La mano de obra nepalí del barco, ajena a las gestiones para importar 3.824 kilos de coca, deambula por Vigo sin casa, permiso de residencia ni trabajo para vivir y sabiendo que el juicio llegará al 2025
10 jun 2024 . Actualizado a las 21:07 h.Subash ve crecer a sus hijos de seis y ocho años en la pantalla de un móvil desde hace un lustro. En el 2019, cuando dejó su país, Nepal, hacía videollamadas desde su primer destino, Panamá, para enrolarse en la tripulación del barco remolcador Karar. Entre el 2020 y el pasado abril, ya en España, telefoneaba desde la cárcel de A Lama; y desde entonces, que dejó el penal, residiendo entre Fornelos de Montes y Teis. Subash no se separa de sus ocho paisanos nepalíes. Ellos también formaban la tripulación del Karar; el buque abordado en abril del 2020 con 3.824 kilos de cocaína.
Los nueve asiáticos acuden a cada sesión del juicio que se celebra en la macrosala de la Cidade da Xustiza en Vigo en calidad de acusados, pero con un matiz: «Eran esclavos de unas circunstancias muy concretas», explica el capellán de la cárcel de A Lama, Juan Antonio Terrón, que también es párroco del Santísimo Cristo de la Victoria, en Vigo. Los nueve nepalíes son reos de otras circunstancias. La instrucción del procedimiento judicial en Vigo que les acusa de colaborar con la travesía del Karar se prolongó en exceso, cuatro años; el tiempo máximo permitido en el España para vivir en prisión provisional. El póker de anualidades se cumplió con el juicio ya iniciado, el 24 de abril. Cerca de la medianoche, tras horas de trámites para dejar el penal de la provincia, regresaron a la calle en A Lama, sin vivienda y con la necesidad de buscar algo a contrarreloj; al menos para dormir sobre una cama la primera noche.
Ahí empezó un periplo de pernoctaciones intermitentes en dos albergues de Vigo, un piso alquilado en la misma ciudad o las instalaciones dedicadas a un campamento de verano en Fornelos, cortesía del capellán penitenciario Terrón. El gran problema es que el juicio, con más de 90 personas citadas para declarar, está previsto que se prolongue hasta el 2025 sin que los nueve nepalíes tengan una vivienda para instalarse durante los próximos siete meses en la ciudad de la que no pueden moverse. Tampoco permiso de residencia para buscar trabajo o cobrar el paro por los tres años trabajados y cotizados a la Seguridad Social estando en prisión.
«Unos somos electricistas, otros nos dedicamos al sector textil, cosiendo, incluso cuero», explica Kirán, de 49 años, mostrando la carpeta con el informe de vida laboral que atestigua su cotización y pasado laboral durante el tiempo que permanecieron presos. Él y los otros ocho nepalíes relatan su compleja y singular situación sentados en bancos del parque de A Riouxa, en Teis, muy cerca del albergue de los Irmáns Misioneiros dos Doentes Pobres donde se alojan seis de ellos. Los otros tres, también en Teis, compartían hasta mayo un piso alquilado por 500 euros al mes. «Nos lo ofreció otro preso de A Lama, pero en junio tuvimos que dejarlo porque ya no podemos pagar el alquiler», revela Bahadur, otro nepalí, evidenciando que con el tránsito a junio la situación que vive junto a sus compañeros se agravó al necesitar otras tres camas en algún albergue de la ciudad.
El problema de estas entidades —tanto la de los Irmáns Misioneiros dos Doentes Pobres como el albergue Dignidad, en la calle Toledo— es que solo permiten estancias de diez días. El albergue Dignidad ya les acogió su momento, y en el de Teis, a mayores, cuentan con la ayuda incansable de un trabajador social que, a falta de permiso de residencia en España, ya les tramitó tarjetas del Sergas por si la surgen problemas de salud.
8.30 horas, a la calle
La estancia en un albergue de la ciudad implica acatar las normas internas. «A las 8.30 horas tenemos que salir y no podemos volver hasta las 17.30. Estamos todo el día en la calle, paseando. Tampoco podemos meternos en bares porque eso implica gasto de dinero... Ya para las comidas, recurrimos a comedores de beneficencia. Así tenemos desayuno, comida y cena», confiesa otro tripulante del Karar llegado de Nepal, Bahadur. Ya los tres compatriotas que hasta el viernes vivían en el piso arrendado, confiesan que el poco peculio disponible se va en tarjetas de teléfono para llamar a las familias y en comida.
