecnología, que produzca alteraciones, o a que en realidad pueda considerarse una adicción», precisa la experta. 

En jóvenes, la búsqueda de los likes se magnifica. «El cerebro tiene un circuito que libera una sustancia que provoca una sensación placentera. Sensación que durante la adolescencia es más intensa porque las hormonales puberales sobreactivan el sistema en el que se produce. Así, el chute de adrenalina es mayor. Si, además tenemos en cuenta que sus mecanismos de autocontrol no están del todo desarrollados, nos encontraremos con un adolescente que es como una moto muy potente, con los frenos sin apenas montar», explica el investigador. 

Sea como sea, el mal (o nulo) funcionamiento de una red social enfada, mientras que su uso continuado genera un refuerzo positivo: «Cuando nos quitan algo que nos gusta, solemos perseguirlo, sobre todo cuando es algo que utilizamos con mucha frecuencia todos los días, y además genera un estado de felicidad», detalla Teresa Sánchez. Mucho más si hablamos de aquellas personas con dificultades para relacionarse en el cara a cara: «Es un caso extremo, pero a ellos las redes sociales es lo que les queda», añade. 

«Pensamos: “En dos horas no he podido comunicarme con nadie”, cuando en realidad podríamos llamar por teléfono»

Como es lógico, la situación dependerá de cada individuo. Pero para muchos (identificarse con uno u otro es tu labor) la caída de Whatsapp fue sinónimo de sentimiento de pérdida. «Pensamos: “En dos horas no he podido comunicarme con nadie”, cuando en realidad, podríamos llamar por teléfono», detalla Sánchez, que apunta a una tendencia: «Estamos acostumbrados a utilizar las aplicaciones de mensajería como única vía de comunicación, y con ello, perdemos el resto de alternativas. Ya sea una llamada o una visita», destaca. Es un miedo a no estar en la onda. A perderse algo. «Habrá personas que lo hayan pasado muy mal porque para ellas es muy importante que funcione debido al temor de que pase algo si no están en línea», detalla la profesora. 

Por otra parte, y en la línea de argumentos que justifican la preferencia aplastante por los mensajes instantáneos, se encuentra la protección. Controlar y pensar (y volver a pensar) en todo momento lo que se escribe. «No es lo mismo hablar de un tema delicado en persona, que hacerlo por escrito. Se trata de un escudo que tenemos, y que de alguna forma, nos aleja de lo que podrían influir los sentimientos en la conversación», detalla la profesora de la UNIR.  En el otro lado de la balanza quedan los “pasotas”. Aquellos que ni se enteraron, o que si lo hicieron, les dio igual. Eso desde luego. 

Eso sí, que genere frustración no es sinónimo de problema. «Mucha gente está pendiente de Whatsapp porque es un medio que permite recibir información. Otra cosa distinta es que aparezca el malestar o la ansiedad», precisa Alfredo Oliva. 

Los grupos y mensajes en Whatsapp son lo mismo que los likes en Instagram. Especialmente, entre la población más joven. «Hoy en día, será muy complicado que un adolescente que tenga que relacionarse con los demás lo haga sin redes sociales. Al final, esta sociedad se mueve con la tecnología, y se tiende a dejar de lado a quién no se sube al tren», alerta Teresa Sánchez.

¿La solución? No perder las buenas costumbres: «Desde el punto de vista tanto familiar, como educativo, hay que enseñar alternativas. Que llamen por teléfono o que queden en persona», propone la experta. Así que para dejar de considerar “un rarito” a quien no tiene la red social de turno, habrá que hacer un esfuerzo: «Enseñar la aceptación de las diferencias ajenas y promover actividades y formas de comunicarse que sean distintas al exclusivo uso de redes sociales», recomienda la investigadora. 

 


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