Paul Sampedro, el ribeirense huido de la Guerra Civil que fue testigo del ataque a Pearl Harbor

Laura Ríos
Laura Ríos RIBEIRA

BARBANZA

El descendiente sostiene en las manos un retrato de su padre vestido con uniforme militar.
El descendiente sostiene en las manos un retrato de su padre vestido con uniforme militar. Cedida

Su hijo Pablo reconstruyó los años de su progenitor en aquella etapa, que ejercía de cartógrafo del ejército de Estados Unidos

20 jun 2024 . Actualizado a las 13:22 h.

La sangre llama a la sangre, igual por eso Paul Sampedro quiso reunirse con su padre a finales de los años 20 después de que este emigrase tiempo antes a los Estados Unidos. Allí, su vida estaba destinada a ser como la de tantos otros gallegos que tuvieron que dejar atrás su tierra en busca de un futuro mejor. Pero no todo fue como debía. Tras una época de tensiones bélicas entre las principales potencias europeas, estalló la II Guerra Mundial.

En América los tiros y la devastación de la violencia sonaban muy lejos hasta que la Armada Imperial japonesa dio un golpe de efecto que nadie se esperaba: el ataque a Pearl Harbor. Ahí fue cuando el ribeirense, de aquella enrolado en el ejército para apoyar a la aviación haciendo trabajos cartográficos, saltó para siempre a la historia al presenciar en primera persona el bombardeo que desencadenó la entrada oficial del país angloparlante en el conflicto.

Reconstruir la vida del barbanzano durante aquellos años cargados de dolor no ha sido tarea fácil para su hijo, Pablo Sampedro, al que su padre nunca le quiso contar demasiado de todo aquello: «Meu pai era un home calado de normal, pero moito máis cando se trataba deste tema». Sabe, por lo que le confesó en su momento, que antes de que la guerra bañase de sangre las costas de la isla de Oahu, en Hawái, su intención era quedarse allí a vivir después de terminar el servicio militar. «Dicía que quería montar un restaurante de comida española alá con outros compañeiros de promoción porque lle gustaba moito o sitio», apunta su descendiente.

Aunque el excombatiente era un hombre de pocas palabras, los retazos que fue soltando a lo largo de su vida sirvieron para que su sucesor fuese descubriendo, poco a poco, cada vez más cosas de él, cosas como que se encontraba a escasas 30 millas del foco principal el día del ataque, en un cuartel sobre el que, afortunadamente, no llovieron las bombas.

Ponerse a salvo

Sacar todo esto a la luz no solo fue un ejercicio de amor del barbanzano hacia su padre, sino que forma parte de un proyecto de investigación liderado por el profesor de la Universidade de Santiago Javier Fernández Castroagudín, en colaboración con Óscar Galansky López, Jesús González Beade y Rubén Travieso Díaz, de la Asociación GRH Big Red One Manuel Otero.

Ellos fueron quienes buscaron entre los antiguos escritos del ejército de los Estados Unidos los expedientes que aún se conservan de Paul Sampedro, y que constatan cuáles habían sido sus responsabilidades: «Para todos nós foi un orgullo saber que podíamos contar a historia dunha persoa relevante na loita contra o nazismo».

Otro documento en el que también aparece es en la lista de prófugos españoles de 1937. No es que fuese ningún criminal, sino que tuvo la mala suerte de que en una de sus visitas a Galicia las autoridades le notificaran que tenía que hacer el servicio militar en su país participando en el bando sublevado. Para escapar de este cruel destino, el emigrante se escabulló hasta Portugal por la frontera para tomar un barco de vuelta a los Estados Unidos. Así lo recoge una publicación en la prensa local hawaiana, que habla de que el ribeirense no quiso sumarse al bando franquista al comienzo de la Guerra Civil.

Sampedro, además de una pieza central en la vida de su hijo es uno de esos nombres que forman parte de la selecta lista de personas que han reescrito la historia.

Su sucesor explica que el papel de su padre fue crucial en el desarrollo del conflicto en el Pacífico, pues el archipiélago de Hawái tiene decenas de islotes que podían servir como lugar estratégico para las tropas enemigas: «A de cartógrafo era unha función moi importante, e o bo é que non entraban en confrontación tan directa co bando rival».

Los trocitos de puzle que Sampedro fue dejando por allí y por allá formaron parte de la infancia de su vástago, al que no le faltan recuerdos relacionados con el trauma de su padre, que aún años después de aquellos tiempos terroríficos era incapaz de ver una película de la II Guerra Mundial. Cuando se encontraba con algún documental de la época zapeando, pasaba rápido de canal, no sin antes concretar, en algunas ocasiones, «que as cousas non foron así como as contan».

Otra cosa que el hijo del excombatiente recuerda bien de su niñez es la prohibición de meter en casa cualquier objeto, aunque fuese de mentira, que pudiese recordarle a un arma. «Non podía ver os xoguetes bélicos, para poder xogar con eles tiña que ir á casa dalgún amigo, pero na miña non», recuerda el hijo.