Antiguamente iban corriendo y hace unos años tenían que seguir el paso que marcaba la Brilat
05 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.No es una película de Berlanga. Son las fiestas de San Roque do Monte en San Miguel de Deiro (Vilanova) en el año 2018. Tocan las campanas y las bombas de palenque atruenan sobre la capilla. Es el pistoletazo de salida del traslado de la Virgen del Carmen y de San Miguel a la iglesia parroquial, acompañados por las imágenes de San Antonio, San Roque y María Auxiliadora, que, estas sí, harán el camino de vuelta para volver a sus altares. Pero que nadie crea que es una procesión al uso. De hecho, matizan los feligreses, eso no es una procesión, el acto litúrgico es el que se hace minutos antes alrededor de la capilla. El traslado de las imágenes es una suerte de carrera, cuesta arriba, amenizada por música de charanga durante todo el recorrido.
Los costaleros arrancan a toda prisa arengados por algún vecino: «Correde, correde!», y aprietan el paso a ritmo de marcha atlética. «Antiguamente si que corrían, agora andan rápido», aclaran. ¿Y a qué viene tanta prisa, de donde procede esta tradición?. «Non sei, será para acabar pronto e ir comer», contesta un hombre entrado en años.
Así lleva siendo en el último siglo y así seguirá, siempre que haya brazos disponibles. Ayer no faltaron, pero en cuanto se retiren los habituales será difícil encontrar relevo. Por Candela no va a quedar. La hija de Marcelino dice que quiere seguir el camino de su padre y que, en cuanto crezca, se pedirá un sitio al lado de San Antonio o de San Roque, que son las imágenes que reservan a las mujeres.
De momento, las veteranas dejan el pabellón bien alto, con Dorita al frente, que lleva tres décadas bajando y subiendo santos en San Miguel. Ella y los demás arrancaron briosos a eso de la una de la tarde de la capilla de San Roque y dos kilómetros y medio después llegaban resoplando y sudorosos a la iglesia, para devolver a la Virgen del Carmen y San Miguel a su casa, la que abandonaron el pasado sábado. No es para menos, el esfuerzo físico es importante, y eso que esta vez se hizo más llevadero porque estaba nublado e incluso cayeron unas gotas al final del recorrido.
Después de marchar durante quince minutos a todo trapo y con un madero a cuestas, a Dorita se la veía pletórica, dispuesta a repetir, aunque no todas las parroquianas estaban en la misma disposición. Si hay que ir se va, pero mejor ver los toros desde la barrera, pensaron Nuria, Eva, Elena y Tania, que hacían corrillo en el atrio para prestarse a portar las imágenes en caso de que fuera necesario. No hizo falta. «Parece que no, pero San Antonio, con lo pequeño que es, pesa bastante, es por culpa de la anda», explican. María Jesús Nine, la presidenta de la comisión, también se libró esta vez. Sus cervicales ya no están para estos excesos, aunque ella siempre está dispuesta a echar una mano.
Quienes no fallaron un año más, y van unos cuantos, fueron Abraham, Marcelino, Diego, Mario y los demás vecinos que cargaron con las imágenes. Veinte en total, movidos por una mezcla de fe y tradición, que hacen posible que las fiestas en Galicia sigan siendo diferentes. Y claro, en una cita tan peculiar como esta, no pueden faltar las anécdotas. Algunos no se acuerdan, pero Lourdes narra como, hace años, San Roque acabó por los suelos o cuando ella y sus amigas se colaron en la iglesia y se montaron su fiesta particular, vistiendo la sotana del cura y bebiendo el vino de misa. Cuarenta años después, estas cosas ya se pueden contar, bromea. Sus hijas no están muy por la labor de echarse a hombros a los santos, pero ya se está ganando para la causa a su yerno, que aunque de origen lituano, está totalmente implicado con las fiestas locales.
Lo que todos tienen presente son aquellos tiempos en que la Brilat de Pontevedra participaba en el traslado de los santos, «e cando estaban eles era espectacular, si que había que apurar o paso», relatan.
Llueva o haga calor, la carrera más piadosa del lugar nunca falla, menos aquel año que la comisión decidió montar las imágenes en el tren turístico, porque el artilugio se acababa de estrenar en Vilanova y alguien pensó en innovar. La idea no cuajó y la tradición se impuso. Mientras haya gente dispuesta a sudar la camiseta, el Carmen, San Antonio y demás seguirán saliendo a la calle. «Sois el orgullo de la parroquia», decía ayer el cura. Y como todo esfuerzo tiene su recompensa, ayer la tuvo, con mejillones y vino para todos.