Ha pasado por siete reformas educativas y este curso ha dado todas sus materias con soporte virtual, pero tras 40 años en el Xosé Pichel, Teresa Dosil Parafita se retira
20 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Doña Teresa se jubila. Podía haberlo hecho hace años, pero siguió en el Alcalde Xosé Pichel de Coristanco, al que llegó en 1978. Un grupo de exalumnos, padres de la mitad de los estudiantes que tuvo el curso 2017-2018 le montaron una fiesta pensando que se iba, pero se quedó. Ahora ha decidido que quiere vivir la vida, en lugar de dedicar horas y horas preparar las clases en soporte digital y no porque no haya sido capaz, sino porque cree que la enseñanza es otra cosa y que cuenta mucho la relación directa con los alumnos, sin pantalla que dificulte la comunicación.
Aunque su carrera ha sido largo y muy tranquila, no ha estado exenta de obstáculos. Ha pasado por siete reformas educativas, pero ha seguido siendo «la única doña del cole». Los demás se jubilaron ya.
Cuando arrancaron con la Lomce le tocó dar clase a los de quinto de primaria, que tenían que seguir con el sistema de préstamo de libros, por lo que no le quedó otra de buscar una alternativa a los libros LOE a los que tenían acceso sus alumnos. Se las arregló a base de fotocopias y, sobre todo, mucho tesón, quizá uno de los principales rasgos de su carácter.
Para una persona a punto de la jubilación parece difícil convertirse en un maestro de la era digital. «No tenía ni idea, por lo que invertí mucho tiempo en formarme, pero fui a piñón fijo y di todas las asignaturas», explica. Pero no quedó contenta. «Cuando hablas a los alumnos ves que sacas más partido, conectas con la mirada», dice. «Dicen que son nativos digitales, pero solo con la tablet y el teléfono, porque les faltan destrezas. Cometen muchas faltas de ortografía. Han empezado la casa por el tejado», explica.
Escuela de Oza
Llegó al Alcalde Xosé Pichel en 1978 y tras tres años como provisional la enviaron a la escuela de Oza, que dependía del colegio. Otros tres cursos pasaron y se volvió al centro de referencia, pero con los 11 alumnos que tenía en la unitaria. El resto eran de A Rabadeira. Con los primeros estuvo ocho años, lo que hizo que hubiera una relación tan estrecha que los hijos de esos estudiantes han tenido algo de ventaja. «No hubo que explicarles nada, ya sabían como soy y lo que hago», señala. Entonces no reñía, no tenía necesidad y reconoce que ahora sí se ha visto obligada en algunas ocasiones. Faltan valores, dice.
Vive frente al colegio Fogar, en Carballo, pero reconoce que nunca ha querido marcharse de Coristanco. Eligió el destino porque era el más próximo a su localidad natal y ella nunca ha tenido coche, pero nunca le faltaron los compañeros que la llevaran. Hizo las oposiciones con Evencio Ferrero, el alcalde de Carballo, y tuvo como primer director a Méndez Romeu, destacado político socialista. Por el Alcalde Xosé Pichel ha visto pasar a decenas y decenas de maestros, buenos, malos y regulares. Reconoce que algunos se relajan demasiado al ganar la plaza y cree que los docentes deberían ser evaluados periódicamente. Es probable que muchos la odien por esa forma de pensar, pero nadie le puede negar la experiencia, el conocimiento y la sinceridad, tres virtudes que en muchas ocasiones no son bien recibidas.
Tan de Coristanco es que aunque vive en Carballo conoce más la población del llamado Verxel de Bergantiños que a sus propios vecinos.
Comenzó su formación en la escuela de las monjas y continuó en la Academia Leus. Era lo que había entonces en Carballo. Hizo Magisterio en Santiago y nunca se ha arrepentido de ello, a pesar de que le dio un gran disgusto a su madre, procedente de Cances, cuando le dijo que quería enseñar.
«Estarás en las buhardillas de los hoteles», vaticinó su madre al saber que sería maestra
Teresa llegó a los dos años a Carballo procedente de Cances. Sus padres se habían hecho cargo del hostal Allones, que estaba frente al Casino. Allí se alojaban básicamente funcionarios. «Antes estaban obligados a residir en el lugar en el que trabajaban. Vivían allí el secretario municipal, el juez y otros». También los maestros. Su madre conocía bien cuáles eran los posibles de las personas dedicadas a la enseñanza y se llevó un disgusto cuando Teresa le dijo que quería dar clase. «Irás en el Finisterre y estarás en las buhardillas de los hoteles», le dijo. Esas habitaciones eran las peores y las que ocupaban las profesoras, muy distintas a las de los altos funcionarios, «que eran enormes y lujosas», recuerda Teresa.
Pero la vocación estaba allí y no había quien la parara. «Siempre me gustaron mucho los niños, mi hermana María José tiene 10 años menos que yo y me encantaba cuidarla», recuerda.
Orden
Vivir en un hotel lleno de funcionarios no hizo que su infancia fuera distancia a la del resto de los niños de su edad. Reconoce que lo que les vino muy bien fue el orden que había en su casa, con horarios ordinarios.
Recuerda que casi desde que empezó la trataron de usted y los padres de sus alumnos siguen haciéndolo, incluso para los niños es doña Teresa. Para ella ese trato implica respeto, que es necesario por muy cercana que sea para sus estudiantes. «En los años 80 todos éramos don y doña, pero ahora solo quedo yo de esa época y llevo el título con mucho orgullo», señala. «La gente me respeta, quizá porque siempre ha estado en el mismo sitio. Tal vez sea eso», dice.