La Voz de la Salud

¿Se puede querer a un perro como a un hijo? «Es de la familia, sin él todo es más complicado»

Salud mental

Lucía Cancela La Voz de la Salud

Expertos del mundo de la psicología, etología y neurociencia explican los mecanismos vinculares que se producen con el animal y apuntan a lo que siempre se ha dicho, que el can es el mejor amigo del hombre

15 Jul 2024. Actualizado a las 13:54 h.

El vínculo entre humanos y perros no es algo reciente. Se estima que unieron lazos evolutivos hace unos 20.000 años y, desde entonces, no se han separado. Se cree que la unión emocional no se dio hasta mucho después. Según Clive Wynne, profesor del departamento de Psicología de la Universidad de Arizona (Estados Unidos) y director del centro Canine Science Collaboratory, de la propia institución, se sitúa hace unos 12.000 años, a medida que la era glacial llegaba a su fin.

Relación extraña para la ciencia, dado que no se produce entre seres de la misma especie, pero comprensible en cuanto al contexto en el que se originó. «Hemos compartido nicho ecológico desde hace miles de años, esto ha hecho que humanos y perros hayamos coevolucionado conjuntamente», comienza diciendo el veterinario y etólogo Tomás Camps, que incluso llega a reconocer que entender la evolución de uno y de otro por separado «es realmente complicado». 

Los datos muestran una realidad que rema a favor de las cuatro patas. Cada vez son más los que incluyen un animal en general, y un perro en particular, en su familia. Y sí, hablar del núcleo familiar es correcto. Según la I Encuesta de Bienestar Animal en España, realizada en el 2023, el 92,6 % de los participantes consideran que su mascota es un miembro más. Otros estudios arrojan conclusiones interesantes: un 74 % dicen incluirlos en las fotografías familiares y un porcentaje mucho menor, un 7 %, les llaman hijos. Los humanos no son los únicos que así piensan. Los perros también los ven como su familia. Es más, desde su punto de vista, «es algo bastante natural», reconoce Rosana Álvarez, veterinaria especializada en Medicina del comportamiento, que añade: «La domesticación de los perros comenzó hace miles de años, y a lo largo de este tiempo, han evolucionado para ser altamente compatibles con la vida humana». Evolución que ha favorecido los comportamientos que fortalecen la cohesión social, entre ellos, la lealtad, el afecto y la capacidad de interpretar las emociones humanas. 

Pocos se extrañan cuando conocen la radiografía completa de los peludos a nivel nacional. En pleno 2024, casi la mitad de hogares españoles (el 49 %) convive con uno. En el 2021,y según cifras de la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía, había más de 9,3 millones de perros registrados; mientras que niños menores de 15, solo 6,6. 

Un perro de la protectora Color Esperanza. ANA GARCÍA

Dado al amor —incomparable para muchos— por su animal, de tanto en cuanto salta a la palestra pública una pregunta: ¿se puede querer a un perro tanto como a una miembro familiar?, ¿y como a un hijo? Debate nada baladí, que esconde mucha ciencia detrás. 

La Voz de la Salud decide trasladar la pregunta a la calle. Eva María Porta, Ángeles Ignacio y Begoña Cambre coinciden, casi al unísono, al decir que sí se puede. «Es uno más de la familia, sin él todo es más complicado», responde la última, mientras mira a su sabueso español. «Llegas a casa, y los hijos te dicen: "Hola". El perro no. Bajas la calle, pasan cinco minutos y te recibe como si no te viera en diez años», añade la primera. Compañía y amor entre los atributos que destacan de sus animales. 

¿Qué dice la ciencia?

