«No podías ser aquel conductor que aquel día, cuando yo circulaba a poca velocidad por la M-30, en una ciudad desconocida para mí, de tráfico caótico, me acosaba a pitidos»
07 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Te vi al volante en la salida de un callejón de dirección única en Ribeira y una señal de sentido obligatorio hacia la derecha. Tenías coches detrás, esperando a que te decidieras a emprender la marcha. Ninguno te pitaba ni en el interior se apreciaban caras de energúmenos fuera de sí pegadas en el parabrisas interior con los globos oculares desorbitados meneándose sobre el salpicadero como las antiguas figuras de Elvis o de hawaianas al ritmo del traqueteo de la empedrada calzada. Uno de los de atrás se atrevió a tocar el claxon amablemente, solo dos pitidos, porque todos sabíamos que estabas perdido; sí, perdido en el centro de Ribeira, en un callejón de dirección única con una señal de sentido obligatorio hacia la derecha. El conductor del coche que te precedía salió del interior y se dirigió a tu ventanilla, que bajaste solamente un par de centímetros, como temiendo algo. Te indicó por donde ir para llegar a tu destino, y tú mantuviste la ventanilla igual de abierta y emprendiste la marcha.
Tu coche me sonaba, pero tu cara, al principio, no, porque no podías ser aquel conductor que aquel día, cuando yo circulaba a poca velocidad por la M-30, en una ciudad desconocida para mí, de tráfico caótico, temeroso de saltarme el cruce de Ramón y Cajal, me acosaba a pitidos con cara de energúmeno pegada en el parabrisas interior del coche con sus globos oculares desorbitados profiriendo insultos y soltando mil improperios, culminando con un «paleto vete pa tu pueblo».
Sí, eras tú, pero convertido en un paleto temeroso de ser víctima de un ciudadano desquiciado y maleducado, e igual has aprendido algo.