Y bueno, pues. El puente montará en breve sobre la ría de Noia y galopará como un desbocado caballo de cemento y acero sobre los berberechos de A Misela si la Xunta cumple con lo anunciado. Al parecer toda la lucha de los partidarios de su construcción, todas sus manifestaciones dando el do de pecho por los malecones, y también todos los informes técnicos y estudios realizados por peritos en la materia, recomendando lo impropio de su construcción, todas las batallas dialécticas de barra de bar o banco de alameda entre los preocupados ciudadanos, se han evaporado en el aire putrefacto de la ría, han entrado y salido por los oídos de la «cosa» oficial y el proyecto se ha solucionado con un cambio de cromos en las alturas de los enmoquetados despachos, dando la espalda al pueblo e importando poco las razones y la lucha de las gentes a favor o en contra.
Lo dije entonces y lo digo ahora, estoy en contra de la aparición ya inevitable del puente y creo en las razones que tengo para ello. Se basan en el estudio del proyecto y su impacto en el medio ambiente, realizado por gentes expertas en esas ciencias. Los partidarios del tendido del puente, su núcleo duro, alegan en sus motivaciones, los daños a sus propiedades que traería consigo la variante interior. A mí me parece que defender lo propio es muy honesto y correcto, pero el bien común, refrendado por estudios científicos y técnicos de gentes capacitadas para ello, en una vida en sociedad, está por encima de las razones de índole personal.
Pronto se vio que la lucha de los partidarios de la construcción del puente sobre la ría, traspasaba la defensa de lo legítimo para trapichear con el insulto y la amenaza callejera. Se jugaron y perdieron amistades, se enfrentaron familias y se tiró por la borda clientela de negocios personales que nunca debieron mezclarse con la opinión que cada quien tuviera sobre la conveniencia de construir el puente o la variante interior.
La política también entró en el combate y no siempre limpiamente, manipuló los legítimos intereses de los ciudadanos, haciéndoles caer en la perversión del odio y la incivilidad. Cultivó la política, en muchos casos, la utilización de las personas escarbando en su ideario hasta conseguir exacerbar la fiera que todos llevamos dentro en aquellos más dados a la bronca que a la discusión serena de los puntos de vista enfrentados. Una pena. Donde el ciudadano veía en una manifestación la reivindicación de una idea, el político contaba votos. De hecho se sabe que, políticos de la comarca que en público manifestaban su acuerdo con el proyecto del puente, en privado comprendían que era la peor solución al problema.
Y qué decir de los alcaldes de Porto do Son, Muros y Outes. Ellos que eran los verdaderos interesados en que se construyera el puente (eran los favorecidos por ello) guardaron silencio y risa floja observando las peleas que amargaron nuestra villa. Y bien, al final lejos de nosotros, en la penumbra donde brillan las dagas de plata y las plumas de oro, los que mandan cambiaron puente por escollera sin mirar si cualquiera de ambos proyectos o los dos, comportarán un daño irreparable para Noia.
No nos merecemos esto, ni los que estuvimos en contra ni los que estuvieron a favor. No contamos para nada. Como siempre. Desde ahora conoceré este puente como el de los suspiros pues más de una vez suspiraré como lo hacían los venecianos cuando transitaban sobre el suyo, camino de la oscuridad.