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Inquietos, infelices, desanimados: ¿por qué aumentan los casos de depresión en adolescentes?

Salud mental

Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

Los datos se han agravado desde la pandemia con un aumento de hasta el 47 % en los trastornos de salud mental en los menores

18 Dec 2022. Actualizado a las 20:48 h.

La salud mental de los jóvenes está comprometida. No la de todos, eso que quede claro, pero sí la de muchos más que antes. Hace casi tres años que el covid-19 llegó y arrasó con todo y cuanto pudo. El virus acaparó la atención al completo. Era la prioridad, como no podía ser de otra forma. Sin embargo, y a medida que las cifras de casos bailaban entre olas, un problema de salud pública crecía en silencio. Al menos hasta ahora, cuando los datos numéricos empiezan a ser los protagonistas.

La pandemia provocó un aumento de hasta el 47 % en los trastornos de salud mental en los menores. Desde el 2019, los casos de ansiedad y depresión, así como los diagnósticos de TDAH se multiplicaron por tres o cuatro, respectivamente; mientras que los suicidios han crecido hasta un 59 %. Estas conclusiones pertenecen al Grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre Salud Mental en la Infancia y Adolescencia, de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (Aepep), y fueron publicadas en abril del 2022. 

El problema no es novedad. Antes se veían resquicios, que ahora no se han hecho más que magnificar: «Previo a la pandemia ya se estimaba que en torno al 10 % de los niños y al 20 % de los adolescentes sufría trastornos mentales, con consecuencias que se pueden prolongar a lo largo de toda su vida», detalla la investigación.

Como paradoja, durante los primeros meses de la emergencia sanitaria se observó una disminución importante del volumen de asistencia global en relación a la salud mental. Los jóvenes apenas acudían a los servicios de urgencias pediátricas o a los centros de atención primaria. Una primera fase seguida del posterior y actual incremento. «Durante el 2020, se suicidaron en España 14 niños menores de 15 años, el doble que el año anterior, y entre los jóvenes de 15 a 29, el suicidio es ya la segunda causa de fallecimiento, solo superada por los tumores malignos», explican desde el grupo de trabajo. El mayor riesgo de los jóvenes es, como pueden ver, su salud mental. 

Las asociaciones de salud mental confirman la escalada de casos. «En la pandemia, nos encontramos con una situación que nadie se esperaba y que ha generado muchísimo estrés, incertidumbre y sobre todo miedo al futuro», explica Carina Fernández, psicóloga coordinadora de Atención Integral en Feafes Galicia. Son más los menores que se cuestionan el porqué de esta situación, «si merece la pena luchar», señala. Los adolescentes, en pleno desarrollo de la personalidad, se vieron coartados de uno de los pilares de su salud mental: las relaciones con sus iguales. «No pudieron verse en persona, tuvo que ser todo a través de las redes con los peligros que eso conlleva. Abandonaron actividades que les gustan de manera obligatoria, y cambió su rutina y su forma de vida», añade Fernández. A mayores, muchos perdieron a seres queridos y  la situación económica de su casa se pudo tambalear. 

Todo esto, sin saber cómo afrontarlo: «Lo llevan peor porque están desarrollando su forma de ser. En cambio, los adultos, tenemos una personalidad formada y herramientas para hacer frente a la adversidad», explica la psicóloga de Feafes. Los adolescentes atraviesan una etapa tan delicada, como fundamental, para su salud mental, y cuando se altera poco tiene que ver con una generación de cristal: «Los niños de ahora viven en una sociedad que no es la misma de antes. Los adultos ya no le prestamos tanta atención, los dos padres van a trabajar, la vida es mucho más rápida y estresante, y además, entran en juego las redes sociales», explica Fernández.  

Por su parte, Alejandro de la Torre-Luque, profesor de la Facultad de Medicina del área de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid, critica «la sociedad de la felicidad impuesta»: «Estamos sumidos en una sociedad que cada vez pretende ir más rápido y centrada en las emociones positivas y en la felicidad, mientras que considera que las emociones negativas implican que no se están enfrentando bien una situación».

