Claves para entender por qué las trabajadoras de Cuca le echan en cara al alcalde que se sintieron abandonadas
30 jun 2013 . Actualizado a las 06:50 h.Difícil imaginar una lección más dura que la que las mujeres del comité de empresa de Conservas Cuca impartieron el miércoles en el pleno de Vilagarcía. Pocas veces se ha escuchado en la casa grande de Ravella un silencio como el que acompañó las tres intervenciones. Escuchar sus palabras casi dolía. Allí no había barniz ideológico alguno. Tampoco un debate partidista. La suya fue una alocución fundamental y directa. La de quienes comprueban cómo su vida laboral comienza a torcerse al final y tratan de salvarla, para ellas y para los que vendrán después, en un empeño en el que sienten que quien les representa les ha fallado. Pero no porque el regidor no haya realizado sus gestiones ante las Administraciones que podían tener algo que decir en el conflicto. O por haber ignorado sus peticiones. Eso quedó ya claro en la misma sesión plenaria. Tomás Fole viajó con ellas a Santiago cuando hizo falta. No fue ese problema. La cuestión radica en algo mucho más básico. Una de las trabajadoras lo expresó de forma incontestable: «Nos bos momentos e nos malos necesítase xente ao lado; e nós estivemos alí, diante da fábrica, 24 horas, moitas das veces sen ninguén máis, sen fotos, sen televisión». Sin alcalde.
El bipartito conservador cometió un error a las primeras de cambio, que ha arrastrado desde el inicio de la crisis. Pero se equivocan PP e Ivil si creen que ese fallo reside en haberse reunido antes con los responsables de Garavilla que con las trabajadoras. Lo malo no fue tanto aquello como el haber asumido, sin contrastarlas previamente ni con la plantilla ni con los sindicatos, las razones que el grupo vasco aducía para clausurar la fábrica de Vilaxoán. Cuando Fole quiso rectificar, las malas vibraciones ya se habían extendido. Nuevamente, son las mujeres quienes mejor lo explican: «Os seus motivos tería, pero repítolle que o pobo que o votou a vostede foi o de Vilagarcía e o de Vilaxoán, e o traballo que nós defendemos é para o pobo de Vilagarcía e Vilaxoán».
Qué decir del desmedido despliegue policial que encerró en la caseta en la que hacían guardia a cuatro mujeres e impidió a un vecino salir de su vivienda, con aparato de inhibidores telefónicos incluidos. Todo, para que una empresa desmantelase una factoría sin, así lo dictamina ahora una sentencia, razones objetivas para ello. Es más, de las gestiones emprendidas por la Xunta ante Europa se desprende que Garavilla no podía trasladar ninguna máquina que hubiese sido adquirida con subvenciones públicas. Es decir, un cuerpo de seguridad del Estado acabó al servicio de alguien que, por lo que que sabe, podría haber actuado de forma irregular. Como mínimo, inquietante.
Que ante semejante despropósito nadie haya asumido responsabilidades se antoja increíble. Eso, sin entrar a valorar cuánto dinero nos costó a todos una operación en la que se deparó a las trabajadoras trato de delincuentes peligrosos. Ellas ponen, una vez más, los puntos sobre las íes: «Os antidisturbios pagámolos cos nosos impostos, ¿ou non? Pago unha cousa que me vén prohibir que saia dunha caseta cando non faciamos nada malo. Non sei en que país vivo».
Ni el alcalde ni ningún miembro del gobierno local tenían por qué saber lo que iba a pasar. Tampoco está ahí el fallo. Lo extraño es que una vez conocidas las circunstancias en las que aquello tuvo lugar, del Concello no partiese, que se sepa, una sola protesta hacia la Subdelegación del Gobierno, ni siquiera una petición de explicaciones. De ahí la soledad y que sobren motivos para la indignación.