Perder el control y comer más de mil calorías en una hora: así es el trastorno por atracón
Salud mental
Se desconoce su prevalencia real, aunque los expertos sospechan que es más común de lo que se puede pensar
01 Nov 2023. Actualizado a las 12:35 h.
Comer más de mil calorías en cuestión de una hora. A veces, más. Devorar sin apenas respirar. Planearlo o no, hacerlo en secreto o por la noche, buscar bollos, patatas, frutos secos o pan. Que cruja o no, que sea salado o dulce; después terminar y percatarse de lo que ha ocurrido. Llega la culpa, la vergüenza y pensar en no hacerlo más. Este es el círculo vicioso en el que viven inmersos la mayoría (sino todos) de los pacientes de trastorno por atracón, conocido también como binge eating por su terminología en inglés. Una entidad llevada en secreto, que no se basa en el juicio físico (como sí sucede en otras), difícil de identificar y diagnosticar, según los expertos.
«La gente que sufre este trastorno no tiene el poder de decir: “Estoy comiendo hasta estar demasiado llena. Para”. Has comido tres sándwiches, una pizza, dos helados… No puedes parar hasta que estás absolutamente llena y es tu propio cuerpo el que te dice que no puedes más», describe Olga Alejandre, dietista especializada en trastornos de la conducta alimentaria, que vivió en sus propias carnes el no ser capaz de parar.
A ella también le hacía desconectar del mundo, como al resto, con una causa física y otra mental. La primera por la restricción alimentaria que acarreaba: «Si se alarga en el tiempo lleva a tu cuerpo a decir: “Alerta, aquí falta comida, la necesito”»; y la segunda debido a las relaciones sociales, a la falta de autoestima o la mala gestión de la comida. «”No me gusta como es mi físico y por eso restrinjo”. Y me culpo por comer esas cosas que a lo mejor me gustan más o son diferentes», contaba en La Voz de la Salud.
Sin control y con culpa
Por definición, el trastorno por atracón es un tipo de trastorno de la conducta alimentaria (TCA), caracterizado por la ingesta compulsiva de alimentos, en grandes cantidades y en un espacio de tiempo limitado. «Se debe acompañar de una falta de control durante el episodio. La persona no puede gestionarlo, es un impulso similar al que vemos, en ocasiones, en los adictos a las drogas», detalla el doctor Carmelo Pelegrín, vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (Sepsm). Comparado a una persona sin problemas, la velocidad de la ingesta es mucho mayor y no se dejan llevar por el hambre fisiológica.
La comida no se consume desde el disfrute o la libre conciencia de elección. Por ello, después, aparecen sentimientos devastadores que evidencian un malestar: «De incomodidad, de frustración, de culpa, de vacío, de asco incluso hacia sí mismo, de rechazo. No entienden qué ha pasado y qué han vivido», añade Sheila Mulero, psicóloga experta en TCA y colaboradora del Consejo General de la Psicología.
La tendencia posterior a la culpa es la de intentar compensar: «Ayunar o dejar de comer», precisa. Sin embargo, y sin saberlo, la restricción les predispone al siguiente atracón: «Cuanto más tiempo pasen sin comer, más posible se vuelve ese episodio de descontrol y de desborde emocional», explica. Precisamente, el elemento de inconsciencia es clave. «La persona vuelve a sí misma de repente. También hay algunas que comen lo que nunca comerían, o incluso, cosas crudas o salsas sin nada», precisa la experta.
Se desconoce el número de personas afectadas: «Es probable que haya una epidemia»
Hablar de una prevalencia es complicado. De hecho, se sospecha que pueden ser muchos los casos sin diagnosticar. «Es un trastorno que cuesta identificar y, a veces, los propios pacientes o los profesionales no son conscientes de lo qué es. Es probable que haya una epidemia de binge eating», precisa el doctor Pelegrín. Una investigación publicado en la revista Nature Reviews Disease Primers estima que, en el mundo, lo padecen entre el 0,6 y el 1,8 % de las mujeres adultas, así como entre el 0,3 y el 0,7 % de los hombres. Los expertos reconocen que no existen demasiados estudios al respecto, al menos con el foco puesto en España. Con todo, se sabe que suele ser más común en la población femenina que en la masculina. «Corresponde a dos mujeres por cada hombre, mientras que, por ejemplo, la anorexia nerviosa se da en diez mujeres por varón», compara el experto.
