Rosaura Leis, catedrática de pediatría: «El desayuno de un niño debe contener un lácteo, una fruta y un buen pan integral»
Vida saludable
La experta analiza los últimos datos del informe «Aladino», que trata sobre la epidemiología de la obesidad infantil en España
21 Dec 2024. Actualizado a las 09:03 h.
La nueva edición del informe Aladino, que recoge la epidemiología de la obesidad infantil en España, se presentó esta semana. La principal conclusión del análisis es que las cifras de exceso de peso en alumnos de entre seis y nueve años se han reducido por primera vez en la serie histórica. Rosaura Leis, catedrática de pediatría y doctora en el Hospital Clínico de Santiago, presidenta de la Fundación Española de la Nutrición y del comité científico de la Fundación Dieta Atlántica, analiza los recientes datos.
—¿Cómo valora la disminución de los menores con exceso de peso?
—Es una muy buena noticia. El estudio Aladino es un corte transversal que se hace de la población de española, de niños y niñas de seis a nueve años con el fin de evaluar su índice de masa corporal, y además, como disponemos del Aladino 2011, 2013, 2015, 2019 y ahora 2023, nos permite ver los cambios que pudo haber. En el inmediatamente anterior, el del 2019, ya se intuía un frenazo de aquel crecimiento exponencial que habíamos visto en los últimos años; cuando cada vez que se hacía un estudio, las cifras eran más grandes. El dato más reciente nos dice que la prevalencia de sobrepeso y obesidad se ha reducido en un 4,5 %. Es algo esperanzador, porque podemos interpretar que hay una respuesta a todas las estrategias preventivas que se han ido realizado desde la sociedades científicas, también desde las autoridades y de las instituciones para reducir los números en la edad pediátrica. Sin embargo no podemos dormirnos en los laureles.
—¿Por qué?
—Porque cuando sumamos sobrepeso y obesidad nos situamos en una prevalencia del 36%, que sigue siendo altísima. Estamos hablando de que más de uno de cada tres escolares de entre seis y nueve años tiene exceso de peso. Algo en lo que siempre insisto es que no debemos verlo como un problema estético, de belleza, sino que la obesidad es una enfermedad. Y lo es desde la edad pediátrica, porque va a suponer un mayor riesgo de desarrollar obesidad en edades posteriores, con todas las repercusiones que tiene en la salud, fundamentalmente, en la cardiovascular. Ya cuando son niños tiene importantes consecuencias para su salud. Por eso, debemos interpretarla como una enfermedad crónica que debemos prevenir. Tenemos que seguir trabajando, aunque nos hayamos llevado una pequeña alegría por esta reducción.
—Con todo, el exceso de peso es superior en los niños de familias con rentas más bajas.
—Sí. La obesidad, en estos momentos, es la enfermedad de mayor discriminación social, porque es mucho más prevalente en los niveles socioeconómicos y culturales más bajos. Además, esa bajada de cuatro puntos que se observa de manera general no se produce en los grupos más vulnerables. Esto es así porque la obesidad no es una cuestión de voluntad. Es una enfermedad en la que se relacionan factores genéticos y ambientales. Precisamente, en estos últimos, el estilo de vida juega un papel fundamental. Si miramos a la alimentación, por ejemplo, la cesta de la compra es más cara. Al mismo tiempo, el nivel cultural también se asocia a unos estilos de vida menos saludables. En el propio estudio de Aladino se pone en evidencia que el tiempo de pantallas es más elevado en los niveles más vulnerables. Lo mismo sucede en el tiempo dedicado a la actividad física. Por el contrario, el consumo de refrescos es más alto. Los datos nos dicen que el nivel cultural sumado al socioeconómico tiene un peso importante. Por eso, la educación sigue jugando un papel fundamental.
—Se ha visto que vivir en zonas con más espacios verdes también aumenta la práctica física.
—Sí. Hay que ponen en evidencia que el vivir en zonas con mucha zona verde, en urbanizaciones por ejemplo, facilita y favorece la práctica del deporte. Al igual que residir en un área cercana a restaurantes de comida rápida aumenta el consumo de este tipo de productos. Por tanto, una vez más, la obesidad es una patología social, de una sociedad desarrollada y en la que tenemos que seguir trabajando entre todos.
