Sociedad sana y sociedad justa

Pedro González Vieites CORRIENTES DEL ANLLÓNS

CARBALLO

07 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Friedrich Hölderlin, decía que lo que siempre ha convertido al Estado en un infierno, era justo el intento del hombre en transformarlo en un paraíso.

Ahora que termina este 2020, que pasará a la historia como aquel en el que una fatídica pandemia ha condicionado nuestros hábitos, nuestro modo de comunicarnos, de producir y distribuir bienes y servicios, se podría afirmar que el balance es el de una evidente situación de malestar e incertidumbre general de la sociedad, no siempre reflejada por los medios de comunicación en toda su amplitud. Pero, por si esto fuera poco, somos testigos de una patente incapacidad e impotencia de los parlamentarios para remediarlo. Ante este escenario me pregunto si Günter Grass estaba en lo cierto cuando afirmaba: «Si las democracias occidentales demuestran ser incapaces de hacer frente a las reformas fundamentales, a los peligros inminentes y a los previsibles, no podrán soportar lo que en los próximos años resultará ineludible, crisis que empollarán otras crisis».

Somos un país que ha estado en la uci y que aún seguía convaleciente del «traumatismo» de la crisis del 2008, sin el alta definitiva para sus actividades y quehaceres diarios con absoluta normalidad, cuando, de repente, se nos presenta una recaída por la explosión mundial de la pandemia del covid-19 originada en China. Nuestra economía continua expuesta a perturbaciones macroeconómicas estructurales de muy distinta naturaleza, ahora debemos enfrentarnos a nuevos retos cuyos efectos pueden incidir con diferente intensidad y capacidad en las variables de las que depende el bienestar de la población. Como afirma Santiago Rey editor de La Voz de Galicia en su artículo del pasado día 30 de noviembre El manifiesto de la frustración Es también frustrante porque para muchas empresas, para muchos autónomos, para muchas personas, la palabra ruina está pasando de constituir una amenaza a ser una realidad palpable, no hay músculo porque también falla el cerebro. Son los que firman en los diarios oficiales quienes tienen la obligación de hacer normal lo que, al parecer, es oficial.

La evidencia de las últimas actuaciones de las «élites» dirigentes ante la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, de la ingobernabilidad de la nación tras la llegada del PSOE al poder dada su debilidad parlamentaria, de la deriva de la situación de Cataluña, con el espectáculo de cada miércoles en el Congreso de los Diputados, de la corrupción económica, de la politización de la justicia, etc..., no auguran un futuro muy prometedor.

Sería recomendable sugerir a nuestra clase política, aprovechando que estamos con la reforma de la Ley de Educación, que tuviéramos presente aquello que Ortega y Gasset recordaba sobre la civilización. Decía que esta no dura porque a los hombres solo les interesan los resultados de la misma: los anestésicos, los automóviles, la radio, etc... Pero nada de lo que da la civilización es el fruto natural de un árbol endémico, todo es resultado de un esfuerzo. Solo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo, si todos pretenden gozar del fruto, la civilización se hunde. Antes de ser justa una sociedad tiene que ser sana. Tiene que ser una sociedad.

Que gran nación seríamos si hubiésemos tenido políticos y gestores de lo público en condiciones de afrontar la responsabilidad que conllevan los liderazgos, con la talla y capacidad adecuada para proporcionar estabilidad política y seguridad jurídica a la sociedad y que resolvieran los problemas de nuestros hijos con nuestro esfuerzo, en lugar de resolver nuestros problemas con el esfuerzo de nuestros hijos.