El perfil típico es alguien con sobrepeso u obesidad, «que previamente ha pasado por un proceso de dietas muy restrictivas e hipocalóricas», indica el psiquiatra. Estos régimenes son, de hecho, un factor desencadenante. Según el experto, son también personas que presenten una mala gestión de las emociones, con episodios de ansiedad o depresión, «y que utilizan la comida para calmar su angustia», indica el doctor Pelegrín, que añade: «Después hacen épocas de ayuno para equilibrar esas ingestas excesivas lo que, probablemente, altere los ritmos biológicos de hambre y saciedad, aumentando el riesgo de trastorno por atracón», describe el vocal de la Sepsm.
Los episodios se suelen producir en soledad y no están marcados por el ritmo de las comidas, aunque es más común que se den en ciertas franjas. La más habitual es por la tarde noche. «Que la persona lo oculte es uno de los factores diferenciales que determina si es un atracón desde una perspectiva disfuncional o patológica. Por ejemplo, si alguien está en una boda, todo el mundo se pega ese típico atracón, pero no pertenece a un trastorno», detalla Mulero.
Se hace en privado, lo que de alguna forma contribuye a que el paciente busque excusas para no afrontarlo: «Eso también hace que tenga un componente de exculparse: “Si nadie lo ha visto, no ha pasado"», añade la psicóloga, quien considera que lo prohibido aumenta el deseo. A su vez, el secretismo reduce las posibilidades que tiene una persona de pedir ayuda: «Nadie los ha visto, entonces no lo consultan, nadie lo sabe y nadie les juzga. Pero tampoco mejoran», describe.
Un trastorno complejo y multifactorial
El problema no pasa de cero a cien en cuestión de un día. La persona comienza a tener los atracones de forma puntual y paulatina. «Por ejemplo, tiene un mal día en el trabajo o una discusión con su pareja, y desborda con esta conducta», cuenta Sheila Mulero. La restricción suele estar en la base del problema. «Vivimos en la cultura de la dieta. Siempre hay una lista de cosas sanas que adelgazan y las que engordan. Todo eso conduce a una mentalidad muy catastrófica, del todo o nada», detalla. Una dicotomía que lleva al descontrol.
Otros de los factores predisponentes son la gestión emocional, ya que «nadie nos enseña a descargar, a reconducir o atravesar nuestras emociones antes de sentirnos desbordados»; así como un tipo concreto de personalidad que hace a la persona más vulnerable al trastorno. «Pueden ser individuos que no se atienden o no se escuchan lo suficiente. Muchas veces, también está la parte del malestar físico o de valores, lo que acaba generando muchos conflictos», indica la experta en TCA.
Con todo, pese a entender el contexto que rodea a la enfermedad, el origen todavía es desconocido. Se sabe que es multifactorial, con implicaciones tanto biológicas como sociales que contribuyen a desregular el comportamiento alimentario. «Los estudios neurológicos muestran que las personas afectadas presentan afectaciones de los circuitos neuronales asociados a la recompensa, inhibición o control de las emociones, similar a las conductas adictivas», apuntan desde el CSIC.
Si bien no es indispensable, el doctor Pelegrín señala que es habitual que conviva con otros trastornos. El primero en la lista es la obesidad, aunque también puede aparecer tras otras enfermedades como la anorexia o la bulimia. «Normalmente, o tiene una base 100 % restrictiva, que sería una base anoréxica, o una base de ingesta impulsiva, que sería más bulímica», precisa Mulero. Ambas situaciones pueden conducir al descontrol. En definitiva, para Pelegrín, el trastorno por atracón tiene un inicio «que puede ser un factor precipitante», como una dieta inadecuada; o un factor emocional, «que puede ser una enfermedad, separación o una situación de estrés».
Un abordaje de fármacos y terapia
El tratamiento debe ser multidisciplinar, «en el que se combine el trabajo de un nutricionista, psicólogo y psiquiatra», precisa el doctor Pelegrín. A nivel conductual, existen una serie de pautas «bastante generales»: «Que los pacientes aprendan a comer bien, despacio, de forma lenta y regular para que las digestiones no sean muy rápidas. También hacer cinco comidas al día, porque si se saltan el desayuno, por ejemplo, pueden alterar el ritmo de la saciedad, e incluso, llevas unos registros en los que se anoten las comidas y los estímulos que le provocaron: una emoción, un recuerdo», explica el psiquiatra.
En un punto y aparte se encuentran los fármacos, «que son realmente eficaces», apunta. Dos son de la familia de los antiepilépticos, y otro, «que ha salido recientemente con buena eficacia», es un anfetamínico. Además, si detrás de este trastorno se esconde la ansiedad o la depresión, «se debería abordar ese problema con fármacos y con la psicoterapia indicada para cada caso». Eso sí, se muestra esperanzando ante el éxito de ambas estrategias: «El trastorno por atracón es muy agradecido al tratamiento. Como mínimo, se consigue que disminuyan mucho los episodios», concluye.