La Voz de la Salud

Joaquín Andreu-Mollá, psicólogo: «La ansiedad en sí no es tan mal, es peor lo que hacemos con ella»

Salud mental

Lucía Cancela La Voz de la Salud
Joaquín Mateu-Mollá es doctor en psicología clínica.

El especialista en salud mental explica los mecanismos por los que se produce la ansiedad y recuerda que es algo natural, por lo que no es necesario eliminarla

09 Jun 2023. Actualizado a las 15:28 h.

La ansiedad es el problema de salud mental más frecuente entre los españoles, según el Ministerio de Sanidad. Afecta al 6,7 % de la población, aunque se estima que hay un infradiagnóstico. Si bien es una respuesta natural del organismo, se convierte en algo patológico cuando la persona que la padece se siente desbordada. Joaquín Mateu-Mollá, doctor en psicología, publica Volver a ser tú, un libro en el que trata las claves de este problema y ofrece estrategias para hacerle frente. ¿Por qué mecanismos se activa?, ¿cuáles son los síntomas más habituales?, ¿y sus consecuencias? El experto responde. 

—¿Cómo podemos definir qué es la ansiedad?

—La ansiedad es una palabra que utilizamos a menudo dentro del lenguaje coloquial. De hecho, la mayor parte de personas hablan de tener ansiedad o estar ansiosas. Sin embargo, es cierto que a veces nos cuesta definir exactamente qué es, y no es otra cosa que una respuesta similar al miedo, con una diferencia: el miedo responde a una amenaza presente, a algo que está enfrente de ti y requiere que te pongas en marcha para sobrevivir, y la ansiedad responde ante algo que está en el futuro y que es mucho más incierto y ambiguo. Por lo tanto, nosotros le añadimos elementos que no son propios como miedos o inseguridades. Esa es la diferencia fundamental, aunque para nuestro cuerpo sean parecidos.

—¿Cuándo se puede considerar normal y cuándo deja de serlo?

—La ansiedad, como respuesta de nuestro cuerpo, es completamente normal. La mayor parte de las personas vivimos con algún grado de ansiedad, por tanto, no debemos preocuparnos en exceso si hay momentos de nuestra vida en que nos sentimos ansiosos. No obstante, en algunos casos puede convertirse en un problema y requerir atención profesional, quizás por parte de un psicólogo o psiquiatra. Me refiero a momentos en los que la persona puede sentir que le desborda y, por lo tanto, empiece a evitar todas las situaciones de su día a día en las que podrían aparecer. Eso le limita, va haciendo que su espacio cotidiano sea cada vez más pequeño y restrictivo. Cuando sucede, aparecen otros problemas asociados como la tristeza y el aislamiento, que a su vez pueden derivar en un trastorno del estado de ánimo o de depresión mayor. 

—¿Con qué sensaciones o experiencias se puede confundir la ansiedad?

—Muchas personas tienden a confundir otros conceptos con la ansiedad. Por ejemplo, se entiende el estrés como una respuesta similar, pero es algo distinto. El estrés surge cuando alguien se debe enfrentar a una situación y para ello debe desplegar distintas estrategias de afrontamiento para poder superarlo, hay muchas cosas del día a día que lo causan. En cambio, cuando la persona considera que la situación es muy demandante y que no tiene los recursos suficientes para hacerle frente, el estrés se convierte en algo patológico y pasa a llamarse distrés. Es algo más duradero y pone a prueba los recursos fisiológicos, incluso, elevando el cortisol,  una hormona que si no se controla adecuadamente puede degradar ciertos tejidos del cuerpo y afectar, por ejemplo, a la memoria. Por otro lado, también estaría la angustia, una respuesta que surge dentro de cada uno cuando un sujeto percibe que carece de sentido, cuando de alguna forma su vida pierde ese objetivo o propósito que todos debemos trazar para ella y se siente a la deriva, naufragando dentro de la existencia. Es un sentimiento mucho más profundo, con una raíz filosófica evidente y que en ese sentido también se diferencia de la ansiedad. Ya por último, tenemos la respuesta de la indefensión. Es algo que se ha estudiado a menudo en la psicología y que ocurre cuando se percibe que nada de lo que se pueda hacer consigue solventar una situación que resulta muy degradable. Es ese el preámbulo de la aparición de otros problemas mucho más graves como la depresión mayor o incluso ideación suicida. Estos tres, junto al miedo, serían las cuatro respuestas distintas a la ansiedad y que se deberían conocer porque a menudo se confunden con ella. 

—¿El distrés es lo que se conoce como estrés crónico?

—Así es. Cuando el estrés es crónico se vuelve patológico porque el cuerpo no puede soportarlo durante tanto tiempo. Hay una respuesta de alerta que hace que alguien actúe rápidamente para solventar el problema, pero si se mantiene durante semanas, meses o años, acaba causando una respuesta de agotamiento fisiológico, incluidos también dolores difusos del cuerpo, sensación de cansancio, dificultad para recordar cosas o para prestar atención.  

—El número de los trastornos de ansiedad ha ido creciendo a nivel general. ¿Se conocen las causas más allá de la pandemia?

