Evocando buenos alcaldes

José Antonio Nóvoa

BARBANZA

08 nov 2017 . Actualizado a las 10:55 h.

Hoy toca celebrar un póker de brillantes alcaldes: Muíños, Dieste, Piñeiro y Ruiz. A ellos se debe que Barbanza sea un modelo a seguir por otros territorios que desean planificar para fomentar la inclusión de la diversidad. Quienes quieren favorecer la igualdad de oportunidades de todas las personas, pensando en términos de diversidad de características físicas, cognitivas, culturales o de edad, planifican mirando a un acto de su lucidez. Hubo que liquidar la legendaria maestría para discriminar, excluir y marginar a las personas que no encajan en ese estándar espartano y subdesarrollado de ciudadanía, y que a residentes y forasteros repelía. Y no lo hicieron porque un trasno bueno les llamase a acabar con el maltrato institucional a quienes, cuanto menos se parecen a Cristiano Ronaldo o Garbiñe Muguruza, peor. Si entendieron que las necesidades de todas las personas son de igual importancia, que el respeto a la diversidad debe inspirar la construcción de las comunidades y si los recursos disponibles se emplean garantizando que los vecinos dispongan de oportunidades iguales a la hora de participar en la vida de la comunidad, fue por un aliciente irresistible: la necesidad de una ventaja económica. Quizá la presencia del arquitecto Chipperfield sirvió para tomar conciencia de que la interrelación entre las actividades, los servicios y las instalaciones o entornos es esencial para todas las personas, incluso para los forasteros. En la actividad turística confluyen la accesibilidad a los servicios, a edificios, al transporte, al espacio público y a equipamientos como parques, playas y otros espacios naturales.

Vieron que abrirse al mundo requiere armonizar y convertir en imprescindibles las condiciones de accesibilidad de todos los entornos, adquiriendo pleno sentido la idea de cadena de accesibilidad y la planificación, comprendidas como impulso para la calidad de vida de cualquier persona y estímulo para la realidad económica de la comunidad. Y lo hicieron como si Barbanza fuera una sola ciudad con cinco barrios, porque también Oujo se unió a ellos. Veinte años después celebramos que hayan entendido que evitar la indignidad es virtuoso y, además, muy rentable. Merecen un reconocimiento.