Catorce orcas, una ballena y mil delfines
Opinión
08 Sep 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Los mamíferos marinos, y en particular las ballenas, delfines y orcas, han sido de interés desde que hace cinco siglos se desarrolló su pesca en los puertos gallegos. Una actividad bien documentada en un estudio excelente y un libro espectacular, Los balleneros en Galicia. (Siglos XIII al XX), de la autoría de Felipe Valdés Hansen (CSIC), publicado por la Fundación Barrié. En él podrán saber de ballenas, cabrotes (o cachalotes), rorcuales, jibartes y orcas o sereas, así como su pesca y los asentamientos pesqueros en las costas gallegas. Industria que hasta el siglo XVIII se sostuvo en la ballena franca, los jibartes y cachalotes, y ya en el siglo XX con la caza de cachalotes y rorcuales.
Las orcas son motivo de interés por parte de Fray Martín Sarmiento, que analiza y describe un avistamiento, que identifica como orcas o candorcas, en las playas de Zumaya, según manuscrito conservado en la Fundación Penzol. Pero su interés se extiende a los delfines, comedores de sardinas, y su interacción con la pesca, y a los avistamientos de ballenas en la ría de Pontevedra, que entonces podían retornar a mar abierto. El rorcual enano que llegó este verano a las instalaciones portuarias de Combarro quedó atrapado y murió en ellas.
Ahora, el interés por los cetáceos, y en particular por las orcas, se acentúa por esos grupos, en su mayoría de juveniles, que interaccionan jugando con barcos de recreo. Contar en Galicia, desde hace treinta años, con la Coordinadora para o estudio dos Mamíferos Mariños (Cemma) y su revista Eubalaena nos permite saber que las orcas causan daño con su juego a un 14 % de los veleros, unos 300 desde el año 2020, a los que asustan al acercárseles sigilosas por la popa. De acuerdo con los datos expuestos por Mónica Rodríguez, del Cemma, recogidos por La Voz, las orcas se sitúan bajo el barco y pueden crear en su mente una imagen del timón, por dentro y por fuera, sin intención de agredir a los barcos. Una intención que no contradice el hecho de que las orcas, también llamadas sereas en el diccionario gallego de Eladio Rodríguez, no solo interactúan con los delfines, sino que los agreden.
Sin embargo, la neurocientífica Nazareth Castellanos sostiene que podría existir una memoria del miedo: un grupo de ratas experimentales a las que les habían aplicado descargas eléctricas mientras les daban un palo con olor a cereza, huían luego del palo. Un clásico Pavlov. La novedad es que la descendencia, que no había sufrido ese castigo, temblaba de miedo al oler el palo. Otra hipótesis posible en el mundo del comportamiento animal, incluidas las orcas.
Aun así, que el saber no les impida la emoción cuando los delfines les sigan en popa en sus travesías por las rías o logren verlos desde tierra, o cuando avisten rorcuales e incluso orcas, si en los mares de Galicia fuera esa su fortuna.