«Los hosteleros tienen que ponerse las pilas»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

O GROVE

Carmen Germade, con las alumnas del taller de hostelería de O Salnés, que se imparte en Sanxenxo.
Carmen Germade, con las alumnas del taller de hostelería de O Salnés, que se imparte en Sanxenxo. Adrián Baúlde

Ve muchos brotes verdes en una profesión que le entusiasma, pero avisa: «Quedan trabajos precarios»

23 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Carmen Germade Alfonso (O Grove, 1978) pertenece a una generación en la que a la hostelería no se solía llegar por gusto ni, generalmente, tras cursar formación específica. Lo habitual era que muchos jóvenes y mayores tomasen esa opción, denostada por las interminables jornadas, por tradición familiar o por buscar una salida laboral rápida. Sin embargo, ella, nativa de un municipio eminentemente turístico, llegó al gremio de la forma más inesperada: tras cursar Filología Alemana y marcharse al país germano como auxiliar de conversación. Ahora, veinte años después de aquello, dirige el Obradoiro de Hostalaría de la Mancomunidade do Salnés, que se imparte en Sanxenxo, y reivindica con ansia un oficio que le entusiasma: «Contar con buenos cocineros y camareros es esencial. Lo cambian todo en un negocio», dice con la voz firme.

Siendo la pequeña en una familia de O Grove que había visto nacer a tres varones primero, su infancia fue entre algodones. Se ríe al recordarlo: «En principio fui un error, porque ya cogí a mis padres mayores. Pero luego, cuando les dijeron que era niña, fue una fiesta. Y sí, fui la mimada», cuenta. Descubrió lo que es tratar con el público en la tienda de ultramarinos familiar y, cuando le tocó elegir carrera universitaria, se dejó llevar por una frase que sonaba mucho entonces: «Te decían que estudiases alemán o inglés, que tenían futuro. A mí me encantaban los idiomas e hice Filología Alemana. Y me encantó».

En invierno, clases en Santiago. En verano, inmersión alemana en su propia casa. No en vano, aprovechaba los estíos para dar clases en la escuela internacional de lenguas de O Grove y su familia, paralelamente, daba cabida en su hogar a estudiantes alemanes. Así que ella practicaba el idioma: «Era una maravilla, darles clase, salir con ellos de marcha, enseñarles O Grove... qué bien me lo pasé», narra. De ahí se marchó a Alemania, donde vivió en ciudades como Düsseldorf y donde trabajó como auxiliar de conversación o profesora. Tiene buen recuerdo de aquella época, pero reconoce que el bicho de la morriña le picó a los dos años de estar en tierras germanas. Una amiga le recomendó irse a Fuerteventura. Y ahí empezó su idilio con la hostelería: «Me enganchó la profesión, aunque reconozco que siempre la viví de una forma privilegiada, porque estuve en puestos como subdirecciones de hoteles o encargada de eventos. Yo hacía mi jornada y me marchaba a casa».

El desembarco en la docencia

El día que se cansó del desierto canario puso rumbo a Galicia. Y aquí trabajó también más de una década en hoteles. Reconoce que su carrera cambió cuando la maternidad se coló en vida. Buscó una forma de estar ligada a la hostelería que no implicase perderse todas esas cosas irrepetibles de los hijos. Y la encontró. Así, comenzó a trabajar como directora de talleres públicos que forman camareros y cocineros. O también personal para el sector turístico y del márketing.

Hablamos entonces de su realidad, que es la muchas mujeres, de si la palabra hostelería y conciliación familiar son imposibles de casar. Y reflexiona: «Las cosas están cambiando, a los hosteleros no les queda más remedio que avanzar a marchas forzadas. Soy optimista y veo que está llegando una nueva generación de emprendedores muy formados, que empiezan a ofrecer condiciones distintas en hostelería, desde jornadas únicas a trabajar solo determinados días de la semana. Pero queda aún camino por andar, quedan trabajos precarios. Y los hosteleros tienen que ponerse las pilas, porque muchos ya saben lo que es no poder abrir sus negocios por falta de personal».

Siendo de O Grove y trabajando a diario en Sanxenxo, es muy consciente de que uno de los problemas de la hostelería en Galicia es la estacionalización y, paralelamente, la temporalidad del empleo que genera: «Cada vez más se amplía la temporada y es algo por lo que debemos luchar. Aquí se daba una situación, y en muchos casos todavía se da, que no es asumible. Hay familias que viven de negocios que abren en la temporada veraniega y cierran en octubre. Les compensa trabajar de sol a sol esos meses porque luego saben que van a descansar el resto del año. ¿Y sus empleados? A ellos no pueden exigirle eso. Porque ellos no van a vivir de eso el resto del año. Hay que poner en valor su trabajo, ofrecer condiciones dignas y pensar en especializarse como herramienta para ir desestacionalizando el turismo».

Reivindica una y otra vez el oficio e insiste en que, con condiciones óptimas, la hostelería es una actividad apasionante: «Cuando te atiende ese camarero que conoce tus gustos, que lo ves contento, que sirve con una elegancia que te deja impactado... eso hay que valorarlo muchísimo». Señala que los alumnos de su taller, de perfiles muy variados, pueden trabajar de inmediato y que muchos, de hecho, combinan esta formación con empleos como extras en la hostelería los fines de semana. Y remata señalando que a veces estos obradoiros cambian la vida: «Vienen antiguos alumnos, ves que han emprendido y que les va bien y te emocionas», remacha.