Todos los expertos consultados reconocen que, en base a los datos más recientes sobre la relación entre humanos y perros, es completamente normal que estos sean vistos como uno más del hogar. ¿La razón? El vínculo que se genera entre uno y otro no se diferencia del que se puede crear entre personas. «Se basa en los mismos mecanismos que funcionan para vincularnos con otros congéneres», dice Nuria Máximo, terapeuta ocupacional y coordinadora de la Cátedra Animales y Sociedad de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid. La experta detalla que las actividades y tiempo compartido, sumado a la complicidad, a la confianza, a la comunicación y al respeto «son el hilo conductor que irá tejiendo un vínculo seguro y de unión muy difícil de explicar para quien nunca lo haya experimentado», señala. 

Tal es este lazo que, en caso de enfermedad o fallecimiento, «se experimenta un dolor similar al que se sentiría por la pérdida de cualquier otro miembro importante de la familia», indica Máximo. Aunque no sin frustración; el duelo por la muerte del animal no siempre es visto con buenos ojos. «He conocido vínculos muy potentes, y procesos de muertes muy difíciles de trabajar porque la sociedad no lo entendía», comenta Xacobe Abel Fernández, presidente de la Sección de Psicoloxía e Saúde del Colegio Oficial de Psicología de Galicia, quien resume la relación entre personas y cánidos en una premisa: «Estamos preparados para vincularnos». Pese al individualismo que impera, el ser humano es una especie social por naturaleza. El perro, sobra decir que también.

Al contrario de lo que se pensó durante décadas, no es cierto que aquellos que sienten amor por sus animales tienen un vacío existencial que llenar. «Se creía que ver a un familiar en un perro se debía a una carencia, y no tiene nada que ver. Cuando se han hecho estudios, se ha visto que los vínculos y personas se generan independientemente del resto de parientes», detalla Beatriz Manzano, vocal de la Sociedad Española de Psicología Clínica, quien ha investigado la denominada familia multiespecie

Es más, según la experta, los beneficios de la mascota no solo se producen sobre los adultos, sino también con los más pequeños de la casa: «Influye de manera positiva en la capacidad de interactuar, de comprender al otro y de tener cierta reciprocidad». En otras palabras, desarrollan antes y mejor la teoría de la mente, una habilidad para ponerse en el lugar del prójimo y comprender mejor qué le está pasando. 

La base científica de por qué esto sucede no está del todo clara. Según la especialista, se piensa que puede deberse a la manera en la que interactúan los pequeños con los perros: «Los humanos también somos animales, aunque se nos olvide. Los cánidos son francos en sus relaciones. Habrá veces que les apetezca el contacto y otras que no, y esto ayuda a que los peques se autorregulen», considera. 

Compañía y amor

Las razones que hacen que uno decida tener un compañero animal son muchas, aunque las más habituales suelen estar relacionadas con el sentir. Así, algunas encuestas muestran cómo las personas valoran la felicidad que les aporta su "fiel amigo", la compañía o la reducción del estrés al estar con ellos por encima de otros valores materiales. «El vínculo no es algo moderno, sino que se remonta a 20.000 o 40.000 años atrás, según la fuente. Es algo histórico. Lo que ha cambiado recientemente es la relación que tenemos debido a la consideración que les damos», indica Manzano. Así, hasta hace unos 50 o 100 años, eran vistos como objetos y posesiones, mientras que en la actualidad, «nos estamos planteando el antropocentrismo del que veníamos anteriormente y les reconocemos como seres sentientes», añade la experta. Esto no ha hecho más que reforzar la relación cultivada siglos anteriores. 

Una unión que es simbiótica. Ambas especies se benefician. Más de una investigación ha demostrado las ventajas para la salud, física y mental, de convivir con un animal. «Los estudios nos dicen que hay una mejor salud cardiovascular, una reducción del estrés y de la ansiedad y que nos ofrecen cariño y apego, lo que disminuye la sensación de soledad», responde Máximo, quien destaca que cuidar a un perro contribuye a mantener un buen estado físico, ya que los paseos —numerosos y diarios— aumentan la actividad física regular. 

A su vez, el trato con animales se ha relacionado con una mejora en parámetros biomédicos (como la hipertensión o el colesterol); el quid de la cuestión reside en la tranquilidad que llegan a provocar: «En estudios de recuperación de eventos cardíacos, se observó que la compañía animal era más efectiva que la del cónyuge a la hora de reducir los efectos cardiovasculares del estrés», comenta Manzano. 

