La Voz de la Salud

Paloma Gil, endocrinóloga: «Nos daría vergüenza ofrecer a los adultos la comida que se les da a los niños en los cumpleaños»

La Tribu

Lucía Cancela La Voz de la Salud
La doctora Paloma Gil es autora de los libros «El fin de las dietas» y «Los niños sí comen verduras».

La doctora, con un libro publicado sobre alimentación infantil, recuerda que los pequeños «están comiendo lo que quieren y no lo que necesitan»

24 Nov 2022. Actualizado a las 11:54 h.

Es tan importante que los niños coman bien, como que su entorno familiar esté convencido de ello. De poco sirve darle verduras, si sus seres queridos se alimentan a base de fritos. El menú debe ser el mismo para todos, y eso ayudará a que los pequeños se alimenten mejor. Hablamos al respecto con la doctora Paloma Gil, especialista en endocrinología y nutrición. Para la profesional, la salud no debe entenderse como una cuestión estética, sino de bienestar general. 

—La prevalencia de obesidad infantil en España alcanza al 18 % de los niños. Si bien este problema es multifactorial, partamos de la base. ¿Cómo se puede mejorar su dieta?

—Últimamente, los niños están comiendo en general lo que quieren, y nos hemos olvidado de que tienen que comer lo que necesitan. Por ello, el primer punto es que coman más vegetales, y el segundo, que consuman menos ultraprocesados, incluyendo en este grupo la mayoría de productos alimenticios hechos para ellos, los mal llamados alimentos infantiles. 

—Claro. Habla de la primera galleta, la primera leche. El primer todo. ¿Qué opina al respecto?

—Si soy honesta, en toda la industria alimenticia no hay un solo alimento infantil que sea mejor que aquellos que nos da la naturaleza. No son necesarios, ni mejoran la salud del niño. Una vez que pueda comer normal, los mejores son los que tienen un menor grado de procesamiento.  Es raro que un alimento infantil pueda mejorar al que no lo es. 

—De hecho, usted recomienda que, llegados a una edad, el niño coma el menú general de toda la familia. Nada de platos para unos y otros. 

—Sí. Es decir, si bien es cierto que al principio los niños todavía no mastican, y lógicamente, habrá que verlo con cada uno. Lo mismo para alergias e intolerancias. Pero una vez el pediatra dice que puede tomar todos los alimentos, y dejando a un lado las texturas o el atragantamiento, el menú tiene que ser el mismo para todos los miembros de la familia. Es decir, el niño tiene que tomar lo mismo que los adultos, solo que en cantidades distintas. 

—Me habla de ultraprocesados, ¿cómo recomienda gestionar su consumo?

—A un niño se le educa a comer en casa, y es ahí dónde no deben tener alimentos no nutritivos, porque la comida nunca debe ser un premio ni un castigo. Dicho esto, viviendo en la sociedad que vivimos, sí creo que se puede ser más permisivo de forma que el menor coma lo que quiera, o lo que le ofrezcan, cuando está en un cumpleaños o por ahí con sus amigos. Es decir, en entornos en los que nosotros no podemos controlar la comida que va a consumir. También es cierto que desde todas las partes de la sociedad se debería hacer hincapié en que los niños no son un cubo de basura, y muchas veces lo que se les da en los menús infantiles o de cumpleaños son alimentos baratos, de muy poca calidad, que a nosotros nos daría vergüenza dar en una fiesta para adultos. Por eso, poco a poco se podría intentar sustituir ciertas cosas. Por ejemplo, dulces industriales por los caseros, o en lugar de dar un refresco, ofrecer una limonada. Es decir, ya no es tanto la cantidad, sino la calidad de lo que comes y comen.  

—Muchas veces su consumo está normalizado. Algo muy habitual cuando todavía son bebés es ponerle galletas en el potito de frutas para que les guste más. ¿Esto es un error o un acierto?

—Eso se hacía hace años cuando nuestra forma de alimentarnos no había cambiado tanto como ahora. No teníamos tanto peligro en nuestros niños de un exceso de azúcar. Yo ahora no lo recomendaría. Lo que sí haría sería ponerle, por ejemplo, un plátano maduro para endulzar, y así ir dándoselo para que pruebe. Pero hay que entender, antes que nada, que no todos los niños tienen el mismo paladar y los mismos gustos. No hay que obligarles a comer algo. De hecho, un niño que en casa tenga la nevera llena nunca estará desnutrido. Lo que hay que hacer es ofrecerles siempre opciones saludables. Pero yo no le pondría algo azucarado para que se coma algo. El problema de esto es que empezamos poniéndole un poco y acabamos dándole solo lo que le gusta, porque no quiere el resto. Nosotros somos los adultos y vuelvo a insistir en que un niño debe comer lo que le conviene, no lo que quiere. Y ojo, no se trata de torturarles, sino de que disfruten con la comida. 

—¿Por dónde se puede empezar?

—Ellos aprenden por imitación. Por eso no podemos pretender que los niños coman bien y nosotros no. También tenemos que ser mañosos en la cocina. No es lo mismo un pollo a la plancha, que un pollo al horno o con un picadito de verduras. 

