¡Ánimo, Plutón!
Opinión
17 Jun 2013. Actualizado a las 06:00 h.
Un congreso de astrónomos votó que Plutón ya no tenía la categoría de planeta, degradándolo de modo infamante. No sabemos si Plutón se sintió deprimido o pensó: «Votad lo que queráis, que yo seguiré en mi órbita», pero por si acaso un grupo gallego compuso el tema ¡Ánimo, Plutón! para ayudarle a mantener la moral. Votar la verdad en un congreso es algo que se hacía en la antigua URSS, que así dictaminó que la física nuclear no era más que una muestra del irracionalismo burgués, al igual que la supuesta existencia de los genes. Todo ello tiene una larga historia, pues en realidad deriva de los concilios de la Iglesia, que también establecían a golpe de voto cardenalicio los dogmas de la fe, y también se entronca en esta tradición histórica medieval el gusto por las fórmulas rígidas y las palabras vacías. Antes y ahora se ha intentado regularlo todo en el campo de la ciencia. Hoy en día cada paper debe responder a un formato predeterminado. Lo mismo ocurría en la Edad Media, en la cual se exigía en las universidades que una disertación, el equivalente de una conferencia o una publicación debía tener, necesariamente, 22 partes. Un control similar se consigue hoy gracias a un instrumento fácilmente manipulable y que puede determinar el futuro de los científicos: su curriculum vitae.
Cualquier persona sensata sabe que si un alumno obtiene muchas matrículas y sobresalientes en su carrera significa que ha trabajado mucho y que posee una gran capacidad. Del mismo modo sabe que dos carreras valen más que una, que un doctorado significa algo y que un científico que realiza un descubrimiento o domina una técnica es un especialista así considerado por sus colegas y reconocido en el mundo de la industria, la medicina, etcétera. También sabe que hay profesores buenos y malos, que pocos profesores dominan todo un campo y que hay grandes libros de referencia en el derecho, la economía o la medicina. P. Samuelson se hizo millonario en Estados Unidos gracias a su tratado de economía, y una serie de TV, Anatomía de Grey, debe su nombre al manual con el que en ese país se forman los médicos. Todo eso y mucho más mide un currículo, y lo hace de muchas maneras, como he podido comprobar después de participar y presidir más de cincuenta tribunales. Supongamos que la nota es 10. Se puede valorar el expediente en un punto o dos, por ejemplo; las publicaciones pueden ser 5 o lo que sea, la experiencia docente se puede medir, o no, por años, y lo mismo cabe decir de las estancias en centros de investigación, los proyectos, dirigidos o no por el concursante, etcétera. Una misma persona juzgada con dos baremos distintos puede alcanzar la gloria o el descrédito. Además, si los baremos son exclusivamente cuantitativos se privilegia la cantidad de años, papers, o lo que sea, sobre la calidad, razón por la cual se están poniendo topes de edad discriminatorios para algunos concursos. Quien hace el baremo condiciona la vida de los jóvenes investigadores, cada vez más precarios.
Una cosa es el currículo y otra el valor real de un investigador, que saben apreciar sus colegas. Sin embargo se está dando un fanatismo curricular casi medieval. Los monjes medievales podían escribir cientos de páginas de silogismos y a la vez interrogar brujas o quemar herejes con la misma seguridad, como los comisarios políticos que perseguían científicos en la URSS o la China de Mao. Lo hacían porque estaban ciegamente convencidos del valor de sus palabras vacías: esencia, sustancia, espíritus animales, calórico, vis dormitiva? como algunos administradores lo están de su: excelencia, competencia, gestión, pertinencia? Lo malo es que esas palabras que no significan nada están pasando a ser la base de sistemas arbitrarios de control del saber, que sufren los jóvenes investigadores, mano de obra barata de los proyectos de sus jefes, que muchas veces les ofrecen plazas fijas sabiendo que serán imposibles. No hay en España un sistema viable de empleo fijo de investigadores en la Administración, como muestra la crisis financiera del CSIC, y nuestras industrias nacionales del ladrillo y la hostelería de poco sirven para ello. Como algunos de nuestros jóvenes emigran al extranjero, sale el señor González Pons aclarando que no es verdad porque la UE no es el extranjero, como Plutón no es un planeta. Plutón sigue en su órbita a pesar de los astrónomos; lo malo de los jóvenes investigadores es que su órbita, su currículo, puede convertirse en la trampa que trunque su vida laboral.