Corcubión, un paisaje de personas queridas

José Felipe Trillo Alonso DOCTOR EN CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN POR LA USC

CORCUBIÓN

PACO RODRÍGUEZ

En primera persona | Escribe el Doctor en Ciencias de la Educación Felipe Trillo Alonso | Cientos de nombres que conforman mis recuerdos en la villa en la que nació mi padre

13 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Invitado a escribir sobre mis recuerdos en la Costa da Morte, me ocurrió aquello del corazón partío entre Corcubión y Cereixo, y tuve que elegir. Al hacerlo, comprendí que no es lo mismo decir «mi pueblo es Corcubión», que «yo soy de Corcubión», la villa donde nació mi padre, Pepe Trillo. El sentido de pertenencia cambia e importa.

Enseguida mi memoria se llenó de lugares, sucesos y personas en un corto pero intenso lapso de tiempo (1965-1974). Sabía que era importante en mi biografía, pero no que guardaba tantos recuerdos; tantos, que decidí centrarme sobre todo en las personas, a las que, de paso, rindo aquí un homenaje. Un pueblo no es nada sin su gente. Merecen ser evocadas, y hacerlo además por escrito para que perduren.

Confío en que su mera mención traslade al lector a una época, y ya a otra cultura, de manera que al nombrarlas sintamos que nos invade su imagen y aquel entorno; será apenas un momento de nostalgia. De otro modo, como me dijo un crítico muy querido, me habrá salido un listín telefónico. En cualquier caso, es cierto que no están todos los que son pero sí son todo los que están. Los límites de este artículo mandan, y tuve que reducir a la mitad mis referencias.

Los amigos

Pasan los años pero sé bien que yo no sería quien soy sin su concurso. Las pandillas del verano eran una tradición en Corcubión. Recuerdo los guateques tanto en el garaje de mi abuelo (con bargueño de sangría), como en el local que fuera sede de la OJE y donde, por la mañana, don Miguel el maestro daba clase a los que habían suspendido o querían tener controlados.

¡Cómo olvidar Hey Jude! O las chorizadas en el castillo, las mañanas y tardes en la playa de Quenxe y en el Recheo. Las fiestas de San Marcos, el Carmen, las Mercedes, la Semana Santa de tocadiscos apagados, aquellos carnavales disfrazados de frailes...

También los primeros vasos de tubo en el pub La Noche, que regentaba Miguel, y donde, tras la misteriosa cortina, se ocultaba una pista de baile. Inolvidables las acampadas en Estorde, en Calcoba y en Louro; las escasas, por muy deseadas, singladuras hasta la Lobeira en el Aucer, el barco de Augusto Cerviño y Mimucha que patroneaba su hijo, mi amigo Tito.

De mi pandilla eran Lucho y Elvira, Jano y Nany, Héctor, Juan Manuel (Tirijas) y su hermana Mari Carmen, Javi, Luis Seoane, Fran Lojo, Suso y Berto Pais, Chus, Pía, Loló, Sara, Maca, Cheché y Ana. Para mí, se bastaban ellos, pero en aquella época cada uno «viña sendo de» y traía consigo a su familia. Cosa de los pueblos, donde todos se conocen y todo queda en casa.

Me enternece recordar a Lucho (Panchés), Amelia y su madre, Clementina. Y junto a ellos, Juan Luis y Clyde, Ramón Pais (el alcalde por aquel entonces), Norberto Pais, de la zapatería; don Ricardo el del banco, Carmiña Lojo y Abelardo, el del Catastro; Kinito, Pedro Sendón, Jaime Lago y Pepita. De cada uno podría contar muchas cosas que se inscribían en el imaginario adolescente.

Mi hermano Juan también tuvo su pandilla, con Fran y Mila, Elenita y Lito, las Vara Lola y Mari Nieves, Chus, Ramón, Anuska, Chelo, Luchi y mi prima Mariquiña. Recuerdo que Elenita y Lito me llevaban con ellos a todas partes, tal vez como carabina, y siendo así me colé con apenas ocho años en La Cuadra Club, un local «undergroud» que mi primo, también Pepe Trillo, había montado en el bajo de su casa para sus fiestas. Entre ambas hubo otra pandilla más, la de mi primo Javier, con Ñaño, Manuel Sendón, Miguel Vázquez Freire, Luís de Julita, Olga, María José, Encarnita y Mari Lupe.

