Los más de 400 monasterios gallegos que se han venido abajo -según el historiador Xabier Moure-, los 25 edificios gallegos que se integran en la Lista Roja de Hispania Nostra y los más de 100 que Patrimonio Galego incluye en su Lista Vermella son solo la punta de un iceberg que engloba decenas de aldeas abandonadas, castillos centenarios en ruinas, casas rectorales, pazos y alguna iglesia.
La privilegiada morfología, el clima y otras circunstancias permitieron que nos dispersáramos por todo el territorio, adaptándolo a nuestras costumbres, necesidades y creencias, amoldando el paisaje y transformándolo, con estructuras de piedra y madera, teja y cal, que perduraron intactas hasta mediados del siglo pasado, siendo la comunidad con mayor número de bienes patrimoniales de todo el Estado.
Pero no supimos mantener el modelo agrícola con las garantías con las que lo hicieron otros pueblos y nos lanzamos a otros países, incluso a nuestras ciudades, abandonando la custodia ancestral de nuestro rural, por tanto, renunciando a nuestro incalculable patrimonio. Acabando el pasado siglo surgieron distintas iniciativas de recuperación -fundamentalmente para uso turístico- que no llegaron a consolidar el amparo necesario para pervivir en el tiempo por falta de estrategia global. Y, entrados en el XXI, surgen nuevas alternativas (no vinculadas al turismo) basadas en la cesión temporal o en transmisión no onerosa, es decir, se regala el patrimonio.
Cederlos a largo plazo -o sea, prestarlos- a particulares, empresas o instituciones que los restauren es una buena opción para su conservación y puesta en valor, porque lo invertido se contrarresta con el disfrute del bien prácticamente de por vida.
Regalárselo a quien pueda darle una segunda oportunidad es otra buena decisión, al fin y al cabo, el anterior propietario ahorra mucho dinero. Los dueños saben lo que cuesta mantenerlo en pie, tanto en costes de conservación como en impuestos y, si además no viven en ellos, el deterioro incrementa los gastos. Creo que cualquier propietario prefiere ver cómo se recupera su propiedad que verla en ruinas.