«Arroz, lentejas, pasta, compramos lo más barato y lo que más dura para amortizar el gasto con lo poco que tenemos, pero aún así no llega. Gracias al señor Juan (Antonio Terrón, capellán del Centro Penitenciario de A Lama) vamos tirando por ahora, pero saber que el juicio llegará al menos hasta otoño implica un serio problema. Nosotros no queremos vivir de la caridad, queremos trabajar mientras dure esto y hasta que podamos regresar a nuestro país a la cárcel. Pero para eso necesitamos el permiso de residencia», confiesa y reclama Raju, otro nepalí desesperado por el cúmulo de circunstancias que los mantendrá en Vigo otro medio año a la espera de que acabe el juicio. A mayores, los meses que se demore la redacción de la sentencia.
La Fiscalía pide para cada uno de los nueve nepalíes 13,6 años de cárcel, igual que para el resto de tripulantes extranjeros del Karar; cinco ciudadanos de Bangladés entre los que se encuentra el capitán del barco. Él sí reconoció en la vista participar en las gestiones con un enlace de la organización colombiana que suministró las 3,8 toneladas de polvo blanco finalmente decomisadas para autorizar que la mercancía se cargara en el barco. Ya en el juicio, unos y otros, nepalíes y bangladesíes, reconocieron los hechos y el rol de cada uno con el único objetivo de lograr una rebaja de la condena y regresar lo antes posibles a sus países. La relación entre unos y otros es cordial, pero condicionada por la religión. Los cinco de Bangladés viven por su cuenta, no pueden compartir vivienda con los nepalíes porque su religión, la musulmana, se lo impide.
La primavera de lluvia incesante vivida en las Rías Baixas agravó la situación de los tripulantes del Karar en Vigo. Complicaba todavía más su estancia obligada de horas en la calle desde que abandonaban el albergue a las 8.30 hasta que regresaban por la tarde, tras las 17.30. «No podíamos hacer nada, estamos atrapados en Vigo y sin trabajar, aunque queremos. En Nepal llueve tres meses al año, pero lo de aquí es mucho...», confiesa Subash.
Hablar con los nueve marineros de Nepal conlleva darse cuenta de que todo se decide de forma asamblearia. También dar el paso de hacer un reproche público a su país a través de la embajada en España: «No cogen el teléfono desde hace tres años. El primer año respondían, pero dejaron de hacerlo. Lo más grave que algunos, desde que nos fuimos de Nepal en el 2019 para trabajar en Panamá, tienen el pasaporte caducado y eso dificulta que podamos hacer muchas gestiones», detallan resignados los afectados mientras muestran las fechas de vencimiento de los documentos de identidad citados.
Opciones posibles y factibles
Juan Enrique Terrón se ha convertido en una padre con alas de ángel para los nueve nepalíes, igual que el despacho de abogados que los representa, Vox Legis; además de representarlos procesalmente se ha volcado para solucionar su encrucijada humana. «Y eso que en prisión, durante cuatro años, apenas hablamos con el capellán. Nos saludábamos al cruzarnos, poco más», recuerda Subash. Terrón explica que su interés por la situación de estos nueve hombres surgió a petición del departamento de servicios sociales de la cárcel de A Lama. «Fueron ellos los que mostraron interés tras agotar todas las vías a su alcance para garantizarles alojamiento la primera noche (tras salir de prisión) o más días. La primera noche pudimos alojarlos en pisos que tenemos en Vigo para disfrute de presos que carecen de tutela y salen de permiso porque nosotros asumimos esa tutela», explica Terrón.
Luego llegaron los albergues de Teis y la calle Toledo, también un complejo destinado a campamentos de verano en Fornelos de Montes, igualmente cortesía del capellán. «Pero aquello era muy poco práctico por la falta de transporte público. Tardaban una hora en llegar a las sesiones del juicio, que comienzan a las 10.00 horas. Por eso coincidimos en que era mejor acercarse a Vigo», añade Terrón, que reconoce la conveniencia de encontrar trabajo a los nueve nepalíes a la vez que valora la dificultad que implica obtener un permiso de residencia como requisito obligatorio para su contratación: «Lo intentamos a través de la entidad religiosa Estella Maris de Vigo y un despacho de abogados que colabora con la entidad. Lograr ese permiso de residencia solucionaría mucho, porque además de trabajar, podrían cobrar la prestación de desempleo por los tres años trabajados en prisión. Estamos hablando de un caso excepcional, y ello requiere medidas excepcionales».
Terrón llamó igualmente a la puerta de la Casa del Mar, en Orillamar, para acogerlos. «Pero la Xunta [añade el capellán] establece que solo la utilizarán trabajadores del mar dados de alta en la Seguridad Social, y ellos no la tienen. Sí carné de marinería, por eso integraban la tripulación del remolcador donde los arrestaron, pero la Xunta no quiso entender la excepcionalidad de la situación. Al final, esta gente es víctima de un cúmulo de infortunios. Su comportamiento en prisión fue impecable, igual que desde que salieron a la calle. Son esclavos de un situación alejada de su control, en un país alejado del suyo y teniendo que aprender otro idioma para comunicarse».