—Como es lógico, la pandemia ha provocado que se disparen muchos de los trastornos tanto del estado de ánimo, como de ansiedad. Muchas personas los padecían antes y se han visto incrementados, mientras que otros lo han experimentado por primera vez. Sabemos que los trastornos de ansiedad en particular son comunes en los contextos en los que estamos muy tensos, cargados de preocupaciones. Pero es importante que cada uno de nosotros trabaje o se fortalezca con el objetivo de protegerse ante la aparición de este tipo de situaciones. Y eso es lo que pretende mi libro.

—En su libro, trata los mitos más comunes que rodean a la ansiedad. Se suele pensar que es mala, pero usted dice eso queda lejos de la realidad. ¿Por qué? 

—Como personas, estamos diseñados para percibir ansiedad en nuestro cuerpo. Cuando se le atribuye una connotación negativa, cuando se piensa que es un signo de fragilidad, que no debería estar ahí, en realidad, las personas se cargan de culpa o responsabilidad, lo que añade sufrimiento a la experiencia. Vivir ansiedad es totalmente normal, y cuando nos ocurre, debemos ser autocompasivos con nosotros mismos. Esto muchas veces se confunde con sentir pena por nosotros o con tener una actitud condescendiente, pero en absoluto es así. Debemos entender ese momento como una parte de nuestra vida que más pronto que tarde finalizará y vivirla como es, como una experiencia más de lo que somos capaces de sentir. 

—En un principio, alguien podría pensar que huir de las cosas que producen ansiedad es lo correcto porque la elimina, cuando en realidad es la pescadilla que se muerde la cola. ¿Cuál es la solución? 

—Exacto, realmente, la ansiedad en sí no es tan mala como lo que hacemos con ella. Muchas veces, cuando vivimos con ansiedad, empezamos a evitar aquellas situaciones de nuestro día a día en las que creemos que podría aparecer sintomatología ansiosa. Esto es habitual en personas que padecen un trastorno de pánico y piensan que acudiendo a lugares donde hay mucha gente concentrada podría aparecer uno de sus síntomas y le avergonzaría vivirlo en ese momento. Efectivamente, cuando nosotros vamos evitando una situación tras otra, podemos encontrarnos en un punto de nuestra vida muy seguro, porque la hemos limitado a cuatro paredes. Esto hace que no nos enfrentemos a nada que nos cause esa mala sensación, pero que a la vez provoca que no haya motivación en nuestro día a día. Hay gente que se encuentra con que ha dejado relaciones sociales, actividades que le resultaban gratificantes y eso afecta a su estado de ánimo. No es fácil lidiar con ello, por supuesto, pero es posible. 

—¿El alivio momentáneo se convierte en más ansiedad?

—Sí, de hecho, es lo que sentimos inmediatamente después de evitar algo que nos la causa. Seguro que todos podemos sentirnos identificados con una charla en público a la que no queríamos ir, y cuando nos dicen que se cancela, nos sentimos mucho más relajados. Ese momento de alivio es lo que los psicólogos llamamos refuerzo negativo. Sin embargo, esa buena sensación aumenta la probabilidad de que continuemos haciéndolo en el futuro, de forma que lo afrontaremos como una dinámica común y poco a poco iremos perdiendo oportunidades en muchos sentidos, como personales, profesionales. La ansiedad puede ser peor por lo que hacemos con ella que por el hecho de sentirla. 

—¿Cuáles son los síntomas más comunes que nos permiten identificarla más allá de esa presión en el pecho?

—Hay tantas ansiedades como personas que la tienen. Realmente, depende del bagaje existencial, de las experiencias que cada uno ha pasado, de las relaciones que ha forjado cada persona. Dicho esto y a grandes rasgos, hay tres dimensiones en las cuales se puede expresar la ansiedad. La primera es la fisiológica, precisamente, la del síntoma que tú mencionas. Es todo lo que se detecta con mucha facilidad porque es muy intensa, esa sensación de que nuestro cuerpo se acelera, de que la respiración se paraliza, de que el pulso se nos va de las manos, de que nuestra visión se pone nublosa, y de que incluso temblamos o sudamos. Esto es tan fuerte y tan desagradable que la mayor parte de las personas identifican la ansiedad con todos estos signos. Esto es la activación de nuestro sistema simpático, que es una rama del sistema nervioso central que nos hace sentir tan activados. 

—¿Cuál es la segunda dimensión?

—La cognitiva; la persona tiene preocupaciones constantes porque piensa en el futuro, dibuja escenarios muy lúgubres sobre las peores cosas que podrían pasar. Esto es porque cuando hay un trastorno ansioso siempre nos ponemos en la peor de las posibilidades. Además, puede estar la rumiación, aunque esta tenga que ver más con el pasado y sea muy común en gente con ansiedad social. Es lo típico de hablar con alguien y al terminar la conversación se quedan dándole muchas vueltas a lo que dijo o a si la persona tendrá una mala imagen de él o ella, cuando en realidad su interlocutor no piensa nada de esto. Y, por último, tenemos la dimensión conductual, que se basa en la evitación o en la huida de lo que provoca el malestar. Hay una manifestación, que muy poca gente conoce, y es el freezing, es decir, sentirse congelado. Sucede cuando la amenaza es tan intensa, tan peligrosa ante los ojos, que el cuerpo queda totalmente petrificado. Esto tiene sentido en la evolución de nuestra especie, porque quedarnos congelados nos permitía disimularnos en el ambiente, que los depredadores no nos percibiesen y que, incluso, pareciésemos un cadáver.

