La Voz de la Salud

María de la Puerta, experta en microbiota intestinal: «Quedarse viendo una película hasta tarde puede perjudicar nuestra microbiota»

Vida saludable

Lucía Cancela La Voz de la Salud
La doctora María Dolores de la Puerta trata en consulta las patologías relacionadas con la microbiota intestinal.

La doctora publica el libro «Un intestino feliz», en el que explica cómo las bacterias intestinales ayudan a mejorar la salud física y mental

25 Mar 2023. Actualizado a las 09:16 h.

Hablar de microbiota sigue estando de moda. Sobre todo, porque cada vez se conocen más datos sobre este ecosistema intestinal formado por millones de microorganismos y su relación con la salud. Existen más bacterias en la tripa que células en el cuerpo. Tantas, que «si pusiéramos en fila a todos estos “bichillos” darían la vuelta al mundo dos veces y media». Quién habla es la doctora María Dolores de la Puerta, referente en España del tratamiento y divulgación acerca de la microbiota intestinal

La experta, que primero se formó como cirujana plástica y varió el rumbo con el cambio de milenio. Cuenta que, buscando solución a las situaciones clínicas sin respuesta en los cánones clásicos de la medicina convencional, encontró la microbiota «y empezó a engancharse a su estudio». Ahora publica Un intestino feliz (Harpers Collins, 2023), donde trata de condensar todos sus conocimientos. ¿Duermes mal por la microbiota?, ¿cómo se organiza el eje intestino-cerebro?, ¿los niños pueden presentar disbiosis? 

—¿En qué procesos interviene la microbiota intestinal?

—La microbiota intestinal es salud con mayúsculas. Intuitivamente, cuando hablamos de microbiota pensamos en salud intestinal, y es cierto que tiene mucha interacción con ello, pero en realidad la microbiota es salud a nivel general del organismo. Está implicada en el metabolismo, en las defensas frente a infecciones y, por supuesto, en el eje intestino-cerebro. Es una actividad absolutamente transversal para nuestra salud. 

—¿Qué conductas diarias pueden perjudicarla?

—Hay cosas que la perjudican o benefician. Un mal patrón de sueño le hace daño. Si nos quedamos a trabajar hasta tarde, si cambiamos los horarios o si nos quedamos viendo esa peli que empieza a las once de la noche en lugar de acostarnos. También el estrés o una mala dieta. Cómo nos alimentamos es algo determinante en la construcción de la microbiota, en cómo se mantiene, en cuál es su rendimiento, si los metabolitos que produce son buenos o malos. En realidad, come lo mismo que nosotros. Así que si solemos tomar grasas saturadas, harinas refinadas y ultraprocesados, este ecosistema será diferente a si nos alimentamos con fibra, fruta, verdura, alimentos fermentados. Será un patrón de microbiota mucho más saludable. De igual forma, el sedentarismo favorece un patrón más proinflamatorio o, al revés, la actividad también marca un patrón más óptimo. Así que como ves, tenemos cosas en nuestro día a día, como el sueño, el estrés o la alimentación, que la condicionan. 

—Habla de la dieta y, de hecho, el consumo de alcohol también la perjudica. Sin embargo, ¿el tabaco puede considerarse tóxico para esta comunidad de microorganismos?

—Naturalmente es un tóxico. Es más, es un tóxico fumado con un grado de absorción alto. La mucosa del pulmón es una mucosa que absorbe muy fácilmente los tóxicos y esto afecta a la microbiota. 

—En el libro cuenta que las bacterias del intestino interactúan entre sí. ¿De qué forma?

