Los cementerios de la comarca reunieron a miles de familias que adornaban sus nichos para celebrar el Día de los Difuntos
02 nov 2007 . Actualizado a las 02:00 h.El sol del Día de los Difuntos no calienta igual que el del resto del año. La nostalgia y el recuerdo se entremezclaban ayer con el olor a cirio y a flores frescas que inundaban las decenas de cementerios de la comarca. Familias completas acudían a media mañana a rendir un pequeño homenaje a los suyos. Frente a los nichos coincidían abuelos, hijos y nietos. Mientras los primeros daban el último retoque a un ramo que les habrá costado costado casi tanto como un Rolls Royce , los más pequeños jugaban alrededor y se divertían con el resto de las hojas y el agua.
La imagen que ofrecían ayer los camposantos de O Salnés era acogedora. En algunos casos, muy alejada del recogimiento habitual y muy próxima a un día festivo. Sólo con atravesar la puerta del de Santa Mariña, en Cambados, el panorama era entrañable. Los vecinos de siempre saludándose y poniéndose al día de las últimas novedades en sus vidas, al mismo tiempo que colocaban los ramos. Mientras, la entrada estaba atestada de coches, las puertas abiertas de par en par eran un continuo entrar y salir gente y hasta la policía aprovechaba para poner las primeras multas de la mañana. Sobre las lápidas enormes centros de flores y un par de velas encendidas. Algunos rezaban en los pocos minutos que tenían de intimidad, el resto revisaban que los crisantemos no se doblasen por el sol. Todo perfecto para presenciar la misa anual del Día de los Difuntos.
A pocos kilómetros, el cementerio municipal de Vilagarcía se convertía en un pequeño hervidero de gente y la palabra acogedora no se podía aplicar al camposanto de Rubiáns. En la entrada, un coche de Protección Civil, un puesto de castañas y dos de juguetes y gominolas daban la bienvenida a las familias. Todas las puertas abiertas y con un corona del Concello de Vilagarcía en la entrada.
Al cruzar la puerta, la primera imagen era de decenas de corrillos de gente que comentaban desde el último programa de televisión a la tradicional conversación del tiempo. Otros con sillas de playa junto a los panteones pasaban el día con sus antepasados ya fallecidos. En el suelo, más de veinte coronas del resto de amigos y familiares. Los crisantemos volvían a ser los protagonistas de este cementerios. Blancos, amarillos, más grandes o muy pequeños, pero sin lugar a duda esta flor sigue siendo el emblema de los camposantos gallegos.
La altura de los nichos del cementerio de la carretera de Pontevedra obligaba a las personas -la mayoría de ellas mujeres- a desplegar una infraestructura más propia de los malabaristas. Sobre pequeñas escaleras, colocaban el limpiacristales, el tarro de los ramos, las tijeras y la espumilla donde clavarlas. Algunas también, apoyaban con gran habilidad, los cirios. Y al acabar, todas miraban el nicho y suspiraban con una mezcla de nostalgia y satisfacción sobre el trabajo bien hecho.
A medida que se acercaba el mediodía, muchas familias salían del cementerio con una nueva idea: buscar un lugar para comer. Sólo faltan 364 días para que las floristas vuelvan a hacer su agosto y las familias consigan que su nicho sea el mejor. Hoy todos regresarán a la rutina y el sol de noviembre brillará, otra vez, como siempre.