Cuestión de oxitocina 

El perro fue la primera especie animal domesticada y, como resultado de la interacción durante miles de años, se han producido relaciones de competencia, cooperación y coevolución. Así, en este proceso, el animal ha ido desarrollando habilidades comunicativas que favorecen las relaciones con otras especies. Este vínculo, en el que la mayoría de veces media un apego, tiene que ver con la liberación de oxitocina que se produce tanto en el humano al ver a su animal, como viceversa.

Esta hormona, secretada por la hipófisis en diferentes situaciones como la reproducción, también juega un papel crítico en el vínculo materno filial y de pareja. «Cuando estamos delante de nuestro perro se libera oxitocina, tanto en uno como en otro. Esta liberación, aunque es diferente en cada especie, ayuda a establecer el vínculo», resume Diego Redolar, doctor en Neurociencias y codirector del grupo Cognitive Neurolab, que añade: «Además, aumenta la capacidad que tenemos de entender al animal, y de que él nos entienda a nosotros», precisa. 

Precisamente, y según Camps, el perro tiene una característica que no tiene ningún otro animal: la de entender algunos de los gestos y emociones sin necesidad de enseñanza. «Por ejemplo, saben diferenciar el lenguaje del ruido, la intencionalidad de nuestra comunicación hacia ellos, no solo la verbal, sino también la gestual», comenta el experto. Y la razón de esto es la coevolución en el mismo nicho ecológico. «Entendernos les ha supuesto un beneficio, por eso lo han ido adquiriendo», añade. Pura necesidad.

Un perro acompaña a una marcha de animalistas en La Paz (Bolivia). Esteban Biba | EFE

Dopamina y refuerzo

A partir de este punto, las relaciones se siguen reforzando mediante otras vías. En primer lugar, intervienen las regiones cerebrales relacionadas con el procesamiento de la información emocional: la amígdala, la corteza prefrontal y la ínsula. Las tres modifican su estado con la presencia del animal. La primera reduce su nivel de actividad, algo esencial, ya que es la estructura encargada de señalizar el peligro y lanzar la alerta: «Por ejemplo, si vas por el monte y te encuentras a una serpiente, la amígdala se activa», detalla Redolar. No obstante, una vez el vínculo se ha creado con el can, este tiene un efecto inmediato en ella: «Logra que responda menos, reduce el sistema de búsqueda de amenazas y ansiedad», indica el profesor de la UOC. 

Por su parte, la corteza prefrontal y la ínsula también modifican su nivel de actividad. Mientras que la primera la aumenta, la segunda la reduce. «Esta última interviene en la sensación de confianza o desconfianza que podemos sentir al, por ejemplo, conocer a una persona. Con los perros, se relaja», cuenta el neurocientífico. De esta forma, las personas se muestran más confiadas respecto a su presencia. 

Y ya por último, desde un punto de vista neurocientífico, hay reacciones en el sistema del refuerzo, destinado a favorecer lo importante para cada especie. «Si un estímulo es relevante para nosotros, se libera dopamina que volverá a motivarnos para conseguirlo de nuevo», describe Redolar. ¿Qué sucede en la relación con los animales? Una vez que existe el vínculo, se activa el sustrato nervioso del refuerzo y la dopamina puede campar a sus anchas. «Para nosotros es gratificante estar con el animal, sacarlo a pasear o jugar con él. Se ha visto que estas actividades liberan esta hormona», resume el experto. 

Por qué tu perro piensa que eres de su familia

En la vinculación animal también median factores biológicos, emocionales y comportamentales. Por ejemplo, durante las primeras etapas de su vida, la socialización tiene un papel fundamental. «Entre las tres y catorce semanas de edad, los cachorros están altamente receptivos a nuestra experiencia. La exposición a personas facilita la formación de vínculos positivos y duraderos», detalla Rosana Álvarez, veterinaria especializada en Medicina del comportamiento. 

