Baiuca, música para vikingos en tiempos de la quinta ola

Serxio González Souto
serxio gonzález CATOIRA / LA VOZ

CATOIRA

Un concierto «folkatrónico» recibió a la flota invasora en las Torres de Oeste

02 ago 2021 . Actualizado a las 12:31 h.

El primer domingo de agosto es, en Catoira, mucho más que una simple excusa para el desparrame. Para comprender lo que aquí sucede es necesario dejarse llevar. Hacerse a la idea de que el vino va a correr por dentro y por fuera, calzar un casco, si alguno hay a mano, desgañitarse conjurando a la numinosa Úrsula, grito de guerra que resuena una y otra vez bajo las Torres de Oeste, y abandonarse al placer anónimo y ajeno por completo a la culpabilidad que solo la horda puede proporcionar.

O así era, al menos, hasta que el coronavirus impuso su ley. Este domingo, la Romaría Vikinga, fiesta de interés internacional capaz de hermanar a galaicos y daneses en torno a un puñado de drakkar y a las ruinas de una legendaria fortaleza a orillas del Ulla, hizo lo que pudo dentro de las estrecheces que anuda la pandemia. A diferencia del verano pasado, de puro secano, las naves de los normandos sí surcaron las aguas finales del mar de Arousa en busca de los tesoros Compostela. No eran muchos los invasores, 36, a razón de seis por barco, demostrando que el covid ha conseguido lo que no logró aquel número de la Guardia Civil que hace unos años abordó a los fieros guerreros con su zódiac para —aquí les dejo la impagable crónica que de todo aquello escribió Nacho Mirás— pedirles los papeles del drakkar: meter a los vikingos en cintura.

Las cosas, en fin, son como son, y no queda otra que hacer de la necesidad virtud. Seso y Manolón son dos curtidos catoirenses que desde hace treinta años reciben agosto enfundados en sus pieles, espada en mano, bien protegido el caletre bajo un yelmo, cornúpeto o no. «Non sei moi ben se isto volverá ser como antes», reconoce uno de ellos mientras embarca en su drakkar de línea desde la playa fluvial. A bordo, menos vino que en un secadero. Y, aunque nada que ver con las multitudes de antaño, algunas decenas de personas se arremolinan al paso de los navíos.

Poco a poco, las invocaciones a Úrsula van calentando el ambiente. «Menudas cajas hacíamos. ¿Usted cree que volverán hoy por aquí?», pregunta Miguel, doce años en Catoira al pie del cañón, al frente de una furgoneta de esas en la que uno puede encontrar desde un helado a una cerveza, una goma Milan o un bote de colacao. Ante las dudas que expresa su contertulio, nuestro hombre anuncia que acabará la jornada tentando al público de Raphael, en el Monte do Gozo.

MONICA IRAGO

Solo la posesión de una de las doscientas entradas que ha despachado el Concello permite acceder al recinto de las torres, donde, de todas formas, tampoco habrá desembarco. Los invasores navegan, pero se quedarán con las ganas de zambullirse en barro y tinto. Baiuca aguarda bajo la fortaleza. La verdad, es uno de los hallazgos de esta edición a medio cuerno. Las melodías tradicionales fluyen sobre percusiones de corte electrónico, cuya monotonía telúrica ejerce un poderoso meigallo. Un influjo que ni la incipiente lluvia podrá ya romper. A la espera de tiempos mejores, los vikingos han descubierto su música. Tampoco está mal.