Según datos aportados por la Sociedad Española de Urgencias de Pediatría (SEUP), los diagnósticos de trastornos mentales en Urgencias crecieron un 10 %. Así, los que más aumentaron fueron la intoxicación no accidental por fármacos, con un 122 %; el suicidio, intento de suicidio o ideación autolítica, con un 56 %; los trastornos de la conducta alimentaria con un 40 %; la depresión, un 19 % y finalmente, la crisis de agresividad, un 10 %. 

La situación es todavía peor si se tiene en cuenta cómo piden ayuda: «Los jóvenes acuden a los centros sanitarios presentando mayor gravedad», detalla el grupo de trabajo de la Aepep. Por ejemplo, se ha registrado un claro descenso en el inicio de los síntomas, y un aumento de las intoxicaciones con fin suicida y el consecuente ingreso en unidades de cuidados intensivos. 

A este respecto, también se ha pronunciado Save The Children, en su informe Crecer Saludablemente, en el que se comparó los datos obtenidos con los referentes a la Encuesta Nacional de Salud del año 2017. Así, observaron que los trastornos mentales en niños de entre 4 y 14 años pasó del 1,1 % en el 2017, al 4 % en el 2021. 

La organización señala que estas cifras en España ya eran preocupantes antes de la pandemia. Según el estudio Global Burden of Disease, del año 2017, España era el tercer país con mayor porcentaje de menores de 20 años que presentaban algún tipo de trastorno mental (un 14,4 %). 

Desequilibrio entre familias y médicos

En concreto, 1 de cada 7, una cifra que quedaba por encima del conjunto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, que de media, apuntaba a 1 de cada 9. Mientras tanto, los médicos hacían menos diagnósticos, y los padres reconocían un aumento. ¿Por que se produce esta contradicción? «Puede ser consecuencia del colapso del sistema sanitario por la pandemia», apunta Save The Children. 

Pero esto no es todo. Si hace cuatro años un 19 % de los progenitores consideraba que sus hijos tenían muchas preocupaciones, este porcentaje alcanzó el 30 % el año pasado. Lo que queda claro para la entidad es que la pandemia ha traído nuevos miedos e infelicidad para los más pequeños: «Algo muy similar ha ocurrido con los padres y madres que consideran que sus hijos e hijas se encuentran más aislados, menos comunicados con sus iguales y tienden a jugar solos; que se sienten inquietos, infelices, desanimados o llorosos», precisan en el documento. 

¿Cuáles pueden ser las causas?

El informe Crecer Saludablemente de Save The Children no solo aporta datos. También contextualiza las conclusiones numéricas. En primer lugar, destaca que los trastornos mentales son mucho más frecuentes entre jóvenes mayores de 12 años. En segundo, que a partir de los ocho, empieza a dibujarse una diferencia entre niños y niñas: ellas tienen más trastornos mentales, mientras que ellos, de conducta. 

Otro de los apuntes, presente en la Encuesta Nacional de Salud y en el informe de la organización, es que el nivel socioeconómico condiciona el bienestar mental de los más pequeños. «Los hogares con rentas más bajas son aquellos donde hay más niños, niñas y adolescentes que tienen trastornos mentales y/o de conducta (un 13 %). En cambio, es mucho menos probable que los niños, niñas y adolescentes que viven en hogares más acomodados presenten este tipo de problemáticas (un 3 %)», explica la entidad. Así, los menores que viven en hogares pobres tienen una probabilidad cuatro veces mayor de padecer trastornos de salud mental. 

Además, el informe señala otras conductas que hacen de factores de riesgo. El acoso escolar, el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas y la violencia o malos tratos son los principales. El porcentaje de menores que sufren bullying, por ejemplo, ha pasado de un 14 a un 16 % en el 2021. Por su parte, el consumo de drogas, alcohol y tabaco tiene su inicio a edades muy tempranas. Según el estudio Edades, los hombres comienzan a los 16 años, y las mujeres, a los 17. 

