No ha sido una semana fácil para ser mujer. Las noticias que llegan de Igualada sobre una violación brutal a una adolescente, o las de Lugo con la agresión de una chica trans, dejan mal cuerpo a cualquiera. Nos recuerdan además que no estamos seguras en ningún sitio, tomemos o no lo que se considera precauciones adecuadas.
Es difícil poner en palabras la frustración porque estas cosas sigan pasando. Porque llega un punto en que el dato de una violación cada cuatro horas ya no suena inmensamente inconcebible, sino simplemente triste. Un dolor resignado como si no pudiéramos cambiar las cosas. Como si no hubiera manifestación, pancarta, vídeo viral, juicio, sentencia o medida que lo arreglase. Como si ya no pudiéramos hacer más. El pesimismo de estos momentos es paralizante, a veces incluso más que el de salir a la calle de noche.
Ante la inmensidad de este problema buscamos a quién responsabilizar. ¿Al porno?, ¿a nuestros progenitores?, ¿a los hombres?, ¿al mundo? Tanto dolor no tiene un único culpable, y eso es lo que hace que parezca inabarcable en muchas ocasiones. Nunca fue culpa nuestra, aunque así nos lo hicieran creer. Que violen a una de nosotras cada cuatro horas significa que hay una parte importante de la población que cada cuatro horas no nos ve como personas, no nos ve como seres merecedores de dignidad y respeto.
Ya no es solo cuestión siquiera de castigar a los culpables. Ha llegado el momento de que todos nos pongamos serios, porque la mujeres somos personas, siempre y bajo cualquier circunstancia.