«Por la carretera AC-550 llegamos a la rotonda de Padín, en donde el pétreo y diminuto león, aunque agazapado, nos invita a ir al centro de Ribeira sin tomar dirección al puerto»
05 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Por la carretera AC-550 llegamos a la rotonda de Padín, en donde el pétreo y diminuto león, aunque agazapado, nos invita a ir al centro de Ribeira sin tomar dirección al puerto. De frente no lo podemos hacer; una isleta con cutre farola, protegida con permanentes contenedores de basura y una señal de prohibido el paso, nos lo impide. Por tanto, para poder adentrarnos en el corazón de la ciudad, tendremos que utilizar la vía bautizada con el rimbombante nombre de Rúa Lepanto.
¿Con qué panegírico se habría referido Cervantes a esta calle de haberla conocido, tal que lo hizo para celebrar la batalla de Lepanto en la que él mismo participó? Les doy tres opciones, a ver si lo adivinan. La más memorable y alta ocasión que vieron los siglos. Frío frío… La singular y ridícula gorra de los marineros de la armada española. Nada, nada… La mayor chapuza en forma de callejón urbano para penetrar en la ciudad. ¡Premio a la señora y premio al caballero!
Para aquellos foráneos que deseen contemplar y disfrutar de las bellezas de Ribeira, que las tiene (y no solo por la uve hecha be por arte de un corazón), les aconsejo que, al encontrarse con tal alternativa viaria, no se asusten ni den la vuelta para volver por donde han venido, pensando que se han equivocado de pueblo. Piensen que, a pesar del feísmo y descuido de esta arteria, encontrarán ocultos encantos por descubrir. Es como si alguien dejase de leer Don Quijote de la Mancha por creer que solo habla de un lugar de la Mancha…
Además, si lo miramos desde una perspectiva literaria, el tránsito a través de la rúa Lepanto nos hace rememorar, en tres dimensiones, lo sucedido en aquella memorable batalla contra los turcos. A derecha e izquierda, se encuentran vestigios de los daños sufridos por ambas flotas: aquí un solar lleno de maleza que puede ocultar una galera destruida; allí los esqueletos de viviendas semejantes a galeones desarbolados; más allá los restos de otra galera turca en forma de casa en ruinas… y otra… y otra más, para encontrarnos con muros de piedra cual defensivas murallas sobre las que rebosan floridas silveiras y otras joyas del mundo silvestre, seguido de tapiadas viviendas que nos recuerdan galeazas de remos abandonadas por los hombres de don Juan de Austria.
¿Verdad que contado así hasta resulta bello e interesante? Pues abran los ojos y, cuando vean la penosa realidad de esta calle, imagínense que la musa de don Quijote, la imaginaria y grácil Dulcinea, se ha convertido en la horrible y fea Aldonza Lorenzo, por gracia y gusto de don Miguel de Cervantes.
¡Ay!, si no fuese por la cantidad de feas Aldonzas que minimizan sus encantos, Ribeira podría ser ejemplo de ciudad preciosa y atractiva; como aquella que, en tiempos de otro don Miguel, mereció el premio al pueblo más bonito y mejor cuidado de la provincia. Ya ven ustedes lo que puede hacer un alcalde con un presupuesto mínimo y sin tanto «millo no hórreo», como llaman ciertos políticos al remanente de tesorería. Créanme; no se trata de grandes obras ni de enmoquetar de verde los escasos setos tratando burdamente que parezcan césped. Solo es cuestión de interés y buen gusto. Y parodiando al Mío Cid: ¡Qué gran pueblo si hubiera buen señor!.