La llegada de varios linajes supuso un cambio social, empresarial y, también, económico
18 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Ya conocemos que Corcubión es un pueblo formado por las sucesivas inmigraciones recibidas que ocuparon el vacío dejado por los que, también de forma periódica y constante, emigraron. Las motivaciones económicas, como no, siempre jugaron un importante papel en la aportación y fuga de nuevos contingentes y bajas de censados. Caso importante, no por el número pero sí por el cambio social, económico y empresarial que provocaron en nuestra ría, fue la llegada desde 1820 de linajes de catalanes que, abandonando el tradicional sistema de explotación colonial practicada en el siglo anterior, pasaron a establecerse en los pueblos del litoral de la ría corcubionesa.
A Corcubión, según el Catastro de Ensenada, no habían llegado en 1753 los fomentadores catalanes. En esa fecha había una pinaza de 22,5 toneladas propiedad de Tomás Fernández Yáñez, embarcación que realizaba un viaje al año, «fuera del Reino», con el objetivo de vender las sardinas capturadas en la ría. La pinaza estaba capitaneada por el propio armador y su tripulación la componían Pedro Regalado, Francisco Freire de Andrade, Andrés García Valdivieso, Pedro Ignacio Ybarra y Francisco Martín.
Un poco de historia
Pero no tardaron muchos años en aparecer catalanes censados en la villa de San Marcos. Hagamos un poco de historia. En Quenxe ya estaba construida en 1820 una fábrica de salazón y aparece residiendo en Corcubión un tal Juan Xampén, oriundo de San Pol del Mar (Gerona), dedicado a la actividad de la salazón con una fábrica de su propiedad también en Fisterra y casado con Ignacia Solá, de Calella-Gerona. Juan falleció precisamente en Duio en el año 1853. Su tío, Ventura Quirico (o Quirce) Xampén, que a la sazón estaba casado con Antonia de Pou, con ascendencia en Balmes (Gerona), levantó fábricas en O Pindo, Duio y Fisterra, añadiendo una nueva dimensión emprendedora en la ría a base del propio esfuerzo personal, pero el azar le llevó a fallecer en 1837 junto con dos de sus empleados cuando se dirigían por mar en una embarcación a la fábrica que poseía en Quilmas-Carnota.
Le sucedería años más tarde su hijo Manuel Xampén y Pou, que fijó su residencia en Fisterra. Y, junto a los señalados también detectamos en 1824 como vecinos de la localidad de las Mercedes al matrimonio formado por José Arau, natural de San Félix de Tourelló (Vich) y Antonia Martínez, aunque en el censo municipal de 1851 aparece clasificado como «comerciante».
A los anteriores se sumaron Parcoal Pijoan (1790-1829), oriundo de Saló (Solsona) y su amigo Segundo Sigoña (1800-36), que se casó con Vicenta Obregón, personajes que se establecieron en Corcubión tras licenciarse del ejército, para enfrentarse al reto empresarial con una actitud optimista y positiva, consiguiendo amasar en Corcubión una considerable fortuna, pero poco más tenemos del compendio de sus vidas.
Tres factorías
En el año 1847 aparecen consignadas tres factorías de salazón en Corcubión, factorías que a través de su historia cambiaron de manos en diversas ocasiones. Hacia mediados del siglo XIX se constata la presencia en la villa de San Marcos del fomentador Agustín Sagristá Xampén, un individuo nacido sobre el año 1807 que estuvo a cargo desde 1838 de los establecimientos que poseía en la playa de Quenxe. En 1861, él, un hombre con mucho empeño y ánimo, era el primer mayor contribuyente fiscal del municipio con una cuota de 1.504 pesetas. Poseía dos establecimientos en Quenxe, precisamente desde 1838 cuando compró uno de ellos a los antiguos propietarios, la familia Xampén, de Fisterra, y reconstruyó en 1860 la casa y fábrica que los Xampén tenían en la calle principal de Corcubión, poniéndola de nuevo en funcionamiento y dejando las antiguas instalaciones de Quenxe como almacén. Cerca de esas fábricas de Agustín Sagristá, en 1868 construyó otro catalán, Pablo Carbonell, vecino de Duio, una nueva factoría.
