En A Illa se despacharon más de 1.500 raciones de cefalópodo sin nada más que pimentón, sal y aceite
02 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.El pulpo es, sin duda, uno de los tótems de la gastronomía gallega. El cefalópodo se puede consumir de muchas formas, pero si hay alguna que se haya convertido en un símbolo del país, en un plato que todo turista quiere probar antes de volverse a casa, es á feira. Quedó demostrado este fin de semana en A Illa de Arousa, donde agosto se despidió con una fiesta a la que el cefalópodo ponía mucho más que el nombre: durante la celebración se repartieron 1.500 raciones de pulpo presentado sobre plato de madera, sin más aderezo que un poco de sal, un poco de pimentón y un buen chorro de aceite. Ayer en la hora punta —entre la una y las tres de la tarde— para hacerse con este producto había que armarse de paciencia y procurarse una gorra: la cola era enorme. Bajo un carpa, un hombre cortaba uno tras otro los pulpos que iban saliendo de la gran pota que tenía a su lado. Otra persona aderezaba la ración y otras dos manos se empleaban en lavar los platos de madera necesarios para poder dar salida al producto. La espera para conseguir la ansiada ración valía la pena: el pulpo satisfacía los paladares más exigentes.
Comer el pulpo á feira es tradición. Pero en la localidad anfitriona, rodeada de mar por todas partes, saben otra receta que quita el sentido a los amantes de la buena gastronomía: el pulpo á Illa. Cocido con patatas, y acompañado de un aliño especial, conquista paladares: se despacharon más de 600 raciones de esta preparación, según explicaban los responsables de las cajas en las que se vendían los tiques. La tercera opción propuesta por la organización de la fiesta, que recayó este año en el club de piragüismo local, era el pulpo a la plancha, que no consiguió el mismo éxito.
Además de pulpo, quienes este fin de semana se acercaron a la última de las fiestas gastronómicas del verano en A Illa pudieron elegir entre otros productos: excelentes mejillones que demostraban por qué el de O Xufre es uno de los puertos bateeiros más importantes de Galicia, zamburiñas, surtido de empanadas, arroz, pimientos de Padrón... Un menú que alegraba el día a los muchos visitantes. «Está todo rico y el precio es muy bueno», avanzaba una veraneante a la mujer que hacía cola junto a ella, que parecía ansiosa por llegar no ya al fin de la larga fila, sino a una zona de sombra. El sol, pese a las previsiones meteorológicas, quemaba.
Su acento fijaba su lugar de residencia más allá de Padornelo. Desde la organización de la fiesta reconocen que sí, que había mucho turista bajo las carpas. Gente de otras comunidades pero también un número creciente de extranjeros. Aunque, sobre todo, el público de la celebración eran gallegos que conocen la buena fama de los certámenes gastronómicos de A Illa: el del pulpo cumple este año la friolera de 25. Un cuarto de siglo ganándose a pulso ser toda una referencia en el final del verano arousano.
Lo mismo pasa con la otra gran cita gastronómica del fin de semana, que nos obliga a llegar al fondo de la ría y remontar el Ulla hasta Valga. Allí se celebró el sábado por la noche la Festa da Anguía e a Mostra da Caña do País. Este certamen exalta dos productos tradicionales que pueden encajar, perfectamente, en los gustos de hoy en día. Para demostrarlo, en Valga han modernizado hasta el formato de su fiesta, sirviendo la anguila en deliciosos bocados elaborados con mimo, y la caña en combinados de lo más coloridos y variados. Eso sí, no faltaron a la celebración quienes quisieron degustar la blanca, la de hierbas y la tostada como toda la vida, dándose el placer de catar un licor imprescindible para dar forma a otro de los elementos que conforman el «menú típico» de esta tierra: la queimada. A partir de la medianoche hubo reparto gratuito de este brebaje entre el respetable.
Los mismo ocurrió en Vilagarcía, donde la Noite das Meigas firmó una nueva edición con las calles abarrotadas de gente. En los poblados que se desparramaban por las principales plazas se repartían bocados para entretener la espera hasta que, a las doce, se comenzó a repartir el aguardiente que, purificado por las llamas, habría de contribuir a espantar los malos espíritus.