—En la presentación del informe, se conoció que el Gobierno pretende prohibir las bebidas azucaradas en los comedores escolares, que solo podrán servir agua,
—Sí. Es una medida importante y fundamental. El comedor escolar debe ser un lugar de educación nutricional y de adquisición de hábitos saludables. Además, este servicio supone, para algunas familias, un seguro de que su hijo hace al menos una comida adecuadamente. Por lo tanto, lo que se ofrece debe responder a nuestros modelos tradicionales de alimentación, en el caso de Galicia, a la dieta Atlántica.
—¿Qué piensa que es más importante en el abordaje de la obesidad infantil: poner el foco en la dieta o en el ejercicio?
—No hay ni más ni menos. En nuestro grupo de investigación tenemos datos respecto a las dos variables, y buscamos la relación entre cumplir las recomendaciones de actividad física y las de alimentación, sobre todo, en cuanto a la frecuencia de consumo de alimentos que deberíamos tomar a diario, semanal o esporádicamente. Aquí vemos que el cumplimiento de una buena dieta junto al ejercicio es la medida más efectiva en la lucha contra la obesidad. Con todo, es cierto que la actividad física juega un papel muy importante porque existe también el niño delgado metabólicamente obeso. Hoy sabemos que hay menores con obesidad, es decir, con aumento de adiposidad que sin embargo, sus biomarcadores funcionan como los de un niño delgado. En cambio, hay niños en normopeso cuyos biomarcadores funcionan como los de un escolar con exceso de peso. Eso suele guardar relación con su estilo de vida.
—¿En qué se traduce?
—Son niños que no tienen adiposidad, pero que utilizan mucho las pantallas, son sedentarios y tienen una mala dieta, por lo que su condición física es mala. Mientras que otros pequeños, con más niveles de grasa, pero hacen deporte a diario y, aunque coman mucho, tienen una dieta saludable, presentan una mejor condición. Así que, si bien la obesidad es una enfermedad, los estilos de vida, aún cuando no producen este exceso de peso, se asocian también con riesgo de enfermedades.
—El 70 % de las familias encuestadas dice que su hijo desayuna todos los días. Sin embargo, en el día de la medición, la mayoría reconocía haber tomado bollería o galletas.
—Sí, son datos que también vemos en nuestras investigaciones, donde un porcentaje muy importante de niños, en torno al 10 y al 15 %, van al colegio sin desayunar. E, incluso, un porcentaje muy alto de los que desayunan, no lo hace de manera adecuada. O bien toma solo una bebida, o bien incluye bollería. Esta primera comida es principal, porque después de una noche en ayunas, el niño debe ingerir alimentos para enfrentarse a su rendimiento escolar. No desayunar se asocia con mayor riesgo de obesidad, con menor rendimiento escolar y con mayor riesgo de accidentalidad. Por tanto, dentro de nuestras estrategias de intervención y de promoción, debemos promocionar el consumo del desayuno. En este sentido, programas que tenemos en algunas escuelas, como Madrugadores, ayudan. A estas edades, la educación en estilos de vida es fundamental.
—¿El desayuno es más importante en el niño que en el adulto?
—Es importante a lo largo de todo el ciclo vital. Como pediatra, siempre defiendo su papel en el niño porque estaremos creando el adulto del futuro. Y si adquiere hábitos saludables en los primeros años, antes de la adolescencia que es un período de riesgo nutricional, aseguraremos que los mantenga en su edad adulta
—¿Qué debe contener esta primera comida?
—Debería contener un lácteo, mejor una pieza de fruta que un zumo, un cereal integral —en el caso de Galicia un buen pan de panadería— y, si queremos, una proteína. Debería representar entre el 15 y el 20 % de las calorías del día.
—¿Y si el niño no quiere desayunar? Habrá visto casos a lo largo de su carrera.
