«Unha limosniña para os difuntiños», el origen tradicional del truco o trato en Galicia

Serxio González / Martina Miser A ILLA / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

Los niños de A Illa de Arousa mantienen una antigua tradición que cada 2 de noviembre les permite recaudar dulces, frutas y golosinas sin apenas contaminarse del Halloween. Xosé Ramón Mariño Ferro, antropólogo: «Este fenómeno ten que ver coa idea do purgatorio, que se crea no século XII»

02 nov 2022 . Actualizado a las 21:25 h.

«Unha limosniña para os difuntiños que van alá». Esta es una letanía que cualquier chaval de A Illa de Arousa fija en su memoria en cuanto aprende a hablar. No es para menos, ya que su pronunciación, a lo largo de la mañana de cada 2 de noviembre, les proporciona todo tipo de golosinas, incluso alguna que otra moneda, en su peregrinación de casa en casa, de comercio en comercio. Las similitudes con el Halloween anglosajón, asimilado ya en cualquier punto del planeta gracias a la avasalladora maquinaria cultural estadounidense, son evidentes. Pero existen un par de cruciales diferencias. En el corazón de la ría, esta costumbre se remonta hasta donde alcanza la memoria y su desarrollo se escenifica cuando procede: no en la víspera de Todos los Santos, sino en el día de Difuntos, en el que, como es fácil imaginar, las aulas del colegio isleño permanecen cerradas. Además, pese a que comienzan a verse por pura mímesis, los disfraces aquí pintan poco, tirando a nada.

Impulsada por la tregua que conceden las lluvias, una legión de cativos, la mayoría menores de doce años, toma las calles de A Illa. Incluso los hijos de quienes se han establecido en el continente —denominación autóctona para todo lo que existe más allá del puente— acuden a por las esmolas de sus difuntiños. Los más pequeños, reunidos en grupos de tres o cuatro, desfilan acompañados de sus padres o abuelos. «Hoxe toca pedir a limosniña», explican Irene, Sara, María, Adrián y Eric. Emma tiene apenas dos años, pero ya conoce la frase mágica. Piden de puerta en puerta, en fruterías, en establecimientos de ropa, mercerías, gestorías, panaderías, joyerías, peluquerías, en la cofradía de pescadores, en la farmacia, en la administración de lotería y, por supuesto, en las tabernas.

En el bar Novo Carrán, Ramón ha rellenado durante todo el año un bote con céntimos que ahora reparte, Abundan las chucherías y los dulces. Tampoco faltan zumos y fruta. Hasta que echó el cierre, hace dos años, la panadería que abría sus puertas en la parte posterior del pósito elaboraba un cornecho especial. Hoy, la hija del dueño ha cocinado galletas de difuntos para los niños.

«Ver as caras dos pequenos, o sorriso que levan, non ten prezo, esas caras quédanche gravadas», explica Julián García, bateeiro y concejal durante años. «Cando nós eramos pequenos dábannos patacas, unha espiga de millo, cousas así, das que aquí se producían. O mellor eran os caramelos e, sobre todo, as castañas cocidas ou asadas que tiñan nas tabernas. Agora hai moito máis nivel... Aínda que creo que lles van caer os dentes a todos», bromea.

Entonces, los chavales recorrían el pueblo con sus pandillas, sin sus padres, y, como continúa sucediendo, ninguno se quedaba con las manos vacías. «Outra cousa é que che desen medio quilo de patacas, e as tiveses que levar a casa, claro. Iso si, as castañas non tiñan ese problema, porque xa ías baleirando ti a bolsa». Julian recuerda los difuntiños desde siempre: «A miña irmá Rosa, con 83 anos, xa dicía que ían pedilos. E non creo que empezasen elas, así que falamos de hai moito tempo». La costumbre no pierde un ápice de vigor. En su casa, han tenido que renovar dos veces el dulce avituallamiento de difuntos para atender a tanto pequeño esmoleiro.