Por las mismas fechas que llegó Agustín Sagristá a Corcubión, debió llegar también Gabriel Salvador, natural de Redia (Valencia), un individuo que, paralelamente a la actividad de la salazón ejerció la profesión de Interventor de Rentas. Gabriel falleció en 1854 de un ataque al corazón cuando se encontraba a la altura del crucero de San Roque, en la parroquia de Redonda. Un año antes de esa muerte, Juan Ruíz estaba en posesión de otra fábrica de salazón ubicada en el camino que iba desde la iglesia hasta el antiguo cementerio de La Viña. Este fomentador poseía también el buque Bª Gª, matrícula de Vigo, con el número 239 del registro del Lloyd español.
A partir de estos últimos años, el monopolio de los catalanes fue dejando paso a una cada vez más grande participación de empresarios nativos de la comarca. Desde los años 1870 hasta finales de la centuria, las fábricas de salazón del playal de Quenxe quedaron en manos del rico propietario muxián Francisco del Río Osorio, y de José Sagristá Xampén, originario de San Pol y casado con Rosa Colomé Trepidó, natural de Calella (Barcelona), marchando este último de Corcubión en 1889 en un viaje inverso, para quedar dirigiendo sus negocios a base de administradores y luego, como encargado, bajo la tutela de José Villaronga Sagristá, oriundo de Mataró, que falleció en el año 1904.
La actividad se mantuvo en expansión hasta comienzos del XX
Una efímera vida parece que tuvo la factoría instalada a finales del siglo XIX por el piloto y comerciante Maximino García Blanco, en el lugar de A Boca do Sapo, una zona en la que los pescadores capturaban abundante sardina.
La industria de la salazón se mantuvo en expansión hasta comienzos del siglo XX. Y, en una apuesta muy arriesgada, en 1901 el fisterrán Plácido Castro Rivas instaló en Quenxe un nuevo edificio para dedicarlo a la salazón y a las conservas aunque muy pocos años después lo reconvirtió para dedicarlo a almacén de carbón. En estas primeras décadas del siglo XX, que supuso un punto de inflexión, la situación empresarial presenta un panorama muy distinto y las fortalezas empresariales acabarán convertidas en debilidades que provocarán la práctica desaparición de las fábricas de salazón y su reconversión en conserveras. En el año 1904 existían en el distrito de Corcubión 22 fábricas de salazón y 2 de conservas, pero las capturas de sardina pasaron de 116 toneladas en 1845 a 28 toneladas en 1920. Hacia 1917-20 quedaba en Quenxe una fábrica de conservas de Joaquín Carbonell Sagristá (fomentador asentado entre Fisterra y Corcubión) y otra de salazón. Otra más la tuvo Perfecto Rodríguez, fomentador en Fisterra desde antes de 1866 y residente en Corcubión en 1901, y otra más de José Lameiro. No obstante, sobreviviendo a duras penas, poco duró la alegría en la casa de los pobres. Pasaron los años y llegaron los datos más bien pobres o negativos y los fabricantes se vieron inmersos en un escenario de deterioro económico y empresarial, y poco a poco tocaron fondo y llegó el colapso. Los problemas coyunturales se convirtieron en estructurales y los negocios de la salazón y las conservas fueron succionados por un sumidero de ruinas, abandonando toda actividad.
Más legados
Apostillar también que en Brens-Cee se estableció Francisco de Pou y su socio Quirce Agramunt, oriundo de Balmes (Gerona), casado con María Oliver; Juan Escardó y Paulo Fábregas lo hicieron en Cee en competencia con los Cerdeiras; Carlos de Haz Olivié, en Carnota; en O Pindo los Teixidor; en Fisterra Antonio Martí, también Francisco Pou, Joaquín Agramunt, Josef Villaronga, Tomás Fábregas, procedente este de la colonia de Vigo; Carlos y Feliciano de Haz Pou, los Xampén, los Sagristá, los Domenech, los Carbonell... pero merecerían otra atención y otra mirada para poder conocer sus legados.