—Muchas veces detrás del no querer desayunar hay varios factores que pueden llevar a ello. Primero, que a veces los niños hacen unas cenas muy tardías. La última comida del día debe ser ligera, y debe ser una comida que ayude a complementar aquello que nos falta del resto del día. Tienen que dormir las horas suficientes, los niños se van muy tarde a la cama y se levantan muy temprano. Y las horas de descanso se asocian con un mayor riesgo de obesidad. Además, si cuando el niño se despierta, se levanta con tiempo para sentarse delante de un buen desayuno, el porcentaje de menores que cumplirían con esta comida sería mucho mayor. Si observamos un bufé, es difícil ver que un niño no coja nada. ¿Qué sucede? Que allí está con tiempo y lo tiene todo disponible. Es decir, hay que ir con tiempo, conseguir que sea una comida familiar y dedicarle entre 15 y 20 minutos. Podemos dejar la mesa puesta la noche anterior, pero no podemos ir con prisas, pensando en que se va el bus, porque así se consigue que nadie desayune.
—El estudio «Aladino» también registra un aumento de la ingesta frecuente de ultraprocesados. ¿A cuánto se debería limitar su ingesta?
—Los ultraprocesados, los snacks, las patatas o la bollería están en el vértice de la pirámide alimentaria. Significa que se deben consumir esporádicamente y esporádicamente es menos de una vez al mes. Lo que ocurre es que en estos momentos la dieta está invertida. Alimentos que tenemos en el pico de la pirámide, como los productos ricos en grasas saturadas y trans, en sal o en azúcar añadido, se consumen todos los días, porque si el niño no toma la bollería en el desayuno la acaban tomando en la merienda. Hablo de niños pero también sucede en los adultos.
—¿Qué debe contener la dieta de un niño?
—Debe ser rica en aquellos alimentos que se encuentran en la base, como son los cereales integrales, la fruta y las verduras, de las cuales hay que tomar cinco raciones al día, tres de frutas y dos de verduras. También hay que incluir, al menos, tres raciones de lácteos al día, y de tres a cuatro de pescado a la semana. No se cumple, pero ni los niños ni los adultos. E igual que ocurre con la pirámide alimentaria, también hay una de la actividad física, en donde las pantallas están en el vértice. Deben usarse esporádicamente, y hay menores que recurren a ella más de dos horas al día. Sin embargo, lo que decimos que hay que hacer a diario, que es caminar, hacer los recados, pasear al perro, es decir, moverse, y no lo estamos haciendo. En estos momentos estamos haciendo una pirámide invertida, tanto alimentaria como de actividad física.
—Se ve que los niños aumentan las horas de actividad física, pero también las de pantallas.
—Debemos tener en cuenta dos cosas. Primero que son variables independientes. Los estudios ponen en evidencia que reducir una hora el tiempo de pantallas tiene un mayor efecto saludable que aumentar una hora el tiempo de actividad física.
—¿Por qué?
—Porque cuando uno aumenta la actividad física, incrementa el gasto de energía y por tanto disminuye ese balance positivo entre lo que comemos y lo que gastamos. Disminuye el riesgo de adiposidad y obesidad. Sin embargo, cuando uno pasa una hora delante de las pantallas, además de no gastar energía, consume alimentos que se anuncian en estas pantallas. No solamente las consume durante el tiempo que ve las pantallas, sino que incrementa su ingesta durante el resto del día. Por tanto, el efecto sobre el riesgo de obesidad es mayor.
—Por último, el informe concluye que la mayoría de familias consideran que su hijo está en normopeso aunque no lo esté. ¿Por qué?
—A veces, para los padres, familias e, incluso, sociedad, es difícil identificar el sobrepeso. Cuando una patología es tan prevalente que afecta a uno de cada tres, llegamos a asumirla como normalidad. Entonces, la gente piensa que el niño es fuerte o que es de hueso ancho. Buscamos muchos adjetivos. Por ello, no solo es importante el control de la salud por parte del pediatra, sino la conversación con las familias. Por otra parte, considero que la obesidad está estigmatizada y es necesario transmitir que no hay culpables. Uno piensa que el exceso de peso puede ser por su culpa y le resta importancia, pero no es así. Aquí no hay culpables, porque es una enfermedad que debemos trabajar entre todos.