—La microbiota intestinal es un ecosistema multimillonario. Su magia es coexistir como ecosistema en el que están equilibradas. Al principio del libro hablo de cómo las bacterias se apoyan entre sí, cómo cooperan y de que las pequeñas se apoyan en las grandes y las grandes son generosas en compartir sus genes y en compartir actividad metabólica. Esa microbiota existe como ecosistema para sustentar su funcionalidad global. Saben que como grupo son más potentes que una a una. Pero es que además de coexistir, también están en íntima relación con nosotros e intervienen en numerosos procesos que necesitamos. Por ejemplo, producen aminoácidos, que son elementos de la nutrición, como los ladrillos de la proteína y, sin embargo, nuestro cuerpo no es capaz de producirlos, pero sí nuestra microbiota. Aunque ojo, es bidireccional ya que esta comunidad también nos necesita para vivir. Somos su alojamiento y aporte nutricional. 

—¿Qué papel juega en los cinco sentidos?

—Hay una parte del libro muy bonita en la que hablo de ello. La microbiota, a través de los metabolitos que produce, logra potenciar la actividad neurológica. El sistema nervioso regula la actividad de muchas cosas, entre ellas, de nuestros sentidos. Sin embargo, determinadas sustancias que produce la microbiota son capaces de potenciarlos. Al revés también sucede. Una microbiota desordenada puede propiciar un cambio de olor corporal, como el ejemplo que pongo en el libro. 

—¿De qué forma?

—Una microbiota desordenada produce sustancias que pueden comportarse como tóxicos y la piel es un buen envoltorio. Con envoltorio me refiero a que es un órgano de detoxificación. Entonces, detoxificamos a través de ella. Así que si tengo una microbiota desordenada produciendo tóxicos, mi piel va a depurarlos y olerá a amoníaco. Así que, por una parte, cambia el olor corporal en función de su estado; y por otra, es capaz de potenciar algunos sentidos a través de los metabolitos neuroactivos. 

—¿Cuándo empieza a formarse? 

—Nacemos prácticamente estériles y la primera gran colonización microbiana se produce en el canal de parto. En un parto vaginal, la vagina de la madre es un órgano muy rico en lactobacillus, un tipo de microorganismos que nos viene muy bien como primer colonizador ya que se considera un gran estabilizador. Si tengo una cesárea, el primer contacto microbiano de ese bebé será con la piel; esta tiene un sistema completamente diferente al anterior. La segunda etapa que tiene un gran impacto sobre la construcción de este ecosistema es la lactancia. La materna permite que sigan llegando microorganismos, como las bifidobacterias, las cuales son otro gran estabilizador. Sin embargo, esto no es lo único. Otra cosa muy relevante de la lactancia materna es el aporte de oligosacáridos, que son prebióticos y, por lo tanto, alimentos de los probióticos. Lo que quiero decir es que en estos dos momentos llegan dos bacterias esenciales para la configuración de la microbiota y con los oligosacáridos llega el alimento para que siga colonizándose. Es más, serán claves para el futuro ecosistema del niño. 

—El contacto con la naturaleza, con el suelo del parque, con otros niños o con los animales, por decir algunos, es igual de importante, ¿no?

—Sí, es cierto. Piensa que cuanto más rico y diverso es un ecosistema, más fuerte y sano se encuentra. Es decir, en lugar de ser un niño burbuja, con todo perfecto y limpio, pasamos a la filosofía que tendríamos con nuestro quinto hijo, donde las cosas ya te dan un poco más igual. Esos microorganismos enriquecen nuestro ecosistema para que se haga mucho más sólido.

—Muchas veces cuando se habla de disbiosis (alteración de la composición de la microbiota) pensamos, de forma intuitiva, en adultos porque son los que peores hábitos acumulan. ¿Es posible encontrar a niños que la presenten?

—Sí. Si en el proceso de construcción de ese ecosistema, este se configura bien, la comunidad es mucho más fuerte. En cambio, si no se cumple con esto, si hay una cesárea, lactancia de fórmula y el bebé toma muchos antibióticos sin probióticos, puede suceder lo contrario. Si el ecosistema se construye de manera desordenada, podemos tener disbiosis desde la casilla de salida. Es más, en la consulta tengo a niños muy pequeños que empiezan a hacer patología asociada a este fenómeno, que a veces da sintomatología y otras veces, no.