—Uno de sus libros se titula «Los niños sí comen verduras». ¿Cómo conseguirlo? Me refiero sobre todo a los padres que no lo consiguen. 

—Para que un niño esté bien alimentado tiene que comer más vegetales. Y al principio, con los purés, es muy fácil. Los problemas suelen comenzar cuando empiezan a ingerir sólidos, a partir de los 3 o 4 años. Ahí hay que tener paciencia y ofrecerles algo que les guste siempre y cuando sean cosas saludables. Para esto funcionan muy bien los guisos, porque se mezcla la verdura, con arroz, pasta, patata o legumbres, y con alguna proteína como pescado o carne. Poner todo junto es una muy buena forma de que el niño vaya probando de todo. El momento de la comida tiene que ser algo agradable en el que estemos todos juntos. Y cuando diga que no, a un niño de 4 años ya se le puede explicar que esta comida es buena para su salud, que será más listo, que tiene más vitaminas. Nunca se habla de kilos. 

Paloma Gil, en una imagen promocional de su libro: «Los niños sí comen verduras».

«Siempre insisto en que tomar comida basura no sale gratis»

—Está claro que a nadie le gustan las dietas. Siempre se ven como esa cosa que se trata de proponer el lunes y que fracasan muchas veces. ¿Por qué no funcionan?

—Por la falta de motivación. Solo cuando uno está verdaderamente convencido de la importancia que tiene comer bien, es cuando es capaz de empezar a hacerlo mejor y de disfrutar de una comida sana. Con ello, también se aprende a renunciar de forma habitual a lo que no le conviene. Pero cuando vemos los alimentos como algo que engorda o adelgaza, ahí se vuelve más difícil. Una motivación muy importante debe ser la salud. Si verdaderamente estuviéramos convencidos de lo que nos dice la ciencia, si entendiéramos que la alimentación es fundamental para nuestro rendimiento cerebral, para nuestro estado de ánimo, para nuestro corazón, para nuestra memoria, nuestras articulaciones, para nuestro pelo y para nuestro peso, habría más motivación. Sin embargo, si solo pensamos que no puedo comer algo porque nos engorda, vamos mal. Somos lo que comemos, y de cuanta mejor calidad sea, mejor para nosotros. 

—¿Cómo nos afecta la comida basura? Me refiero a un consumo habitual. Entiendo que, por comerla un día no pasa nada. 

—No causa demasiado problema, pero yo siempre insisto en que comer comida basura no sale gratis. Cuando la llamamos basura es porque está hecha de sustancias químicas que no son buenas para nuestra salud, que pueden afectar a nuestro cerebro, hígado, páncreas, así como a nuestro paladar. La industria ha ido haciendo productos para que nos gusten, pero no para que nos alimenten. Hay que recuperar la frase de que yo tengo que comer lo que necesito, aunque no necesariamente sea siempre lo que quiero. El que nosotros lleguemos a un cumpleaños, a una boda o a una cena de Navidad, y aunque la mesa esté llena de comida, debemos educar a nuestro cerebro para que diga que no es necesario, ni es conveniente que me coma todo. Debe seleccionar qué me como hoy y qué comeré mañana. El cuerpo aguanta lo que quiere nuestro cerebro, de hecho, hay personas que pueden comer hasta tres veces lo que necesitan, y por eso tienen que reeducar al cerebro, porque el cuerpo no es un cubo de basura. 

—Me habla de educar a nuestro cerebro. ¿Qué consejos podría dar para comer más saludable y llevar mejor ese principio de cambio de hábitos?

—Para comer bien, no son importantes el número de comidas o el desayuno. Lo relevante es elegir buenos alimentos. El primer paso que una persona tiene que dar es mejorar la calidad de lo que come. Por ejemplo, todo lo dado por la naturaleza es sano, excepto las cosas venenosas, claro. Sobre todo, si escogemos productos vegetales como son las frutas, las verduras, las legumbres, los cereales poco procesados o los tubérculos. Una buena idea es comprar la comida que compraban nuestros abuelos, menos procesados. Ir más a lo fresco, o a lo congelado de buena calidad, apostar por las cosas de temporada y hacer cocina tradicional. Al final, las recetas que han llegado a nuestro día a día han sobrevivido porque están ricas, son baratas y nutritivas. 

—Por último, en base a lo que ve en consulta, ¿qué errores cometemos cuando queremos cambiar de hábitos?

—El error principal de los adultos es querer hacer todo perfecto. Y siempre digo que cuidarse no requiere perfección, sino motivación. Intentar hacerlo cada día lo mejor que uno pueda. Es verdad que hemos demonizado mucho el peso, a las personas con exceso de peso, y ellos mismos tienen una autoestima más baja, lo que les dificulta este proceso. Y en los niños, el principal error es no creer en la capacidad que tienen de adaptarse. Con ellos tiramos la toalla de antemano. Me llama la atención cómo los adultos creen que no van a ser capaces de hacer que el pequeño coma saludable, directamente. Piensan que está hecho para comer mal. 


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