—¿Se debe enfatizar una u otra estrategia en función de los síntomas?

—Sí, podría ser útil. Si hay predominio de síntomas fisiológicos, como veníamos hablando ahora, esa activación de nuestros sistema nervioso autónomo, y en concreto de la rama simpática, puede venirnos bien hacer relajación o respiración diafragmática, o respiración muscular progresiva, porque con ello activamos la rama parasimpática. Por explicarlo de una forma sencilla, este último sistema se opone a la acción del simpático y se activa cuando nosotros respiramos profundamente, por ejemplo. Por eso, cuando nuestra forma de vivir la ansiedad es fisiológica, debemos dar prioridad a este tipo de técnicas. Por otra parte, cuando es cognitiva, tenemos una serie de distorsiones cognitivas, alteraciones del modo en que percibimos la realidad que provocan emociones muy intensas. Cuando eso sucede, debemos incidir en otras técnicas distintas, como la capacidad de debatir nuestros propios pensamientos, reconocer nuestros patrones de pensamiento irracionales y que todos, de alguna forma, tenemos en nuestra vida. 

—¿Por qué aparecen las preocupaciones?

—El mundo es tan enormemente complejo, inabarcable, que debemos reducirlo a coordenadas comprensibles para nosotros. Y en ese proceso de reducción para simplificar y poderlo digerir es cuando ocurren los errores. Si, por ejemplo, a lo largo de nuestra vida siempre nos tocó sufrir ciertas situaciones, se quedará presente en nuestra biografía y es posible que se generalice a otras. Aquí será importante trabajar el modo en el que percibimos la realidad a través de la reestructuración cognitiva, que es una técnica muy importante para poder hacer frente a retos cotidianos.

—¿Es posible hacer desaparecer la ansiedad para siempre?

—Con la ansiedad, no hablamos de una enfermedad por mucho esfuerzo que haya habido por localizar estructuras o neurotransmisores que la puedan explicar. Hablamos de algo que hemos aprendido en algún momento de nuestra vida. La norma básica del aprendizaje es que todo lo que hemos aprendido se puede desaprender. No se puede hablar de cura, sino de que esa ansiedad que en un momento nos ha desbordado, deje de ser tan importante. No hay que buscar su erradicación porque tiene una función, solo que tenemos que aprovecharla, aprender a conversar con ella de una forma más saludable para que nos acompañe de una manera más eficiente en el camino de nuestra existencia. 

—¿La ansiedad siempre deriva de una experiencia traumática o puede salir de lo cotidiano?

—Se suele pensar que la ansiedad, sobre todo alguna de sus manifestaciones más conocidas como el trastorno por estrés postraumático, tiene una base en un suceso profundamente terrible que vivimos en nuestras vidas. Aquí se incluyen un abanico amplio de situaciones, desde abuso, a secuestros, catástrofes naturales, especialmente si esas situaciones las motivó el ser humano de forma deliberada. Cuando eso sucede es cuando hay un riesgo mayor de que desarrollemos ese trastorno de estrés postraumático. Es paradigmático y nos hace pensar que la ansiedad siempre es la consecuencia de algo terrible que ha pasado en nuestras vidas. No siempre es así. Hay veces que los problemas de ansiedad ocurren por un acumulo de pequeñas cosas, pequeños estresores, fricciones, pequeñas discusiones con unos o con otros que se van haciendo pequeñas heridas en nuestra vida, que soportamos como buenamente podemos, pero que a lo largo del tiempo ejercen un efecto acumulativo. Y hay un día, pueden ser semanas o meses, después de que hayan empezado esas heridas, que de repente estallamos y surge un trastorno ansioso. Lo peor en estos casos es que cuando uno se pregunta el porqué es mucho más difícil encontrar el motivo que cuando es tan evidente como un suceso traumático. 

—¿Hay forma de deshacerse de las preocupaciones o debemos entender que siempre van a  estar con nosotros?

—Siempre van a estar con nosotros y decir lo contrario sería algo falso. De hecho, ocurre un fenómeno paradójico, si intentamos con todos nuestros esfuerzos dejar de preocuparnos, lo que va a ocurrir es que nos vamos a preocupar todavía más. No es fácil dejarlo de lado, de hecho, está el trastorno de ansiedad generalizada, donde las personas están constantemente preocupadas por un montón de cosas de la vida diaria. Además, entienden que la preocupación es útil porque gracias a ello, han evitado que ocurrieran muchas situaciones que temían de alguna forma. A menudo, otorgar utilidad a la preocupación hace que se mantenga en el tiempo. Por eso es importante plantearse si realmente lo fue o no. Es un trabajo que requiere de tiempo, pero con ello, podemos aprender a vivir con la preocupación de la mejor forma. 

 

 


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