El Náutico de San Vicente do Mar, un ruinoso proyecto con «final feliz»

Sara Dorado / B. C. O GROVE / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

El Náutico cambiará de rumbo debido al éxito cosechado y a las medidas aplicadas contra el covid

20 jul 2020 . Actualizado a las 23:38 h.

Si 28 años antes alguien le hubiese dicho a Miguel de la Cierva que el Náutico que fracasó en manos de su familia se convertiría en el Olimpo amado por todos los grupos y cantantes del momento, probablemente no se lo hubiese creído. Hoy, cientos y cientos de conciertos más tarde, El Náutico de San Vicente se ha consagrado como uno de los lugares más mágicos del Galicia. Y no solo porque en su escenario hayan actuado los artistas del momento, como Leiva o Coque Malla, ni porque en ese pequeño estudio de grabación que hay justo detrás del escenario hayan compartido micrófono los chicos de Love of Lesbian, sino por las miles de historias de barra que de ahí han salido: diversión en grupo, felicidad en familia o en pareja, cervezas compartidas y sobre todo mucho amor por la música.

El verano pasado marcó el punto de inflexión: «Desde hace algunos años mi idea era decrecer en el ritmo de conciertos, pero se me presentaron oportunidades únicas y no las pude desaprovechar. El cambio de este año responde a la crisis del covid, pero ya antes había decidido frenar, por percibir que ya habíamos llegado al techo. Lo hago por mí, por mi equipo, por los vecinos y sobre todo por la gente a la que le gusta la esencia inicial del Náutico».

¿Qué quiere decir Miguel de la Cierva con esto? ¿Se acaban los grandes conciertos y las noches de Náutico? Para nada, simplemente se harán algunos cambios.

Para empezar, las medidas impuestas por la pandemia hacen que la aglomeración y el sudor compartido entre artistas y público a pie de escenario se haya acabado. A partir de ahora el aforo será del 25 % y los fans tendrán que disfrutar de su artista predilecto sentados en mesas de cuatro u de ocho plazas. También habrá sillas dobles. La mascarilla será obligatoria y salvo que sean convivientes, se mantendrá la separación de metro y medio.

Otro cambio que ya se gestó el año pasado a propósito del concierto sorpresa de Vetusta Morla es que Miguel de la Cierva no adelantará el cartel, sino que esperará sorprender a su público.

La razón es mucho más romántica de lo que algunos puedan pensar: «Quiero que la gente compre las entradas no por ver a un determinado artista y luego irse a casa, sino para que vivan y sientan la experiencia completa de venir al Náutico, un lugar privilegiado, en un ambiente de lujo, con música muy buena en directo y así sentir esa cercanía con el lugar», constata.

De esta manera, Miguel contribuye en la promoción de artistas locales que en un primer momento no tienen tirón. «Es mi forma de agradecer a los artistas consagrados que vengan a tocar aquí, quiero que vean que sigo apoyando la música», comenta.

Además, Miguel planea crear una residencia artística, un «apéndice del Náutico», un lugar en el que los grupos que vayan a tocar puedan convivir y en el que hasta planea organizar talleres de sonido, de márketing para nuevos grupos o masterclass con artistas. «Es una forma de desestacionalizar los conciertos del mes de agosto, de devolverle al Náutico su espontaneidad». Por ahora, misión cumplida: el Náutico consiguió completar el aforo en estas primeras semanas de conciertos.

  «Vine aquí a tocar con un grupo antes de que el local fuese mío, el garito era de mi madre»

Corría el año 88 o 89 cuando Miguel tocó por primera vez en el que ahora es su local. Unos veinte años antes, sus padres abrían el lugar para hacer de él un club náutico, aunque la idea nunca llegó a funcionar. «El vínculo con el lugar es profundo porque fue mi padre el primero en urbanizar la zona de San Vicente. Mi abuelo, que era arquitecto, hizo el proyecto y él lo ejecutó. Mi padre fue el que hizo la carretera hasta aquí, fuimos de los primeros en venirnos a vivir a la zona, mis hermanos incluso recibían clase en casa», comenta, «esto fue el proyecto vital de mi padre. Después todo fue ruinoso y solo nos quedamos con el Náutico, que no se vendió».

Miguel comenta que nadie de su entorno lo apoyó a la hora de abrir de nuevo el local: «Era un sueño en el que ni yo tenía confianza, fue avanzando sin que mi entorno tuviese fe. Luego llegaron años donde lo vi más claro y apreté. Fue un final feliz inesperado para mí» explica.