Más allá de sus cosas buenas, la tecnología también tiene una parte negativa. Juicio constante, comparación y falta de desconexión. «Ahora tenemos que tenerlas muy presentes ante las situaciones difíciles como el acoso escolar. Antes se quedaba en el colegio, y el hogar era un lugar de protección, ahora continúan. Se sienten observados constantemente. Tienen una sensación de inmediatez e influyen en muchos aspectos: cómo visten, el rendimiento escolar, de cómo se relaciona, si es popular, o su aspecto físico», precisa Carina Fernández, de Feafes. La profesional destaca un uso excesivo de las tecnologías en el aumento de los trastornos mentales, y señala que las campañas de prevención son fundamentales. 

A mayores, la experta gallega añade otras conductas perjudiciales: «En primer lugar, las expectativas académicas, la presión de los componentes, tienen la necesidad de seguir determinados cánones, estar en todos los grupos, que en muchos casos, se habla de temas relacionados con las autolesiones». 

Para Marina Díaz Marsá, vicepresidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (Sepsm), es necesario pasar más tiempo en familia: «De forma general, la sociedad pasa mucho tiempo trabajando, y a veces pocas horas en casa. Por un lado, durante la pandemia esto hizo muchos adolescentes tuviesen conflictos en casa. Por otra parte, hay casos en los que no existe conflicto pero la ausencia de alguno o ambos progenitores hace que muchos adolescentes se sientan solos», detalla. Por eso insiste en la importancia de recuperar hábitos como comer y cenar en familia

De igual forma, se encuentran los factores de riesgo que también se pueden dar en adultos: «Perder a un ser querido, la inestabilidad económica en su caso, vivir situaciones de violencia, de abuso físico o sexual, o estar en un entorno dónde haya posibilidad de consumo de sustancias», precisa la experta de Feafes. 

¿Qué señales pueden hacer detectar un problema de salud mental en jóvenes?

El signo principal es la actitud de la persona: «Cambios en el carácter, irritabilidad, sensación de no querer hacer las actividades habituales, fracaso académico o pérdida de las relaciones interpersonales con los amigos», responde la doctora Marina Díaz Marsá. 

Incremento de la conducta suicida

Esto no es todo. La Fundación Anar también presentó, a comienzos de diciembre, su Estudio sobre Conducta Suicida y Salud Mental en la Infancia y la Adolescencia en España (2012-2022), elaborado a partir de los 9.637 casos en los que ha intervenido, y las 600.000 peticiones de ayuda que recibieron. En concreto, se analizaron 589.255 llamadas y mensajes de chats.

La etapa más crítica ha sido la pandemia, pues supuso que aflorasen distintos factores psicosociales que impactan directamente el bienestar mental de los menores: aislamiento, maltrato familiar, abuso de la tecnología, pobreza, falta de acceso a la asistencia médica o hacinamiento. «Había problemas que llevamos arrastrando desde hace años y que con el confinamiento, crecieron, pero siguen siendo algo tabú. Me refiero a la violencia intrafamiliar, el maltrato físico o psicológico, agresiones sexuales o violencia de género en el entorno», precisa Diana Díaz, directora de las Líneas de Ayuda ANAR, que añade: «Cuando nos llaman, los menores también nos hablan mucho de soledad acompañada. Ellos perciben que sus referentes emocionales no están disponibles, y sienten que no son escuchados, o que hay cosas importantes que no son vistas». Así, les falta acompañamiento y gestión emocional en su frustración. 

En base a su experiencia, la Fundación Anar destaca que en los diez últimos años, «los casos atendidos por ideación suicida se han multiplicado por 23,7 y los intentos de suicidios por 25,9». Según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística, en el 2019, 3.671 personas se quitaron la vida en España. Esta cifra ascendió, en el 2020, a 3.941 personas. 

