La diferencia está en el grito

Rosa Estévez
Rosa Estévez VILAGARCÍA

AROUSA

La voz de Silvia Superstar (Killer Barbies) no tiene nada que ver con la de las hermanas Llanos. Las segundas, tal vez por ser dos, conquistaron a un público un poco rebelde

09 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

Mira que se fan esperar... Nin que foran David Bisbal». Aunque la segunda parte de la frase podría ser discutible, la primera afirmación, pronunciada cuando el domingo se disponía a dejar de serlo, habría sido suscrita sin dudas por la gran mayoría de personas que esperaban impacientes que Dover asomase al gran escenario levantado en O Corgo. Era el concierto estrella del Xacobeo en O Grove, y el arranque no había sido especialmente bueno: Killer Barbies no acabó de enganchar a un público que se había desplazado para escuchar el tono profundo del grupo madrileño. Y ni los gritos de sirena de Silvia Superstar, ni sus bailes y ni el buen ver de la moza evitaron que, cuando la banda de Vigo anunciaba su marcha, un joven interrumpiese momentaneamente la cháchara con su pandilla par gritarle un sonoro «¡Pois vaite, ost...!». Para muchos, la hora y pico del espectáculo de los asesinos de muñecas no había sido más que una espera. Por Dover. Cuando la Superestar y sus muchachos salieron del escenario, algunos comenzaron a sacudirse el aburrimiento y a calentar motores. Tuvieron tiempo de sobra para ponerse a tono: el intermedio se prolongó más allá de lo razonable. Al menos, el ma-ia-hai, ma-ia-huu, ma-ia-ha-ha de la canción del verano, y el pita-pita-del que ha puesto de moda un anuncio de refresco sirvieron para amenizar la espera y actuaron como coartada para que muchos tonteasen, por primera vez en la noche, con el baile. Y así, por fin, llegó Dover al escenario. Una voz rasgada y dura y un sonido que no se andaba por las ramas. Cañones de luz menos espasmódicos que los de sus predecesores sobre las tablas, pero más efectivos. Pocas palabras y mucha música, que era lo que la gente quería. Por eso, al final de cada tema llovían las largas ovaciones, los chorros de aplausos y las peticiones para que retumbasen los temas más conocidos del grupo. Ellas, las dos almas femeninas del grupo, se hacían las remolonas. Podían permitirse ese lujo: la mayoría del público se había colado en sus bolsillos con los primeros acordes. Otros, como una señora muy bien vestida, muy bien peinada y con un collar de perlas, decidieron huir al ver tanto roquero alternativo en su salsa.