A Oliveira

Era otra patria. Allí vivía Laura, que fue como una segunda madre para mí. Me quiso tanto, tanto... Su familia la sentía como mía: su madre, Adela; sus hermanas, Mercedes, Maruja, Oliva y Dorinda, y sus hermanos, Cayetano, Manolo el moreno y Mingos, que me fascinaba, porque trabajaba como ballenero. Eran muchos hijos y eran una referencia para mí en la fiesta de San Pedro. Cuántas veces fui allí por agua a la fuente, espantando a las gallinas de Pancho y Pilar al tiempo que saludaba a la tía Flora y a su sobrino, Guillermo.

Muchos otros más

Como parte de mis recuerdos en Corcubión, mencionaría también a las amigas de mi abuela Flor: Maruja Carrera, que me decoraba la palma para el día de Ramos, o las hermanas Domitila, que se enteraba de todo, y Paulina, que tocaba el órgano en la iglesia. Los parientes que debía cumplimentar al inicio de cada verano, como Rosita Abella y las hermanas Porrúa, Anita, Choncha e Isolina. Y los parientes que quería visitar: mi tía abuela Encarna y sus hijos, Purita, Cachucha, Augusto o Carlos, pues Elena estaba en Muros.

En la plaza se podía encontrar a todos: estaba el bar de Fijitos, la tienda-bar de Manolete e Isa, la cafetería Pazo con Antonio y Lourdes, Darío el del juzgado, Canita y sus hijos chus, Alfonso y Encarnita, los del Pazo; Óscar, que tenía el cine; Tonecho, Manolo cajetilla, Tito Barreiro, Luis el de Correos, Pedro Coiradas, Mari Carmen la del comercio y su hijo Rafael, que más tarde fue alcalde; Andrés el peluquero y su hija Moncha, y los taxistas, los hermanos Rama, Mejuto, Catán y Moncho. También Joanás y el Boleco.

Y ya en su periferia, aunque próxima: los curas, don Ramón y don Luis; el sacristán, Paco, y Josefa; Óscar de Peó, el enterrador; las de la tienda de Paz, Mercedes de la frutería, Nemesio de la carnicería, Sita Rey la de los helados en la parada del Finisterre, los hermanos Castro, Juan y Merceditas; Javier Blanco y Chuca, Paco Panchés y Lola Abente, el ayudante de Marina Manuel Coronilla, y Celucha; Benito, el vista de Aduanas, y Loló. Marino Lamas, de la mercería, y su hijo Jano; Ñica Tanarro, del comercio; Fina, la del estanco; Santos, de la panadería Casais; Jesús Cerviño, de la ferretería; Pío, el del butano; Juan de Clara, que se hizo fotógrafo; Pepe, del bar Pachín; Suso de Benedicta o Arturo, el práctico. Meterse en la cabina de aquel barco para acercarse a Brens era un viaje a los inicios del siglo XX.

Enfin, no sé si ha tenido sentido intentar nombrarles a todos. Sé que me quedaron muchos y espero que me disculpen. Pero fueron, y algunos felizmente lo son todavía, mi historia íntima de Corcubión. Quizá a algún lector le pase como a mí, que los nombro y, con ellos, viene todo lo que había detrás.

Unos apuntes biográficos

Doctor en Ciencias de la Educación y profesor titular en la Universidade de Santiago, José Felipe Trillo Alonso (A Coruña, 1958) forma parte del departamento de Pedagogía y Didáctica de la Facultade de Ciencias da Educación. También coordina para la universidad compostelana el Programa Interuniversitario de Doctorado «Equidad e innovación en educación». Es investigador y, asimismo, secretario de la Asociación Iberoamericana de Didáctica Universitaria (AIDU).