La tecnología, presente en casi la mitad de historias

Según la entidad, la tecnología está detrás del 45, 7 % de los casos con intento o ideación suicidas: «En primer lugar, utilizan las redes sociales sin supervisión o control parental. Después, los contenidos que encuentran pueden ser nocivos y para ellos son de referencia. No tienen perspectiva de riesgo, ni de madurez para filtrar», explica Díaz. La información sobre violencia, sobre una mala salud mental o con contenido racista está disponible. Ellos solo tienen que buscar, y en esta facilidad reside el problema. A su vez, estos estímulos se trasladan al entorno escolar. «Piensan que son impunes, que nada les deja huella», destaca Díaz. Para la doctora Marina Díaz Marsá, las redes sociales fueron un claro detonante: «Cuando estuvieron confinados durante la pandemia, y tuvieron que pasar más tiempo en casa, su rato libre lo destinaron a las redes sociales. Estas plataformas les devuelve una realidad que nada tiene que ver con cada uno de nosotros», detalla la vicepresidenta de la Sepsm. 

Si bien no suele existir una razón concreta detrás de las conductas suicidas, sí se observan problemas asociados que el joven no sabe resolver. En el 60, 9 % de los casos se relacionan con la violencia: «Es decir, maltrato físico, psicológico, acoso escolar o violencia de género», explica Díaz. El segundo bloque de causas asociadas recoge los programas de salud mental, con una prevalencia del 27, 4 %: «Trastornos depresivos o tristeza, de ansiedad, o de la conducta alimentaria». Y ya por último, el tercer motivo vinculado son los problemas de conducta que puede presentar un adolescente, como por ejemplo, la agresividad. 

El estudio de la fundación también describió al perfil más vulnerable: mujer adolescente de entre 13 y 17 años, de familia migrante, «que cuando se puso en contacto con ANAR ya había iniciado el intento de suicidio», precisa. Sufre problemas de salud mental, principalmente de autolesiones, su rendimiento escolar ha empeorado, registra antecedentes de fuga y es víctima de agresión sexual. A mayores, rasgos como padecer alguna discapacidad, proceder de familias extranjeras o formar parte del colectivo Lgtbiq aumenta el riesgo de intentar quitarse la vida. 

6 de cada 10 no reciben atención psicológica

Pese a la crudeza de los datos, «casi 6 de cada 10 menores se han quedado fuera del tratamiento psicológico necesario», apunta Díaz. Las listas de espera en la sanidad pública, el precio de las consultas privadas y la falta de detección precoz del problema impiden que el menor obtenga ayuda.

Por eso, la familia y la comunidad educativa tienen un papel esencial a la hora de dar la voz de alarma. Entre la sintomatología destaca «el aislamiento prolongado, un cambio brusco en el estado de ánimo, sintomatología psicosomática como dolores frecuentes, falta de sueño o de apetito, así como refugiarse mucho en las tecnologías», explica Díaz, que añade: «Hay que saber que esto no es tabú, sino una de las principales causas de mortalidad en la población infanto-juvenil». 

Como consecuencia, Diana Díaz señala que, en las llamadas que reciben en la Fundación Anar, observan un exceso de medicación en los adolescentes. ¿Se ajusta a la realidad? Todo apunta a que sí. «Aquí hay varias vertientes que habría que atajar. El primer corte del sistema sanitario es el de la Atención Primaria, que se caracteriza por una ausencia de profesional psicológico. En esta etapa, la principal fuente de intervención suele considerar el uso de medicación como una forma de atajar el problema, que en muchos casos es efectiva, pero en otros no tanto», responde De la Torre-Luque. 

Sin embargo, la falta de atención psicológica solo asienta los cimientos de un problema futuro mucho mayor. «Cuando hay un trastorno psicológico en la adolescencia, las raíces que esta semilla va dejando con respecto a la vida son permanentes. No en el sentido de que el trastorno se haga crónico, sino que podrá desencadenar una respuesta negativa ante los eventos de la vida diaria», detalla el profesional de la UCM. Un impacto que podrá pasar factura en años venideros. 


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