Elías Villar, exauxiliar de farmacia: «Axudei en máis de 30 partos en Baio»
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CARBALLO
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Personas con historia | A los 15 años ya era mancebo de la botica baiesa, donde trabajó hasta el 2016
16 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.«O marido da farmacéutica pediulle a Antonio Platas, que era o noso profesor en Baio, un rapaz espelido para axudar porque ela acababa de ter un neno, estaba de novo embarazada e facíaselle moito. Mandoume a min». De esta forma comenzaron 55 años de la vida de Elías Villar López (Cee-Baio, 1947).
Tenía 15 cuando entró a trabajar con María Teresa Astray Romero, cuyo esposo, el médico Manuel Pérez Maroño, hizo de aquel chaval «espabilado» un auténtico ayudante, hasta el punto de que lo asistió incluso en actos sanitarios. Pero no solo eso, sino que el mayor de los Villar López también se convirtió en alguien a quien se le podían consultar las dolencias propias y las del ganado, porque la farmacia también lo era de veterinaria y todo por el interés que el chico le puso a su oficio y por sus ganas de aprender de todo.
La botica estaba justo al lado del consultorio y antes de que mejoraran las carreteras y abriera el hospital de Cee el trayecto hasta el Teresa Herrera de A Coruña era demasiado largo, sobre todo para las embarazadas multíparas. «Axudei en máis de 30 partos en Baio», dice. «A moitas das mulleres que viñan de Fisterra, Camariñas ou Muxía non lles daba tempo de chegar á Coruña e paraban en Baio. Recordo unha señora que chegou nun taxi, nun Seat 1.500, quixemos baixala rápido do coche, pero cando a levantamos xa lle caeu o neno coa placenta e todo. Non te queda nada que limpar, pensei eu. Quedou a parte de atrás anegada», explica. No está seguro de si era ese niño o cualquier otro, pero varias veces se ha encontrado con jóvenes que han querido ver el lugar en el que habían nacido.
«Daquela non había practicantes, polo que o médico ensinoume a poñer inxeccións. Debía pensar que tiña máis cousas que facer que iso. Puxen miles porque antes púñanse moitas, era un xeito normal de aplicar tratamentos, o mesmo para un antibiótico que para o calcio. O normal era que foran entre 10 e 15 diarias», recuerda.
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Elías Villar empezó a trabajar en la farmacia en 1961 y se jubiló en el 2016, cuatro años después de cumplir la edad mínima. Esperó a que su esposa dejara también de trabajar para no estar solo y porque le gustaba su trabajo. De hecho, empezó en la botica antes de que naciera la actual titular, ese bebé a punto de nacer que hizo que su padre buscara un chico «espabilado» como mancebo.
En los primeros años, muchos de los productos habituales de la farmacia llegaban a granel. Ocurría con el alcohol, que el mancebo tenía que repartir en pequeñas botellas para poner a la venta. «Ao mellor enchía un cento de frasquiños. Os vapores deixábanme medio durmido», recuerda. Cuando lo que tocaba era trabajar con la tintura de yodo, entonces el chico se iba a su casa con un olor al que él ya se había acostumbrado, pero que los demás notaban mucho. «Nas festas bailabamos cunha rapaza e despois con outra. Escoitei a unha delas falando cunhas amigas. Díxolles: “Ese mozo moi enfermo debe de estar que cheira a medicina que apesta”», recuerda Elías.
Pero no solo eran remedios para los humanos los que dispensaba. Se convirtió en especialista en cerdos. «Como acertaba, cada vez me preguntaban máis», explica. Lo que aprendió se lo enseñó un veterinario de A Piolla. Iban otros por allí, pero ninguno como ese tuvo en cuenta el interés del joven por aprender cuanto más mejor.
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Hasta tal punto la farmacia llegó a formar parte primordial de la vida de Elías que muchos creían que la botica le pertenecía. No es de extrañar porque trabajaba a todas horas. Recuerda que a su mujer, cuando era su novia, apenas pudo pagarle una entrada en el cine o en el baile porque siempre llegaba tarde y ya ni hablar de los domingos, sobre todo del tercero da cada mes. El día de Baio. Era la feria de la localidad y era tal el tirón de la localidad zasense que quedó instaurado ese nombre. «Era como na Barca de Muxía. Ese día, as rúas estaban tan cheas como cando a romaría», explica. Entonces no daban a basto, comían cuando podían y acababan a la hora que fuera necesario.
«Dous curas que viñan aos funerais almorzaban medio quilo de pan e medio litro de viño branco»
Elías Villar es el mayor de 13 hermanos, de los que sobrevivieron 11. Su padre tenía un bar en Cee y cuando él tenía 3 años se trasladaron a Baio. Había muchas bocas que alimentar y a los 15 años el primogénito tuvo que ponerse a trabajar y ayudar con su sueldo al mantenimiento de la familia. El habría querido ser maestro. «Facer maxisterio era tres anos e listo», explica, pero ni a eso pudo llegar. Estudiaba en Baio y se examinaba en Santiago, pero lo de la carrera le quedaba demasiado lejos. Le daba clase Antonio Platas, «o pai do avogado de A Coruña», que tenía un buen concepto de él y fue el que lo recomendó para la farmacia.
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Antes de eso, el joven Elías ayudaba en las misas. Era monaguillo. En los años sesenta colaboraban con los sacristanes cuando se celebraban funerales. Entonces venían muchos curas y cada uno daba su misa. Explica que empezaban a las nueve de la mañana y había oficios hasta casi el mediodía. Todos se reunían en la solemne. Llegaban en ayunas y había que darles de desayunar cuando acababan el oficio. Cada uno tenía sus preferencias en el menú, pero Elías recuerda especialmente a un par muy especial. «Dous curas que viñan aos funerais almorzaban medio quilo de pan e medio litro de viño branco. Eran grandes, impresionantes, cunha voz forte e ronca», recuerda.
Ahora, Elías es un jubilado que se dedica especialmente a cuidar de dos de sus nietos. «Son a alegría da vida», dice. Aunque también lo son las vacaciones que comienza precisamente hoy. Se va a Benidorm con su esposa a un viaje del Imserso, el primero tras la pandemia.