En estas semanas en que las fiestas se suceden y la identidad propia de nuestros lugares queda a la sombra de foráneos grupos musicales y visitantes, a menudo se echa de menos una oda a lo local. Una como la que este fin de semana realizaron en Cee o en Muxía, personificadas en Víctor Castiñeira e Iago Gisamonde.
El arte del pregón, que la Real Academia Española define como la «promulgación o publicación que en voz alta se hace en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan», es cada vez menos común y, a la vez, más necesario. «Porque para amar e valorar, primeiro hai que coñecer», resaltó Víctor en su discurso para abrir las Festas da Xunqueira. Y no puede tener más razón. En una época en la que todo afecto parece efímero, el conocimiento es fundamental para asentar ese sentimiento de arraigo que muchos municipios de la Costa da Morte echan en falta estos días. Es una forma de descubrimiento, para locales y extranjeros, de todo lo que se ha forjado entre las paredes invisibles que ejercen de fronteras entre una localidad y otra.
No se trata de alardear de heroicidades pasadas, ni de enumerar las bondades que ha traído el presente. Es, simplemente, un reconocimiento a aquellos que siempre se han mostrado orgullosos de donde son, trabajando por los vecinos o dejando bien alto el nombre de su concello. El año que viene, sin ir más lejos, habrán pasado 45 años de las primeras elecciones democráticas e, igual es un buen momento para que muchos tengan un detalle con sus exalcaldes en forma de pregón. Al César, lo que es del César.