Mil días en O Caurel

BARBANZA

matalobos

11 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en el que algunos hombres necesitaban descifrar los signos del destino y para lograrlo sentían la imperiosa obligación de adentrarse en parajes lejanos y misteriosos. Una vez allí, acababan descubriendo que aquello a lo que se estaba destinado no se elegía, sino más bien lo contrario: que uno es escogido y no hay otra alternativa que aceptar su sentido, aceptar lo irreparable, o convertirse en la imagen viva de la derrota. Uno de esos hombres es Ignacio Castro Rey. El filósofo, ensayista y crítico de cine y arte compostelano ha plasmado en Mil días en la montaña (Roxe de Sebes) la crónica que desmenuza los recovecos de aquella necesidad inevitable, aquella experiencia vivida en un apartado y escarpado pliegue de la sierra de O Caurel, donde estuvo durante un período de siete años fraccionado en tramos de unos cuatro o incluso más meses.

Fue en 1989 cuando Castro dio por terminada aquella salvaje aventura. Y hace ahora 18 años que cuajó en un libro. Fue en el 2001 cuando aquel experimento para reconciliarse con lo irremediable vio la luz en gallego bajo el sello Noitarenga, entonces con el poeta y fotógrafo Emilio Arauxo al mando. Y se han cumplido en mayo dos cursos de que la editorial madrileña FronteraD apostó por este volumen y editó su primera versión en castellano. Y cuando se cumplen 30 años del remate de aquella mítica travesía silvestre, el sello de la capital de España acaba de colocar en las librerías una reedición de la obra de Ignacio Castro Rey, reedición que cuenta con un atractivo diseño que incluye una magnífica fotografía en la portada y un nuevo y soberbio prólogo del propio autor.

Ilustrado como en las anteriores ediciones con un excelente material fotográfico tanto de parajes de la montaña lucense como de la cabaña en que habitaba Castro, el contenido es, claro está, el mismo. Y sigue repartido en cuatro apartados: Cuaderno de instantes, Mil días, Cartas desde la cabaña y Clima y acción. Cuaderno de instantes es una colección de haikus de una enorme hermosura que a veces parecen como fotos, otras reflejan las labores diarias del escritor y en ocasiones parecen metáforas campestres.

Aquella agreste experiencia, la cual ahora Castro no recomienda a nadie, consistió fundamentalmente en tratarse a uno mismo de usted, en ser un extraño para sí mismo, como si fuese otro, lo que realmente ocurre. Pero también consistió en sumergirse en el silencio del mundo..., para lo cual tuvo que echarle algo más que valor y humor. Aquella anómala vivencia se fraguó en una cabaña clavada entre montañas de hierba, en la desnudez de una sierra donde, según decía Uxío Novoneyra, se sentía muy bien «o pouco que é un home». Una cabaña alejada de todo confort de la vida moderna y ubicada a más de siete kilómetros de la aldea más próxima: Soldón.

Según cuenta el mismo Castro, aquella indómita aventura perseguía buscar la senda de un pensamiento sin doctrina. En aquellos parajes marcados por una soledad demoledora y atravesando una profunda crisis personal, Ignacio Castro Rey fue poniendo en marcha un proyecto filosófico y vital alrededor de un eje central trazado alrededor del latido de una conocida idea del poeta W. Auden: «Convierte tu maldición en un viñedo». En suma, durante aquellos siete años, Castro se propuso vencer el mal abrazándolo, dar una forma diurna a la noche del infierno. Y mientras tanto, el pensador santiagués aprendía a escuchar el silencio de la tierra, ese silencio de la montaña que nunca duerme, un silencio que aún ahora lo acompaña en medio del estruendo de la gran ciudad.