Árbitros

carme alborés CON CALMA

BARBANZA

08 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

No había paz en el mar, España y Portugal estaban recelosos sobre quién era el legítimo poseedor de las tierras de América, la conquista era una tarea ardua y valía la pena asegurarla bien. Por eso en 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas, entre España y Portugal. Ambos recurrieron al arbitrio del papa Alejandro VI para evitar disputas y dividirse ese Nuevo Mundo. El Papa decretó que pesase la excomunión para el que cruzase ese meridiano de delimitación sin autorización, lo que equivaldría hoy en día, en el mundo deportivo, a una tarjeta roja o quizás a una expulsión del campo de juego.

La señora María pensaba lo importante que sería para el actual mundo en guerra que hubiese un árbitro imparcial y cuya sentencia fuese acatada por los contendientes. Consideró un tremendo abuso el cobro de unos recibos de la luz, lo que la llevó a solicitar una sentencia arbitral en la oficina de consumo. Ella se veía como David frente al gigante Goliat... pero al final logró doblegar a la empresa gracias al árbitro.

Pero el asunto que se traía ahora entre manos era un poco peliagudo, dos de sus mejores amigas se encontraban enfrentadas y ambas creían tener razón. La señora María decidió arbitrar esta contienda, escuchó a las dos y luego estableció un meridiano de concordia que ninguna podría cruzar para ir al otro lado donde moraba la diosa de la discordia. Sus amigas aceptaron la propuesta y andando el tiempo, hablando y disculpándose, la diosa harmonía volvió a su corazón.

En el proceloso mar de la relaciones de convivencia, la señora María no sabía cómo poner paz para que su hija y su yerno no rompiesen su vínculo conyugal, entonces entre ella y su nieto decidieron escribir una carta dirigida a ambos. Comenzaba así: «Queridos hijos, el mar se os puso bravo, os encontráis atravesando el cabo de las tormentas, pero si le hacéis frente podréis superarlo y convertirlo en el de buena esperanza, así lo hicieron otros navegantes antes que vosotros. Vuestro hijo y yo estamos en la orilla esperando vuestra reconciliación, que las aguas se calmen, que en vuestro horizonte estemos los cuatro juntos viendo nuevos amaneceres.

La señora María luego le dijo a su nieto la famosa frase de Julio César: «Alea iacta est (la suerte está echada)».