La película de Ramón Torrado se filmó en 1948 en la ciudad y alrededores
14 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Imagínese usted, haga un momento el esfuerzo, que es un peatón coruñés en el año 1948. Los paisajes urbanos que a sus ojos se le pintan mientras pasea son evidentemente distintos a los de hoy. Deambula, en fin, por las calles coruñesas en un septiembre de hace, exactamente, 76 septiembres. Y en esto se topa de bruces con un jaleo descomunal. Coches, furgonetas, camiones, focos, cámaras, figurantes, gritos, vítores, de todo un poco. Este guirigay con el que acaba de encontrarse es el rodaje de la película Sabela de Cambados, una producción de sabores gallegos que contó con los talentos de algunos de los nombres más principales de la constelación patria de la época.
Se pasea por el set como Pedro por su casa un tipo de bigote fino y pelo engominado hacia atrás (estética masculina muy estilada en los años aquellos). Sin necesidad de desgañitarse se hace oír este hombre solemne. Con tan solo mirarlo entiende uno que es él quien manda. No solo porque es Ramón Torrado (así se llama) el señor director, sino porque juega, además, en campo propio. Es un coruñés de garra y tradición. Por toda España ondeaba este cineasta, favorito del público, la bandera de sus raíces. Podría decirse, y sería en parte acierto, que Sabela de Cambados fue, por encima de todo, un empeño familiar. El guion tiene origen en un libreto teatral de Adolfo Torrado, hermano mayor de Ramón. Quedaba la cosa en casa. En casa coruñesa.
Ha de admitirse, no obstante, una pequeña falta. Una incongruencia de origen en el proyecto. Se mire la cinta del derecho, del revés o en diagonal, no sale por ninguna parte, ni mencionado siquiera, el municipio de Cambados. El título, por lo tanto, debió de ser escogido o por su musicalidad o con algún deje de guasa maliciosa. Y no gustó esto, claro, a los cambadeses.
Pero, rencillas aparte —justas o injustas—, trajo esta filmación la algarabía a las calles coruñesas. Durante casi todo el mes, rara era la jornada en la que no se agolpaban riadas de curiosos en algún rincón de la urbe. El pasatiempo del momento era ir a la caza de las superestrellas. Contaba una crónica de La Voz de Galicia de aquel año, titulada «Anecdotario sobre el rodaje de Sabela de Cambados», que en un playero hotel —no se dice cuál ni de qué playa— se alojaban los lumbrosos cabezas de cartel. Con el peso de la veteranía cargaban los actores de raza María Fernanda Ladrón de Guevara y Fernando Fernández de Córdoba. El toque pizpireto y risueño lo ponían una jovencísima Amparo Rivelles y un galante Jorge Mistral, que disfrutaban de su estrellato como el que saborea una dulcísima golosina. Por la arena paseaban y se revolcaban estos dos, provocando risas de ternura entre los vecinos que con ellos se cruzaban.
Otro episodio destacado fue el de la lujosa secuencia de baile en las dependencias del Finisterre. Media ciudad se presentó ahí, emperifollada y pintiparada, a ver si los fichaban de figurantes y, de paso, atraían la atención del director lanzándole miradas profundas y cinematográficas. Dejan estas anécdotas un regusto de melancólica lejanía. Y lejano es todo ello, no hay duda, si se atiende al calendario. Pero, ¿quién de nosotros no habría soñado en los cuarenta con ser Ingrid Bergman o Tyrone Power?