Lo único seguro hoy es que los nueve nepalíes no saben dónde dormirán la semana que viene. Se agarran a la ensoñación de lograr el permiso y trabajo para ganar dinero y vivir todos juntos en un piso de alquiler hasta que finalice el juicio y se conozca la sentencia. Pero mientras eso no llega, se funden su poco dinero en tarjetas de teléfono para hablar con sus familias, a 8.145 kilómetros de distancia. A prisión tampoco pueden regresar, aunque dejaron amistades. Una les consiguió el piso de alquiler donde vivían hasta mayo tres de ellos. A mayores, para sobrellevar la situación, se agarran a la religión. El hinduismo es mayoritario en Nepal, seguida del budismo. Ellos, a falta de templos, la procesan en cualquier sitio. «Basta llevar la fe en el corazón para no perder la esperanza [confiesan mirando a la ría]. Algún día, antes o después, regresaremos a casa».
Un juicio con 100 declarantes cuyo fallo no se conocerá hasta el 2025
Todo lo relacionado con los 3.824 kilos de cocaína decomisados en abril del 2020 a bordo del remolcador Karar ha implicado retrasos desde su abordaje en el Atlántico. Primero fue la instrucción judicial, dilatada sobremanera; luego, el inicio del juicio, previsto para marzo e iniciado finalmente, tras dos prórrogas, en la segunda quincena de abril. Por último, el devenir de la propia vista, que se desarrolla a paso lento y con el agravante de los problemas técnicos de sonido de una sala de vistas de última generación inaugurada hace año y medio que persisten sin que la Consellería de Presidencia, Xustiza e Deportes aporte soluciones pese a las peticiones planteadas; algunas por escrito y firmadas por las propias magistradas que ejercen en Vigo.
Excepcionalidad
Una vista como no se recuerda. Los señalamientos conocidos hasta ahora fijan el último el 19 de diciembre. Suponiendo que se cumplan, el juicio llegará a finales de año; pero con que surja un solo contratiempo, entrará en el año nuevo. No se recuerda en Galicia un juicio por narcotráfico de tanta duración; tampoco con tantos declarantes citados. Solo en representación de la Policía Nacional están convocados más de 30. En total, el número de declarantes llega a la centena. A mayores, de epílogo, la exposición de las conclusiones finales de la Fiscalía y abogados. El juicio está previsto retomarlo el miércoles para seguir hasta el viernes. Lo siguientes sesiones están prevista para la última semana de mes, continuarán en julio, septiembre, octubre, noviembre y diciembre. Está por ver cómo este calendario condiciona la actividad de la Audiencia de Pontevedra hasta final de año.
Cambio de bancada
Por dilaciones. El juicio comenzó con 16 de los 28 procesados compareciendo en la Cidade da Xustiza con las manos esposadas por estar en prisión. Desde entonces, 14 de ellos [los tripulantes extranjeros del Karar] salieron de la cárcel y empezaron a llegar por su propio pie a la vista y con las manos liberadas tras cumplir el máximo permitido [cuatro años] en prisión provisional. De los otros dos procesados que siguen compareciendo esposados y trasladados a cada vista desde la cárcel de A Lama, el colombiano René Robledo salió esta semana de la cárcel por los mismo motivos que los tripulantes extranjeros de Karar: cumple cuatro años en prisión provisional sin ser juzgado. El único que permanecerá en prisión, y acudiendo a la vista del penal de A Lama, es Ismael Cores; que está entre rejas desde noviembre por otra causa de narcotráfico.
Ausencia destacada
A la espera de si declarará. El principal testigo de la Policía Nacional para la Fiscalía, que fue instructor de las diligencias del Karar, no ha comparecido todavía por baja médica. Está por ver, dado que el juicio se prolongará tantos meses, si el funcionario se repondrá. Se trata del inspector jefe de la Policía Nacional que fue detenido en diciembre por su presunta relación con un narcotraficante de Murcia al que, sostiene la Unidad de Asuntos Internos de la Policía Nacional, ayudaba a importar alijos de cocaína desde Colombia a cambio de dinero. Los hechos investigados sostienen que este funcionario aprovechaba su condición de enlace del Ministerio del Interior en Colombia [siguiente destino tras dejar Galicia] para colaborar con la trama.
Estrategia definida
De las defensas. La causa del Karar sufrió un seísmo dos meses después del abordaje. La Sección Quinta de la Audiencia de Pontevedra dejó en libertad a todos los detenidos en las Rías Baixas, acusados de querer recoger en aguas abiertas el alijo del Karar. La Audiencia argumentó que el nexo entre el alijo y los gallegos era muy débil para mantenerlos en prisión. Las defensas, con diferente sutileza, están usando ese argumento en sus interrogatorios y planteamientos para intentar que sus representados sean exculpados. La Fiscalía lo rebate en cada uso de la palabra en sala.