Tal y como adelantaba el neurocientífico, la oxitocina media en esta tarea. Algunos estudios demostraron «cómo el contacto visual y las interacciones afectuosas entre perros y sus cuidadores aumentan los niveles de esta hormona», indica Álvarez. Un hecho que refuerza el vínculo, como también lo hace que el can sea capaz de asociar a los humanos con experiencias positivas a través del condicionamiento clásico. «Por ejemplo, los cuidadores que proporcionan juegos, comida y caricias refuerzan comportamientos deseados y fortalecen la unión emocional del animal con ellos», añade la veterinaria. 

Si alguna vez usted ha pensado que su perro le entiende es probable que estuviese en lo cierto. Ya que según Álvarez, «son expertos en interpretar las señales emocionales humanas, como el tono de voz y el lenguaje corporal». De hecho, esta capacidad de hacerlo es la que, a su vez, fomenta una relación empática y recíproca, «donde el perro se siente comprendido y apoyado», añade. 

Por último, se encuentran las rutinas diarias y la previsibilidad de las interacciones. Cuando los perros se sienten seguros y sus necesidades básicas están cubiertas consistentemente por las personas, «contribuye a un vínculo estable y seguro». Una responsabilidad que lejos de ser una carga, suele dar un sentido de ser a los humanos —incluso aunque no sean conscientes de ello—. Según la terapeuta Beatriz Manzano, hay una relación de dependencia que lejos de separar a los integrantes, los une todavía más. 

Un hombre pasea con su perro, en A Coruña. Marcos Míguez

Por ello, Tomás Camps lamenta que, en ocasiones, se dude al considerar al perro como parte de la familia y viceversa. «Las consecuencias neuropsicológicas y hormonales que hay detrás del comportamiento social que hacen hacia nosotros son las mismas que cuando interaccionan dos perros que son del mismo grupo familiar o dos personas del mismo grupo familiar», detalla. 

De hecho, la liberación de oxitocina después de un contacto es un claro indicativo de que su posición con respecto a la de las personas «es la misma que el animal tendría hacia un padre, madre o un hermano del mismo grupo», indica. 

El experto de la Universidad de Arizona resume la unión entre humanos y perros en «la capacidad excepcional con la que nacen los canes para formar vínculos emocionales con otras especies». Así, los crean con personas porque es el contacto más habitual. Sin embargo, si nacieran entre ovejas o cabras las formarían con ellas. «Esto se debe a mutaciones genéticas que les confiere una capacidad tan extraordinaria para crear estos lazos», comenta. 

Necesidad de contacto con la naturaleza

Para la directora de la Cátedra de la Universidad Madrileña, los beneficios observados en las terapias con animales en materia de salud mental realizados con grupos de mayores institucionalizados, el tratamiento de menores hospitalizados o de pacientes oncológicos o en personas en situación de privación de libertad, no son un más que un ejemplo de la necesidad «que tenemos los humanos de aproximarnos a la naturaleza y concretamente a los otros seres vivos», indica. 

El miembro del Colegio Oficial de Psicología de Galicia pone el ejemplo de la presencia de canes en terapias con personas con inicio de alzhéimer. «Esta relación puede permitirles estimulación cognitiva, tanto a nivel de actividad física y motora, mediante las caricias, como a nivel de reminiscencia», contempla. Una función que les permite recordar eventos del pesado en los que habría un animal. 

Es más, Manzano, quien aplaude que se vea a los perros como una parte más de la sociedad, espera que en algún momento se tenga en cuenta los beneficios que reportaría el contacto de los pacientes con su mascota. «Estaría bien que las personas ingresadas pudieran estar acompañadas de su animal. Los prejuicios que tenemos con respecto a las alergias o los pelos hacen que se pierda la ventaja de la parte psicológica, de acompañamiento y seguridad», comenta. Que prime una sobre otra parece cuestión de tiempo.

 

 


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