—¿Cómo se relacionan los genes de una persona con su microbiota?

—Es un tema con muchas aristas. No se hereda porque cada uno construye su microbiota en función de sus circunstancias personales. No obstante, en una misma familia se comparten los genes y la epigenética, es decir, el modo de alimentarse, el ambiente o la exposición a tóxicos si en casa tenemos, por ejemplo, paredes con moho. Entonces, aunque funcionalmente cada uno configure su ecosistema, la genética y la epigenética son dos condicionantes muy importantes a la hora del resultado final. 

—Usted explica que puede haber días en los que estemos de muy buen humor, o todo lo contrario, sin una razón aparente, y esto pueda deberse a la microbiota. ¿Hasta que punto condiciona nuestro estado de ánimo? 

—Así es. Nosotros nos sentimos de una forma u otra dependiendo de qué carga de neurotransmisores esté produciendo nuestro sistema nervioso. Por resumirlo, los neurotransmisores son las palabras del sistema nervioso. En el libro relato cómo la serotonina es la hormona de la felicidad y alegría; la dopamina es la hormona de la motivación y de las ganas; así como el Gabba es la hormona de la paz, de la calma. Todos estos neurotransmisores que se producen en nuestro sistema nervioso están señalizados por la microbiota. Por ejemplo, el 90 % de la serotonina que circula por nuestro cuerpo se produce en el intestino porque aquí tenemos un sistema nervioso igual que en la cabeza; un sistema que produce neuronas que interactúan con nuestras bacterias. Algunas de estas, que están especializadas en señalización neuroactiva, favorecen que las neuronas intestinales produzcan la serotonina. Así, si mi microbiota está en perfecto estado, la sensación de felicidad y alegría se potencia. Por el contrario, si está desordenada, es complicado que me sienta tan contenta. Con el Gabba igual, pues las rutas gabaérgicas me hacen tener paz y sentirme tranquilo; o con la adrenalina y noradrenalina, que son hormonas que me mantienen alerta. Si se pasan de vuelta en una señalización aberrante de la microbiota pueden ser motivo de ansiedad. Como ves, todo esto está codificado por el ecosistema en cuestión. 

—¿Qué es el triptófano? Señala que es una de las sustancias que más condicionan el estado de ánimo. 

—La producción de serotonina es el final de una ruta metabólica que se llama la ruta serotoninérgica. Aquí, el primer escalón, es el triptófano. Es necesario como casilla de salida para producir serotonina. Cuando tengo una microbiota saludable, el triptófano se degrada, se metaboliza perfectamente para acabar produciendo serotonina. En cambio, si está desordenada, en lugar de desfavorecer la ruta serotoninérgica, encuentra otras dos rutas alternativas que son proinflamatorias. Hay que tener mucho cuidado con él, porque si yo me suplemento y mi microbiota está en mal estado, fomento las rutas de inflamación. 

—Por último, usted asegura que muchas veces sentimos con el intestino y el intestino siente gracias a la actividad del nervio vago. ¿Cuál es su importancia? 

—Es el nervio más largo del cuerpo y comunica directamente el cerebro con el intestino. En esa comunicación tiene la particularidad de ser un nervio eminentemente sensitivo. El 90 % de su actividad no es motora, sino sensitiva, lo que le coloca en una capacidad de recibir y producir señales que implican sentimientos, sensaciones como el dolor, hambre, esas mariposas en el estómago o el malestar por nervios. Todo eso está gestionado por el nervio vago. Por eso digo en el libro de que es un muy buen facilitador de la homeostasis intestinal, en ese eje con el cerebro. 

—¿Se puede hacer algo por él?

—Sí. Es más, en el libro hablo de cómo tenemos herramientas de nuestra vida cotidiana para activar su funcionalidad. Algunas son las respiraciones profundas, los masajes, los estiramientos, la meditación, la música, ver un amanecer o atardecer y socializar. En realidad, son un montón de cosas de la vida que nos hacen sentir bien y, por lo tanto, lo activan.


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